A propósito de la resistencia como propuesta teórica del estudio histórico

Regarding resistance as a theoretical propose of history’s study

Resumen

El presente trabajo desarrolla la temática teórica de la resistencia para la construcción histórica de las sociedades, entendido como un proceso que explica los conflictos en los cambios sociales y en la relación entre la dominación y los dominados. El objetivo del análisis, es la reflexión del significado etimológico, la construcción conceptual desde diversas perspectivas (postmodernistas, postcolonialistas y neomarxistas) y las diversas expresiones del fenómeno, recalcándose los matices de resistencia activa y pasiva como factor de lucha y del cambio social, para luego ser aplicados en cualquier proyecto de investigación histórica de los no poderosos.

Summary

This paper develops the theoretical issue of resistance to the historical construction of societies, understood as a process that explains the conflict in social change and the relationship between domination and the dominated. The objective of the analysis is based reflection from the etymological meaning, conceptual building from different perspectives (postmodern, postcolonial and neomarxist) and the various manifestations of the phenomenon standing out the nuances of the active and passive resistance as a factor in the struggle and social change then be applied in any historical research project of the powerless.

Palabras claves

Resistencia – Dominación – Identidad – Colectivo Social

Keywords

Resistance – Domination – Identity – Social Collective

Introducción

La resistencia es una temática fundamental en los estudios de la sociedad actual, tan interconectada y empoderada. Se observa intensamente en la indignación popular hacia la injusticia, la solidaridad frente a los problemas y su actitud a los procesos de la globalización. Asimismo, se manifiesta un intento cotidiano de mantener o adecuar sus costumbres a la llegada de culturas foráneas, o a las decisiones de los grupos dominantes que manejan los hilos del poder económico y político-estatal. Por ello, la historia debe ser sensible y veraz, ya que no es solo un cúmulo de hechos en un tiempo delimitado, sino un pasado visto desde el presente del historiador, el cual está condicionado por su intelecto, personalidad y el propio contexto social que lo rodea.

Este artículo pretende reflexionar sobre el estudio histórico de la resistencia a la dominación; sin embargo, no es posible un método exclusivo para esta construcción, ya que los argumentos a favor o en contra de la dominación o de las acciones de oposición a esta, requiere de la intervención y apoyo de otras disciplinas. Por consiguiente, el estudio de las diversas expresiones de rebeldía requiere del auxilio de las ciencias sociales, en sus conceptualizaciones, herramientas teóricas e investigaciones que permitan iluminar al historiador, sin dejar de lado el habitual empleo de fuentes. De este modo, se propone iniciar este eje temático con las siguientes preguntas ¿cómo pensar históricamente nuestras circunstancias? ¿Los sucesos del presente tienen parangón con los del pasado?, para una respuesta es vital madurar nuevamente los métodos teóricos y epistemológicos del oficio con una sensibilidad sincrónica contemporánea y abiertos a la interdisciplinariedad, para así explicar un contexto, un proceso histórico del conflicto, la resistencia del dominado y comprender estos tiempos de cambio.

Desde un análisis etimológico, el término resistencia procede del latín resistentia, y esta del verbo resistere, cuyo sentido es mantenerse firme, persistir, oponerse reiteradamente sin perder el puesto. Un vocablo compuesto por el sufijo re- (que indica reiteración) y el verbo sistere cuyo significado se traduce como establecer, ocupar posición o asegurar un sitio (Coromines, 1954). Por lo tanto, la acepción es la reincidencia de situarse fijamente en una posición y sin ninguna variación, forjando oposición ante cualquier fuerza contraria. Como eje referencial y normativo, la Real Academia de la lengua Española (RAE), entrega nueve alcances al concepto de resistencia, de lo concerniente al presente estudio destacaremos las siguientes: “acción y efecto de resistir”, “capacidad de resistir”, “conjunto de personas que, clandestinamente de ordinario, se oponen con violencia a los invasores de un territorio o a una dictadura”, “causa que se opone a la acción de una fuerza”, “renuencia a hacer o cumplir algo”, (RAE, 2001). Igualmente, se relaciona con voces como: tolerar, aguantar, sufrir o bien, repugnar, contrariar, rechazar, contradecir. Pues bien, a la luz de tales cotejos lingüísticos, existe una relación de fuerzas opuestas de cualquier tipo, una que guarda el equilibrio u otra que hace todo lo opuesto. Se desprende así, la aptitud de ser una fuerza activa o pasiva pero que no ocupa un lugar extra, sino que conserva un estado y que se opone a un poder externo que tratará de ocupar su posición.

