¡Temblad oligarcas chilenos! El proceso de secularización y los sectores obreros en Concepción (1860-1890)

Chilean oligarchs treble! The process of secularization and the labor sectors in Concepción (1860-1890)

El presente artículo forma parte del proyecto de investigación conducente a la tesis de magíster titulada: Entre lo “tradicional” y lo “moderno”: El proceso de secularización en Concepción (1860-1910), desarrollada en el programa de Magíster en Historia de la Universidad de Concepción, años 2011-2012.

Resumen

A partir del presente artículo se pretende entregar una mirada general de la secularización en los sectores populares de Concepción, específicamente, en aquellas agrupaciones vinculadas al sector obrero. La hipótesis conductora de la investigación, apunta a visualizar el proceso de secularización en los obreros a partir de las demandas y reivindicaciones sociales, las que permitieron forjar identidades obreras mediante la representatividad de la “postergación” ante la Oligarquía política chilena.

Summary

From this article is intended to give a general review of secularization in the popular sectors of Concepción, specifically, in those groups linked to the labor sector. The hypothesis of this research aims to visualize the process of secularization in the workers, from the social demands, who forged worker identities through the representativeness of the “postponement” from the Chilean Political Oligarchy.

Palabras claves

Secularización – Obreros – Concepción – Siglo XIX

Keywords

Secularization – Worker – Concepción – 19th Century

Introducción

La “secularización” entendida como un proceso histórico-cultural y un componente de un fenómeno mayor llamado «Modernidad», ha sido abordada en la mayoría de las investigaciones apuntando a un elemento político más que a un cambio cultural. Si bien dentro del contexto histórico analizado en el presente artículo, podría resultar una incongruencia disponer de ambos procesos en forma separada, pues intrínsecamente se encuentran entrelazados, cabría estudiar más en detalle si la secularización cultural aconteció en los sectores populares de Concepción, considerando: ¿cómo y de qué manera se manifestó en los grupos populares?, ¿han tenido consecuencias favorables a los propósitos centrales del liberalismo, en cuanto a la idea de situar a los sujetos como centro de la preocupación del Estado?, y más importante aún: ¿cómo habría sido la respuesta de estos grupos ante la preocupación por parte de las elites políticas? Para articular estas respuestas se debe considerar el contexto cultural del siglo XIX que, tanto en Concepción como en el resto del Chile, se caracterizó por constituirse en la antesala de un proceso constante de cambios, que permitirán el posicionamiento del individuo para transformarse o abrirse paso a la “ciudadanía”, quienes, además, debían constituirse en “patriotas”.

La Cuestión Social se materializaba como una solución que recién en los primeros años del siglo XX logró plasmar mayores preocupaciones por las clases medias y oligarcas. Desde 1870 en adelante, se proyectaba en obreros y trabajadores en general, su realidad decadente y perniciosa desde las publicaciones de prensa elitista. La panorámica histórica que demarcó las décadas finales del siglo XIX hasta Centenario de la República, se vislumbraba en el mundo obrero como la “dura vida del proletariado, de los obreros, campesinos y mineros, de la masa flotante arrimada a las grandes ciudades”1; además, visto desde las elites y los sectores medios como una clase social “desmoralizada”, en abierta contradicción con las virtudes y valores existentes en la sociedad chilena según la visión de la elite política.

El fortalecimiento del “Estado-Nación” en Chile era un proceso que, en paralelo, complementaba los cambios que generaba la secularización y la modernidad religiosa. Esta última, caracterizada como un “continuo proceso de transformación, recomposición y reorganización del campo religioso”2, lo cual, para efectos de la secularización en los sectores populares, se enmarcará exclusivamente en una abierta necesidad de transformar su estado deplorable de marginalidad, generando círculos de sociabilidad con el propósito de mejorar su condición intelectual y abrirse paso a ideologías tales como el Socialismo a finales del siglo XIX.

