DOCUMENTO DE TRABAJO: "PROTESTA CALLEJERA Y TRANSFORMACIÓN SOCIAL"

2019-11-14

PROTESTA CALLEJERA Y TRANSFORMACIÓN SOCIAL
Felipe Saravia Cortés (Editor General Revista Transformación Socio-Espacial / Escuela de Trabajo Social, Universidad del Bio Bio)

Introducción
Esta reflexión surge al calor de la protesta callejera en la actual masiva movilización social en Chile. Sin mayor pretensión de originalidad, se ponen en orden algunas ideas que emanan del encontrarse con otros en el pavimento, caminar, saltar, bailar y gritar juntos, alzar banderas, golpear tambores y ollas, arrancar de carabineros y su acción represiva, en fin, apropiarse de forma colectiva de un espacio que en la cotidianidad previa a la actual movilización, era experimentada de una forma radicalmente distinta: como un no lugar cuya función predominante era el flujo de los distintos factores requeridos en el proceso productivo, es decir, flujo de la fuerza de trabajo, materias primas y mercancía en general. 
Se parte del supuesto de que hay cosas que solo se pueden aprehender a través de la experimentación. Es lo que ocurre en la experimentación de la calle como espacio público en la protesta. ¿Qué se aprende de esta experiencia? Que el espacio en tanto producto social puede ser reapropiado y que las funciones impuestas a este pueden ser subvertidas. En efecto, se transforma el espacio calle, en al menos tres sentidos:

Detención de flujos y reflexividad
En primer lugar, se transforma en un hito espacio-temporal que pone en cuestión al proceso productivo y reproductivo, es decir, la vida en general. Al tomarse la calle o un puente, no solo se detiene el flujo requerido por el sistema capitalista, sino que se transforma la experimentación del tiempo para la población en general, movilizada o no. La vida cotidiana pierde su normalidad y se posibilita así una instancia de reflexividad, es decir, una oportunidad para la toma de conciencia sobre las maneras en que hemos estructurado nuestra convivencia como sociedad, y las desiguales condiciones de vida que dan lugar a la movilización. Por esta razón, detención del flujo y reflexividad se encuentran íntimamente entrelazadas. Podríamos decir con bastante certeza, que una no es posible sin la otra. Es necesario detenernos para reflexionar, aunque ello signifique molestias temporales (este razonamiento encuentra eco en diversas tradiciones espirituales, desde el budismo a las corrientes cristianas ascéticas). Desde este punto de vista, debemos reconocer que la posibilidad de transformaciones profundas en nuestra sociedad ha sido abierta solo gracias la ocupación de las calles de nuestras ciudades por parte de la población movilizada, y por lo mismo, deben cuestionarse los llamados que actualmente pueda haber hacia la búsqueda de transformaciones estructurales sin movilización.

Germen de nuevas formas de sociabilidad
En segundo lugar, las calles reapropiadas se transforman en espacios que propician formas alternativas de sociabilidad. Al igual que ocurrió brevemente durante el periodo posterior al terremoto del año 2010, vecinos que en contextos normales no desarrollarían mayor interacción entre sí, comienzan a dialogar en torno a problemáticas comunes para compartir sus emociones, desarrollar análisis social y coordinar acciones colectivas. Para ello son utilizados espacios públicos como plazas, canchas de fútbol, y calles locales en distintos
barrios. Estas coordinaciones, a su vez, dan lugar al uso de calles que conectan distintos barrios y articulan la ciudad en general, a través de marchas que pueden paralizar el tránsito vehicular. Es precisamente en estas instancias en las que se encuentran reunidos habitantes de distintos barrios que tienden a reflejar distintas clases sociales y rangos etarios. Se produce la conjunción de los cuerpos en un marchar juntos a distancias medianamente cercanas que permiten enarbolar consignas voz en cuello con facilidad para su difusión. El pecho se hincha cuando retumban los gritos del colectivo en el fuero interno. Se experimenta en alguna medida una cierta minimización de la individualidad y el aumento de la conciencia de ser parte de un conjunto aglutinado en función de un fin que sintetiza, más o menos explícitamente, diversas demandas específicas que llegan a ser, a la vez, generales. En efecto, marchan juntos ambientalistas, sindicalistas, estudiantes, profesionales diversos, así como trabajadores manuales y técnicos. Nuestras ciudades altamente segregadas encuentran en la calle su encuentro. Es posible que este sea efímero, que no sea realmente transformador de las relaciones interbarriales o que no perdure en el tiempo, pero al menos constituye un importante elemento simbólico de unidad que abre posibilidades esperanzadoras para el futuro de nuestras relaciones societales. 

Símbolo de unidad, autonomía y dignidad
De hecho, como propongo en tercer lugar, las calles reapropiadas se transforman en un símbolo de unidad, autonomía y dignidad. Son un símbolo de unidad en tanto congregan a grupos socialmente heterogéneos en función de un fin colectivo mayor. Simbolizan autonomía en tanto se transgrede el uso cotidiano normal de estos espacios, y permiten afirmar la independencia de la acción de los sujetos respecto de la reglamentación, o las instituciones que reglamentan. Ejemplo de ello es uno de los gritos que en las marchas de las últimas semanas se han escuchado, que versa:
“En la calle y sin permiso,
Yo me educo y organizo”
Esta autonomía implica también la reafirmación de la propia dignidad, entendida como amor propio, orgullo de sí mismo y del identificarse como pueblo. El apropiarse de las calles constituye así un signo, una forma de mostrar públicamente la propia dignidad, por años pisoteada. Ello se expresa en otro grito:
“El pueblo, el pueblo
El pueblo ¿dónde está?
El pueblo está en la calle
Mostrando dignidad”
Por esta razón, la protesta callejera tiene implicancias ético-políticas, y se constituye en un medio central de la épica del hito histórico por el que atravesamos.

Palabras finales: nihilismo versus esperanza
En suma, la protesta callejera ha posibilitado el escalamiento de la movilización social chilena en marcha. Sin esta no estaríamos hoy vislumbrando la posibilidad de una nueva constitución. Por esta razón, y considerando que aún no hemos logrado avanzar hacia una asamblea constituyente que permita sentar las bases estructurales para una convivencia social más justa, la ocupación de las calles de nuestras principales ciudades deben seguir siendo una forma de lucha central.
Ahora bien, debemos reconocer que la posibilidad de la protesta callejera se encuentra amenazada. Ha sido reprimida duramente desde el inicio, pero podría ser reprimida aún más fuertemente a través de la acción militar que podría profundizarse en una bastante factible segunda arremetida.
La justificación para una posible segunda arremetida militar serían las acciones vandálicas como la reciente quema de la gobernación en Concepción, o la continuación de los saqueos a distintos servicios. En estas, se expresan en alguna medida, lógicas cargadas de individualismo propias del ethos neoliberal, o cierta anomia y desesperanza, que constituyen elementos que conformarían el escenario que justificaría la acción militar. En
contraposición, es necesario profundizar la acción colectiva desde los territorios y entre territorios, transformando la rabia en esperanza y solidaridad.
Con todo, no debemos caer en la trampa de la crítica desmovilizadora. La responsabilidad central para el avance hacia una nueva y más justa normalidad, la tienen quienes poseen hoy el monopolio de la violencia, y la centralización del poder político. Parte de las demandas deben ser por una acción policial razonable y eficaz, así como a la apertura política para una democracia radical. Para ello las calles serán el espacio.