Conocido este espectro de significaciones lingüísticas es necesario abarcar el espíritu de la acepción, ampliándolo a las personas, grupos o colectivos, como la forma obstinada de conservar una postura que se traduce en la opinión, identidad, género, política y cultura propios. A pesar de ello, el choque de identidades que se manifiesta en hechos concretos, no son entes monolíticos que están en una constante colisión y que eternamente se estrellan sin variación, sino más bien, este encuentro evidencia una nueva etapa del colectivo resistente al cambio social provocado por una fuerza dominante. La dialéctica, reflejará indicios de flexibilidad que serán prueba de un cambio social matizado en los diferentes sectores sociales de la comunidad.

La resistencia, concebida como instrumento teórico de la construcción histórica, está notoriamente unida con el análisis en la dialéctica de los dominadores y dominados. En los campos de las relaciones de poder, los sujetos reflejan hostilidades, roces y luchas que surgen como producto de las diferencias de identificación, propósitos, tendencias e intereses individuales y colectivos. A lo señalado, es indudable que en las sociedades existan grupos que instauren fórmulas con el objeto de ejercer el control sobre otros, y que estos respondan de diversas maneras con el fin de la protección, readaptación u oposición a tales ejercicios de poder, formas que serían de tipo material, económico, alimentario, geográfico o inmaterial: identidad, género, política o religión.

En relación con lo anterior, la dominación es un objetivo político (Negro Pavón, 1992), en la cual se busca la obediencia de una comunidad que a cambio pide un trato basado en la justicia y la voluntad política. Si la autoridad se corrompe, no ateniéndose a las prácticas o costumbres del colectivo original, pierde el reconocimiento de los subordinados, lo que deriva en una situación inestable donde el poder se cimienta en el miedo o en la hegemonía simbólica-discursiva de los sometidos y que se expresa en una obediencia pasiva; pero con los ejes de la rebeldía ya instalados en maduración. La impotencia se fortalecerá lentamente hasta llegar a ser un proceso de insurrección, que tendrá como bandera de lucha la justicia y la libertad. No obstante, una definición histórica exclusiva del concepto no es posible, ya que los argumentos en favor y en contra, acerca de la legitimidad del poder o de las acciones de quienes hacen oposición a este, requieren de la intervención y apoyo de diversas disciplinas (Carvajal, 1992). El explicar, por tanto, un contexto y un proceso histórico del conflicto, implica un análisis del intercambio cultural donde el progreso y la apropiación a la fuerza es relacionable con la dominación, en la cual es imposible no advertir la permanente existencia de la oposición ganador/ perdedor.

La Resistencia, una herramienta para la construcción histórica

El siguiente contenido cruza los procesos históricos, para iniciar en las sociedades complejas y sus escuetos supuestos sobre la negación profunda del conflicto. La resistencia y su antagonismo a la dominación entregan sentido a las relaciones sociales en las áreas de la política, economía y cultura, lo que genera una red de vínculos que no pueden ser simplificados.

Tal perspectiva ha sido propuesta desde los años de la revolución del 68, donde el objeto de estudio se encontraba principalmente enfocado a la problemática de la resistencia desde abajo. El concepto en sus orígenes se entendía desde la polemología —estudio científico de la guerra como fenómeno social— básicamente como una acción militar frente a una invasión o bien la lucha campesina por sus tierras frente al hacendado. Héau Lambert, indica que la resistencia se percibía “como un evento violento en que participaba la comunidad agredida en un momento particular de su historia” (Héau Lambert, 2007). Pero en los años ochenta, el concepto se amplía a la vida cotidiana de los subalternos, como la infrapolítica de defensa de los desvalidos.