Las nuevas corrientes ideológicas que circularon entre los intelectuales y la elite en general, fueron promoviendo el cambio de mentalidad y la consolidación de las corrientes ideológicas que relegarían a la Iglesia a un ámbito restringido en cuanto a espacios públicos. El paradigma secular se encontraba en marcha, preparando el camino a la modernidad. Este discurso plenamente consolidado en las elites, sin embargo, también habría llegado a los sectores populares y subalternos en las ciudades más importantes, marcándose su mayor desarrollo a partir de la década de 1860 en adelante para Concepción.

A partir de lo establecido por Luis Ortega, las tres ciudades que generaron un mayor movimiento migratorio de habitantes producto del desarrollo económico y social, habrían sido Santiago, Valparaíso y Concepción, entre los años 1850 y 1880. Concepción sin embargo, con 18.277 habitantes hacia la década de 1870, “era un pueblo grande, que sólo lentamente se iba sacudiendo de su legado colonial”3, y aun cuando se trataba de una ciudad que en su lento peregrinar histórico comenzaba a transformarse mediante la modernidad, entre los grupos populares más excluidos por el sistema económico ‒aquellos también arribados desde el campo, pero que no lograron insertarse laboralmente en la ciudad‒ comenzaron a proliferar en la urbanidad, constituyéndose el “medio urbano” de las tres ciudades mencionadas en: “un imán para ricos y pobres. Miles de personas continuaron convergiendo en ellas […] por las oportunidades que ofrecían.”4 La ciudad se configuraría en una alternativa favorable para encontrar más y mejores oportunidades de surgimiento para oligarcas, la naciente clase media y los sectores obreros.

Para comenzar a tratar algunas de las interrogantes expuestas al inicio del artículo, se debe rescatar que, hacia finales del siglo XIX, Chile estaba obteniendo importantes riquezas gracias a la minería nortina. A partir del triunfo de la llamada “Guerra del Pacífico”, Chile logró complementar sus arcas fiscales con las ganancias del salitre, por otro lado, la minería del carbón, en menor escala, también dejaba un resquicio nada despreciable para la renovada economía chilena. En medio de todo este escenario económico, Concepción fue a juicio de Alejandra Brito, plenamente trasformado por las actividades económicas que se estaban dinamizando. La economía de finales del siglo XIX5 habría dado origen al “Gran Concepción”, con todo un auge económico que, sin embargo, no logró traspasar las fronteras temporales del siglo en curso. Tras el desarrollo de las nuevas áreas de cultivo triguero, las exportaciones desde el puerto de Talcahuano comenzaron a declinar, dejando como consecuencia, el posicionamiento de las exportaciones textiles y carboníferas como las principales protagonistas del capitalismo en el Biobío.

La metodología empleada para tratar las fuentes trabajadas corresponde al análisis de discurso, cuya finalidad es poder extraer los distintos imaginarios y construcciones culturales presentes en las publicaciones de prensa trabajadas, las que, a su vez, son representativas de los sectores políticos y sociales presentes en el Concepción de mediados del siglo XIX. En segundo lugar, permite desentrañar los intersticios presentes en sus discursos.

Finalmente, a partir de la revisión de prensa representativa del sector obrero, se concluye que ni los proyectos liberales como los procedentes del ámbito conservador, resultaron ser eficaces para atender a la realidad obrera en Concepción. La secularización entendida como un fenómeno histórico, cultural e intermediario, previo a la modernidad, se materializaría en una primera instancia en los sectores obreros con el cambio cultural desarrollado por la sociabilidad6 practicada en las sociedades de socorros mutuos, en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX.