En las ciencias sociales, el tema de la resistencia ha sido tratado desde las perspectivas post-coloniales [que aparecen en el contexto de la liberación de las naciones africanas y orientales] y post- modernas, de manera intensa y con enfoques disímiles que van ligada a los tópicos del poder y la hegemonía. El objetivo del postcolonialismo es reinterpretar al sujeto y su historicidad colonial, tanto en su relación de poder de subordinación a la metrópolis o viceversa, caracterizándose en su estatus de colonizados o colonizadores. El postmodernismo resalta las contradicciones del modernismo racional, del progreso y del desarrollo que ha caracterizado al mundo desde el siglo XIX, desde la explotación del ser humano, las guerras y una sociedad reproductora de desigualdad, a la vez que destaca las emociones, sentimientos y la identidad como parte importante en la construcción del conocimiento y que la modernidad ha subestimado1. Estas se unen crítica y analíticamente hacía las redes de la dominación y de control sobre la(s) sociedad(es), traduciéndose en estudios sobre los grupos subalternos, el sujeto y el poder o el análisis de lenguaje y el discurso (Arreanza y Tickner, 2002).

Foucault enfoca los mecanismos de sujeción de las comunidades, asentado en controles externos a lo que él llama tecnología disciplinaria y los conceptualiza como ‘panoptismo’. Estos son medios de vigilancia institucionalizadas de poder, como son las fábricas, escuelas, administrativos, cuarteles militares o prisiones, que en consecuencia crean sujetos que reconocen y aceptan el poder (Foucault, 2002). Pierre Bourdieu lo explica bajo el concepto de “violencia simbólica”, donde la dominación es una condición penetrante de normas que se dan en lo cotidiano a través de las formas y del lenguaje. Así, las interacciones sociales y los modos de expresión generan la opresión, donde los subordinados aceptan su propia posición de inferioridad frente al poder sin que haya violencia o coerción práctica para ello. Los dominadores trabajan en esa dirección para mantener el poder mediante vínculos interpersonales. Por lo tanto, la violencia simbólica, es un proceso en el cual la riqueza es el capital social y simbólico, y las formas de expresión son los patrones de dominación; dependiendo de las relaciones interpersonales se logran ocultar los verdaderos intereses, y en caso de ser dados a la luz se hace uso de los “eufemismos” o un lenguaje capaz de solapar lo desagradable del dominio. En palabras del sociólogo francés: “Cada orden establecido tiende a producir (en diferentes grados y con muy disímiles métodos) la naturalización del poder” (Bourdieu, 1977). Esto es una llamada de atención hacia aquellos que no pertenecen al centro sino más bien a la periferia y a la marginalidad. Para James Scott, hay tres elementos que acompañan al fenómeno de la resistencia, los cuales son: poder, hegemonía y subordinación, aglutinándose en el concepto de dominación. Esta según Scott se expresa como

“…la institucionalización de un sistema para apropiarse del trabajo, los bienes y los servicios de una población subordinada. En un nivel formal, los grupos subordinados en esos tipos de dominación carecen de derechos políticos y civiles, (…) Las ideologías que justifican estas formas de dominación reconocen las posiciones de inferioridad y superioridad, las cuales, a su vez, se traducen en ritos o procedimientos que regulan los contactos públicos entre los distintos rangos” (Scott, 2003).

El poder se manifiesta en la apropiación de los recursos de aquellos que fueron sometidos, que luego pasan a ser parte de un sistema de explotación, y formalmente aquellos en posición de inferioridad no cuentan con dispositivos legales de protección. La hegemonía está unida a la ideología, que justifica la dominación y por lo tanto avala las posiciones jerárquicas de una sociedad. Este fenómeno entre los pueblos es denominado como imperialismo2.

El concepto de resistencia es vital para la comprensión del anti- imperialismo y el anti-colonialismo, relacionándose directamente con la identidad o la cultura, no solo en los aspectos políticos sino como un complejo de ideologías, símbolos, mitos, formas de ser y de creación, que al mismo tiempo son contradictorias entre sí (Gonzáles, 2001). A la vez es entendida como la capacidad de reflexión en el auto-reconocimiento como ser interno y ontológico, (Larraín, 2001) y que provoca que, inmersos en el colectivo social los individuos se vean a sí mismos íntimamente conectados (Tugendhat, 1996), por lazos de reciprocidad y pertenencia a la comunidad. Así, cada uno incorpora elementos que entrelazándose socialmente construyen identidad. Estos mecanismos o elementos se pueden clasificar en tres tipos: las categorías sociales compartidas, lo material y la alteridad. En lo primero está la religión, la estructura social, política y cultural. Lo material, que es una extensión de la personalidad, pensamiento y sentido comunitario, genera un simbolismo de identidad cultural. La alteridad como la autoevaluación basado en los criterios de los otros, o por las categorías de evaluaciones propias con respecto a otro, es la identificación externa o interna de un colectivo. Estos aparatos permiten un prototipo de colectivo social y de identidad propia.

La resistencia y la identidad van estrechamente ligadas, por el concepto de dignidad, que es la deferencia a los rasgos que determinan a un individuo o una comunidad. Esta puede ser atentada por el abuso y amenaza a la integridad física, la exclusión estructural y sistemática, y, por último, la devaluación cultural, impidiendo una atribución de valor social (Honeth, 1995). En este aspecto, Scott señala que hay formas de opresión que pasan a llevar la dignidad de un colectivo, traduciéndose en prácticas, tales como: denigrar, ofender y atacar los cuerpos, que se generan en forma rutinaria en estructuras como la esclavitud, la servidumbre o el colonialismo, negándole al subordinado una reacción recíproca (Scott, 2003). Esto decantaría en reacciones de rabia traducida en una lucha por el reconocimiento, donde la solidaridad (Fredyur, 2004) es un elemento que une a los afectados en búsqueda de la justicia, dando a la luz como un colectivo social al sufrir una experiencia de menosprecio (sea ultraje físico o psíquico; la desposesión que en el fondo es el arrebato de la propiedad privada o, por último, la deshonra o el desprestigio del nombre) que hace brotar la lucha social, con la valoración interna de la comunidad fundamentada en la solidaridad y que se opone al menosprecio y reclama por justicia. La dignidad es la fuente de las formas de resistencia y por el reparo de la identidad.

Las vías donde los subordinados buscan y hallan la manera de escape a su indignación provocada por la opresión, son denominadas según Mely Gonzáles como cultura de la resistencia, lo cual es

“...un proceso de elaboración ideológica transmitido como herencia a determinados agentes sociales que lo asumen en forma de rechazo a lo artificialmente impuesto de asimilación de lo extraño cuando sea compatible con lo propio y, por consiguiente de desarrollo cultural, de creación de lo nuevo por encima de lo heredado” (Gonzáles, 2001).

Toda cultura rechaza lo foráneo ya que trata de conservar lo propio, pero en este rechazo hay asimilación y creación de nuevos valores. Esto se produce en lo político e ideológico, y a la vez se resalta toda una tradición de pensamiento que se refleja en la resistencia, que es elaborada profundamente y transmitida con ideas sociales que se producen y circulan constantemente. Por lo tanto, el fenómeno de la resistencia no es una acción espontánea, espasmódica e irreflexiva, sino que profunda y complejamente elaborada. Thompson señala que varios historiadores han explicado los motines antes de la Revolución Francesa, como reacciones espasmódicas producto de negaciones económicas. Critica a los representantes de tal interpretación, producto de la obviedad del reduccionismo económico, eliminando las conductas de motivación, conducta y función, dentro de un concepto de legitimación. (Thompson, 1995)

Así, la resistencia tiene una relación íntima con la configuración de la identidad cultural, que se expresa en una constante oposición a aquellos modelos dominantes que impiden su propio desarrollo. Por ello, hay una búsqueda en donde existen retrocesos y contradicciones frente a la implantación de la dominación, que arrincona y desnaturaliza la cultura primigenia, que es la fuente de la resistencia, volviéndola ajena al colectivo original. Por ello, los procesos de oposición fracasan y no fructifican, aunque de ningún modo desaparecen.