Los grupos obreros de Concepción en la segunda mitad del siglo XIX: entre la regeneración y la secularización

A partir del año 1860 en adelante, el naciente “Gran Concepción” sostuvo un cuadro de movilidad poblacional asociado a su actividad económica-mercantil. Según Gabriel Salazar, esta movilidad de carácter migratoria que se desarrolló en todo el país se debía a “la crisis del viejo sector minero y la paralización del desarrollo del sistema de hacienda”7. La preocupación existente entre los conservadores radicó en que la agricultura estaba siendo abandonada, lo cual generaría un perjuicio negativo por tratarse de la principal y más tradicional fuente económica de Chile. La inquietud por el dinamismo migratorio se asoció a una pérdida de mano de obra artesana y obrera, la cual preocupaba tanto a la Iglesia como al conservadurismo de Concepción, frente a este punto, Homero Ponce plantea el interés por parte de los sectores terratenientes de retener la estructura económica agraria tradicional, presente desde los tiempos coloniales; según Ponce, este grupo social se caracterizaría como “una aristocracia tradicional, agrícola y clerical del valle central de Chile a cuyo lado se forma una aristocracia financiera, que fundamenta su poder en el comercio de exportación, de la industria minera y en la banca, inspirada en el liberalismo doctrinario, expresión de la filosofía racionalista y positiva”8. Este cambio que se desarrolló en torno a la elite tradicional, obedeció a la diversificación económica que se estaba generando en la economía chilena. Desde esta perspectiva, el llamado de atención que se hacía a los trabajadores del campo ‒los que, de poder trasladarse a la ciudad, decidían en atención a la diversificación económica‒ estableció la necesidad de generar mano de obra calificada en la población migrante. El movimiento poblacional comenzaba a configurarse como una realidad, al mismo tiempo, en un desafío para la instrucción pública, inserción laboral y urbana en las ciudades más grandes. En Concepción, este fenómeno fue plasmado con ademanes derrotistas y preocupación por parte de la prensa representativa del conservadurismo, la cual dedicó reportajes en torno a los movimientos de trabajadores que deambulaban “desde el campo a la ciudad”, sin la posibilidad de establecerse con estabilidad. Al respecto, en el diario La Libertad Católica correspondiente al 24 de febrero de 1872, se publicó lo siguiente:

Es bien triste i desconsolador contemplar esas carabanas de compatriotas nuestros que se abandonan en manos de la suerte, tras una fortuna que raras veces i a pocos presenta una tierra prometida. Es digna de mejor suerte la situación del obrero chileno, inteligente i constante para el trabajo, para que no llame sobre si la atención de los que son llamados a mejorarla […] No creemos exagerar si afirmamos que mayor es el número de los chilenos que en estos últimos tiempos han abandonado el pais que el número de los extranjeros que ha llegado a él […] En Chile, i mas al presente, no ha faltado trabajo para el peon, ni para el artesano. Si los salarios no han sido tan subidos como en otras partes, están al ménos en proporción con los gastos de consumo, i dejan siempre al que sabe conducirse con honradez i economía algo para ahorrar9.

El conservadurismo penquista compartió la preocupación por la degradable situación del obrero chileno. Esta actitud se entiende a juicio de Sergio Grez, porque tras la segunda mitad del siglo XIX los conservadores en conjunto con el clero intentaron controlar e influir en los grupos de trabajadores populares, con el propósito de ocasionar “una forma de controversia político-ideológica tradicional, reforzada por el mutualismo y otras actividades destinadas a hacerla más atractiva”10. Dicha forma de sociabilidad política quedó en evidencia tras el trabajo del clero, misioneros y “hombres de buena voluntad”, tal como lo indica el reportaje titulado «Emigración del Trabajador» publicado por el diario La Libertad Católica. Al respecto el periódico plantea: “La accion de los párrocos por medio de la predicacion, los misioneros en los campos, las instituciones primarias, en una palabra todos los hombres llamados a completar una obra de bien i que mira al porvenir del pais entero”11. La prensa conservadora pretendía establecer un acercamiento a la situación del trabajador, con el propósito de movilizar a sus lectores como un medio para arremeter en contra del fuerte desarrollo del liberalismo, el cual tanto en Concepción como en el resto del país, buscaba forjar adeptos y reivindicaciones al “pueblo” ‒que independiente de la orientación ideológica de la élite, se consideraba que el “bajo pueblo” debería “regenerarse”‒ pero instaurando en la cultura penquista la noción de “regeneración”, coincidente con los valores cristianos y de la Iglesia, materializando una evidente directriz política conservadora para este momento histórico.