Una cultura puede disponer de otra, mediante la dominación, con matices violentos o negociados, pero con la contraposición que se refleja en la voluntad de hombres y mujeres que crean oposición a un régimen, sea levantándose en armas, desplegando ideas de liberación o de imaginar una comunidad ideal. De todas maneras, existe un enlace no solo de choque, sino que a la vez de convivencia inmerso en un terreno común. Edward Said indica que hay formas de resistencia de tipo primario, que se traducen en la oposición a la intromisión, en donde no solo hay una acción física sino también hay una base intelectual que dará sentido a la defensa hacia la conquista, y otro secundario en la cual hay una ideología que trata de dar sentido a la comunidad frente a la dominación extranjera, en el que es más compleja por un tratamiento intelectual de tipo cultural-histórico que rememora un pasado sin dominio externo (Said, 1996).

La oposición al poder dominante es un conglomerado de múltiples elementos, lo que da como resultado un complejo y rico análisis, ya que se generan múltiples y diversas relaciones, que instauran nuevas cualidades que se unen a una historia común. En tal desarrollo está presente la conservación, asimilación y creación en la cultura original, siendo así la resistencia un proceso en construcción.

El primer momento es la conservación donde la comunidad lucha en la manutención de sus valores, del conocimiento histórico y sus fuentes, y de su cultura, para luego ser un sólido fundamento de defensa para la comunidad. En torno a la resistencia cultural, la historia es un aglutinador holístico, porque sostiene la memoria común y una identidad en las victorias y derrotas del pasado, los modos de vidas recuperados, gestos de orgullo y desafío.

La asimilación está en el principio de la transformación, de los valores ajenos en elementos propios, distintos a los del dominador. Por ello, hay que comprender que las culturas no son impermeables, así, no solo conservan elementos propios de la original, sino que se adaptan a la foránea, siempre que sean útiles para la preservación y el desarrollo de lo propio, no para convenirse como un elemento del invasor. Puesto así, la resistencia más que ser una reacción al imperialismo, es una forma de concebir la historia de una manera alternativa, tratando de comprender una nueva concepción que se basa en la ruptura de las barreras culturales. Por ello, la importancia de penetrar la historia tradicional, mezclarla y hacer reconocer la historia marginal u olvidada. Said lo llama “el viaje de retorno”.

Finalmente, la creación, que se extiende a todos los ámbitos de la vida, donde demanda concretar las acciones definidas en la búsqueda de la libertad, radicándose en las ideas para llegar al momento de la ruptura. Así, se habla del proceso de la liberación, donde la defensa de lo propio se inmiscuye con la rebeldía frente a las acciones que afecten la dignidad y por ellos las formas pueden ser, tanto las más sutiles, como las más abiertas.

Al tomar en cuenta tales reflexiones, advertimos que la resistencia se manifiesta desde dos posiciones, una como contrarespuesta activa a la invasión y luego a modo de pensamiento, de significancia comunitaria frente a la coerción, que se refleja en una historia que no es la oficial y que busca un espacio en ella. Por lo tanto, se tienen dos fases en las cuales se agrupan los aspectos culturales e históricos de la liberación de una comunidad, que pasa por la agresión y la opresión. La oposición se refleja en el rechazo de lo local a la conquista y a las colonizaciones expresadas en formas de una no aceptación consciente.

Las diferentes manifestaciones del fenómeno

La resistencia cuenta con ciertas tonalidades, donde “las formas de resistir han sido muy variadas desde la defensa armada y la rebelión hasta el apego aparentemente conservador a las prácticas tradicionales” (Bonfill, 1990). Por lo tanto, conlleva a una gama de tácticas, estrategias o de formas de resistir en la larga duración. Estas diversas manifestaciones pueden ser pasivas o encubiertas, las que abarcan la cultura autóctona y la apropiada la cultura del dominador pues de ello depende su sobrevivencia. De esta forma, la cultura subordinada, mantiene control sobre su identidad y puede así llegar al desencuentro con el otro, que se da tanto en plano étnico, como en las desigualdades económicas. Esta puede ser simultánea o alternada a una resistencia activa, la cual busca el control y defensa de los recursos identitarios dentro de un proyecto de nación. El grado de dichas expresiones de rebeldía, dependerá del asedio del ente dominador, la que no supone únicamente una opresión económica, sino sobre todo cultural y civilizatoria. Así, la resistencia llevaría súbitamente a la acción violenta, que se hace presente constantemente en lo pasivo, al radicarse en las normas y formas tradicionales.

De esta manera, se encamina el concepto de resistencia como una oposición política o cultural a la dominación, una relación dialéctica, del dominador y del dominado, donde un sujeto impone condiciones y otro, obstinadamente los encara. Una vez que un ente consolida su dominación sobre un territorio determinado (geográfico, político, social, o económico), debe apuntalar su señorío, lo que implica el control político y cultural del colectivo original, y así, el usufructo, tanto de sus recursos como de los sujetos (Said, 1996). La dominación depende de tres aspectos: la adecuación de los elementos de control, la disposición a la obediencia o la capacidad de no querer obedecer de los dominados y del poder que trata de manejar la vida de algunos aspectos de los sometidos (Hobsbawn, 2001). La rebeldía a estas predisposiciones, probablemente se manifieste de modo furtivo o notorio, dentro de un proceso de tolerancia y de sufrimiento o bien hasta en un patente y hostil rechazo a cualquier fuerza que impacte u ejerza coerción sobre el colectivo. Se entiende que la resistencia se expresa de forma activa y a la vez pasiva, con acciones evidentes y públicas que pueden ser acompañados por la violencia o en caso contrario, bien introvertidas, enmarcadas en el campo de los hábitos y usos cotidianos.

La resistencia activa, es el surgimiento del movimiento social, que públicamente o en la clandestinidad manifiesta el descontento de un colectivo. Giddens (2000), en su obra Sociología General explica que un Movimiento Social es

“...un intento colectivo de luchar por un interés común o de garantizar que se alcanza un objetivo compartido, mediante una acción colectiva que tiene lugar al margen de la esfera de las instituciones establecidas”.

Según el autor, existen cuatro elementos que ajustan la acción colectiva de quienes están dispuestos a desafiar un orden dado. En primer lugar, la organización de los grupos envueltos, de multitudes a grupos disciplinados. En segundo lugar, la movilización, cuyo fin es conseguir los elementos materiales, de apoyo moral o ideológico. El tercer elemento es el interés común de los sujetos en la acción, a sabiendas que pueden lograr la victoria o la derrota al sistema dominante, y por último la oportunidad, la cual aparece cuando varios factores se conjugan3.

El encuentro de eventos que articulan la ocasión para derrocar un sistema de dominación, se conoce como “crisis orgánica”. Esta idea fue trabajada por Gramsci (1971), donde indica que

“En cada país, el proceso es diferente, aunque el contenido es el mismo. Y el contenido es la crisis de la hegemonía de la clase dominante, que ocurre ya sea porque la clase dominante ha fracasado en alguna gran empresa política para la cual se ha solicitado, o por la fuerza extraída, el consentimiento de las masas (la guerra, por ejemplo), o porque grandes masas... Han pasado repentinamente de un estado de pasividad política a una cierta actividad, y presentar las demandas que en su conjunto, aunque no orgánicamente formulado, se suman a una revolución. Una "crisis de autoridad" se habla de: esta es precisamente la crisis dela hegemonía, o crisis general del Estado.” (Jones, 2006)

Gramsci indica que la estructura de la dominación puede ser apartada de un colectivo, si fracasa en su estrategia de subordinación ideológica para las masas, por acciones provenientes de errores propios o bien por la unión de los dominados que dejaron de lado su “inactividad” y pasaron a la acción a favor a sus propios objetivos, por lo tanto, nos encontramos frente a una crisis del modelo social imperante.

A partir de esta premisa, las formas de resistencia activa son variadas, desde una manifestación popular desorganizada, como la acción de masas reflejadas en los disturbios, hasta una de tipo organizada, como lo son las guerrillas o el bandolerismo. Las acciones de masas, son formas de expresión de aquellos que carecen de canales formales de manifestación disidente. Esto para la autoridad [entes de dominación] resulta ser una amenaza directa, pero que en sí mismo, son formas públicas tangibles de la percepción de la injusticia social. En sí, tales acciones de masa o disturbios son una gran muchedumbre que se hayan en interacción directa unas con otras en un sitio público. Son acciones focalizadas, que guiados por el pánico, provocan la unión y la acción de fuerza, para hacer que la masa forme una sola unidad. La violencia en estas acciones es incitada por las propias autoridades mediante acciones represivas y ejecutantes de violencia y responsables de las víctimas fatales (Giddens, 2000).

Las guerrillas o el bandolerismo, son fenómenos conscientes de resistencia activa y estructurada. La Real Academia de la Lengua Española le da el siguiente significado (RAE, 2001):

“Partida de paisanos, por lo común no muy numerosa, que al mando de un jefe particular y con poca o ninguna dependencia de los del Ejército, acosa y molesta al enemigo”.

La guerrilla, conlleva a la creación de un grupo de individuos de un mismo espacio geográfico, la cual no es un grupo de gran envergadura, pero bajo un jefe en particular acosan y atacan a un enemigo, el cual es muy superior. Eric Hobsbawm (2001), historiador neomarxista del siglo XX, explica el bandolerismo

“...como un fenómeno de masas, puede aparecer […] cuando las tradicionales sociedades rurales se resisten al avance de otras sociedades de clases otros estados u otros regímenes rurales […] urbanos o extranjeros”.

Para el historiador inglés, el bandolerismo es común históricamente como expresión de la resistencia colectiva activa, la cual tiene el apoyo de la sociedad tradicional y de una elite local opositora, encarándose decididamente a las acciones de un ente que propicia la desnaturalización de un colectivo original. Muchos de los líderes guerrilleros o bandoleros, son famosos por canciones y poemas relacionados con personas que son exclusivamente de ámbitos locales. Sus acciones se exhiben en los sectores rurales, en los bosques y montañas, lugares donde la geografía es su escondite y la gente común es su soporte. Se oponen a la estructura invasiva y al sujeto autoritario, ejercen el poder y la riqueza que de manera irregular han obtenido, no obstante, legitimada desde los sectores bajos y de aquellos que desean mantener una posición de poder. Para el Estado, son criminales y marginales, excluidos por las elites aliadas a la dominación, pero dentro de las comunidades de los oprimidos u amenazados, son héroes y se transforman en símbolos de libertad. En consecuencia, merecen ayuda y apoyo, bajo el valor de la solidaridad.

Dentro de la denominada resistencia pasiva, no solo entramos en la mantención de la cultura en la vida cotidiana como se indica anteriormente, sino que en actitudes que involucran el apoyo o la solidaridad de los miembros de una comunidad amenazada o sometida, así como también en acciones que al ojo del dominador pasan desapercibidos. James Scott, en su trabajo Los dominados y el arte de la resistencia, explica que los grupos subordinados no se expresan o actúan uniformemente frente a la presencia de representantes de la dominación o bien cuando están entre los individuos de su mismo grupo, calificando tal comportamiento como discursos de tipo público y oculto (Scott, 2003).

Estos son parte de una interpretación y comprensión de una conducta política, donde el grupo subordinado a partir del sufrimiento crea un discurso que critica al poder dominante, el cual no se puede declarar de manera directa. Esta característica, combinada con el discurso de tipo público proveniente del poder, permite la comprensión de la resistencia. De esta manera, quienes carecen de poder y que aún no recurren a una acción colectiva, conspiran tras cortinas reforzando el discurso hegemónico del poderoso, esperando el momento para quitarse la máscara. Para James Scott tal fenómeno social se traduce a una

“…acumulación de resistencias [que] constituye un gran arrecife donde pueden encallar la nave del Estado, considerando que el poder provoca, por su solo ejercicio, una contrarespuesta entre los dominados, sin intervención de alguna organización política” (Héau Lambert, 2007).

Las llamadas “armas de los débiles”, que son la no cooperación y la no integración al bloque dominante, llevarán a la larga al estancamiento del aparato gubernamental, como una iniciativa llevada por cada persona integrante de un colectivo social determinado, fomentado en el traspaso de los conocimientos ancestrales que circulan de generación en generación.

La resistencia es parte de las interacciones sociales y de las relaciones de poder, donde unos quieren el control para objetivos fundamentados en sus intereses y los otros en la búsqueda de la justicia. Estas formas de dominio llegan a un dilema con la comunidad que legitiman, pero si son creadas en el miedo, menosprecio o un ataque al cuerpo o a la identidad, provocarán el brote de la rebeldía. Este es un fenómeno sumamente complejo, que necesita del auxilio de estudios interdisciplinarios, para discernir y analizar la problemática de la dominación y de la resistencia en los procesos de cambio social, a partir de la premisa que la oposición puede ser activa o pasiva en sí misma, al interactuar con una fuerza activa externa, en lucha por el amparo de una posición.

Reflexión Final

La construcción histórica no debe ser solamente para las esferas olímpicas, correspondiente a la presencia de aquellos que han sido vencidos, o a quienes inmóvil y espasmódicamente sufrieron la ocupación, sino para aquellos que en su oposición-aceptación fueron del mismo modo protagonistas, a modo de líderes, intelectuales o gente común. Tales sujetos sociales manifestaron su resistencia, indignación y su búsqueda de justicia mediante la guerra formal, la guerrilla, movilizaciones en masa, la socialización diaria u oculta y en sus discursos, forjando también la sociedad que hoy conocemos. Es ineludible su estudio como referencia para la comprensión de los procesos de oposición, por ejemplo, a la globalización actual. Asimismo, es posible crear una historia “de los otros”, de los perdedores, nativa o desde abajo.

La idea del estudio de la resistencia, entrega nociones novedosas y propositivas de análisis social e histórico. Estos cimientos conceptuales esclarecen el concepto de dominación y sus facultades en el campo del poder, sean estas bajo formas de violencia coercitiva o simbólica a favor de intereses propios, como la apropiación de la producción y la mantención del estatus. La hegemonía, como la justificación de la ideología dominante y la subordinación o la naturalización del poder en los subalternos, basado en ritos, discursos, lenguaje o formas de interacción. En el campo antagónico, es clave la identidad, ya que el autorreconocimiento y la autovalorización, están unidos en eslabones de conexión comunitaria en un paso de constante construcción frente al imperialismo o la asimilación cultural. El colectivo es un “cuerpo vivo” que, al sufrir el daño por invasión, desposesión, represión, desprecio y por deshonras provenientes del señorío, da una respuesta traducida en la impotencia, valoración o solidaridad del dominado, repudiando así a tal autoridad. Tal oposición tiene como motor la indignación a la conquista y colonización, la apropiación y abusos de los recursos y de las personas y de la comunidad original, además del rechazo a los valores foráneos y en la conservación de los propios. En esta interacción existe la aceptación de aquellos elementos del invasor que son de utilidad al oprimido. La lucha contra el intruso también es cotidiana, en los espacios donde el ojo del poder no está presente, bajo lo solapado del discurso oculto, en espera del instante propicio para la sedición y la búsqueda del desagravio, justicia y de la liberación, mediante las acciones activas de la resistencia.

Los procesos históricos de hoy, están muy cercanos a los del pasado. Hoy se observan los fenómenos de la oposición a los entes dominantes actuales tan vivos, activos y críticos que no es posible desentenderse. El historiador –y sus circunstancias- no puede preocuparse de temáticas elevadas, cuando ya no tienen una significancia en el presente. Los cambios sociales tocan en la puerta del taller histórico y tanto maestros como aprendices deben sincrónicamente atender su llamado y especular en el pasado los ecos de esos golpes, sean de parte de la dominación... sean parte de la resistencia.

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  1. Entre los autores postmodernistas están Jürgen Habermas y su teoría de la competencia de la comunicación. Pierre Bourdieu y temática en la violencia simbólica. Axel Honneth y su teoría del reconocimiento.
  2. El concepto de Imperialismo es conocido como el proceso en el cual un Estado se expande y controla otros pueblos, sea por motivos estratégicos, políticos o económicos.
  3. Giddens toma tales ideas de la obra From Movilation to Revolution de Charles Tilly.