Más allá de toda conjetura por el sufrimiento de los trabajadores, lo que la Iglesia y el conservadurismo en sí estaban lamentando era la pérdida de mano de obra en el campo. Todo el sistema de haciendas desarrollado desde los tiempos coloniales, enriqueció a las familias tradicionales descendientes de la aristocracia castellano-vasca, en consecuencia, cercanas o adherentes al conservadurismo. El siglo XIX implicó desde la perspectiva descrita, un punto de inflexión en materia social y económica, pues la burguesía mercantil estaba cada vez más empoderada y tomando participación relevante en la diversificación económica con la minería del salitre, además de las manufacturas y el capitalismo surgente en el Bio-Bío. Gabriel Salazar añade un antecedente más respecto de la caída en importancia de la agricultura, pues a partir de la revisión del Anuario Estadístico de 1874, Salazar concluye que “el producto industrial bruto alcanzaba sólo al $11.618.959”12; antecedentes que dan cuenta de una transformación económica que en razón de la movilidad social generada, ocasionaría cambios significativos en la cultura popular del siglo XIX emplazada en la urbe, en Concepción, ciudad que comenzó a repletarse de conventillos y habitaciones de obreros en alguna de sus calles más concurridas13.

La identificación cultural en torno al concepto “clase obrera”, adquirió una popularidad importante en el transcurso del período en estudio. Se debe su utilización a la influencia cultural e intelectual propiciada por la segunda Revolución Industrial, en cuyos precedentes, se sustentó ideológicamente el concepto en cuestión, aun cuando la noción en sí misma apuntó a una cosmovisión del obrero mucho más instruido14. La necesidad de instrucción se materializó en la creación de la “Escuela Nocturna”, cuya comisión comenzó a trabajar desde 1858. El diario El Amigo del Pueblo entrega antecedentes de la capacitación que se les hacía a los obreros, sin embargo, más que una simple cuestión de orden intelectual, interesaba más por el conocimiento técnico del trabajador. Al respecto, el período declaraba:

Lo que extrañamos es que nuestros artesanos sean tan perezosos para instruirse […] cuántos de ellos ahí que tienen a cargo trabajos de consideración y tienen que valerse de manos ajenas para sus cuentas y arreglos; otros que no conocen una línea, ni menos las cifras que hay escritas en una escuadra, y sin embargo pretenden llamarse artesanos. En la escuela a la que nos referimos se enseña dibujo lineal y todos aquellos ramos necesarios para adquirir una regular instrucción. Pero lo que observamos en los artesanos, es que más les gusta pasar la noche en lo que llaman remolienda que pasar una hora instruyéndose15.

En la mirada paternalista de la “miseria” desarrollada por el conservadurismo, se incluye también aquella contemplación crítica más orientada a la voz liberal, como la citada anteriormente. Desde la cosmovisión estatal, según lo que plantea Luis A. Romero, el Estado “…se propuso educar y disciplinar a los sectores populares y constituir en ellos la identidad del habitante y el ciudadano…”16, en otras palabras, el Estado habría procurado implementar las fórmulas necesarias para suplir la falta de mano de obra capacitada, del mismo modo procuró forjar adeptos a la cosmovisión estatal, empleándose el recurso patriótico como un elemento moralizador del sector obrero.

Fuera de toda conjetura formativa, las escuelas y las sociedades de socorros mutuos que comenzarán a surgir en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, específicamente desde 1870 en adelante para la ciudad de Concepción, empezaron a situarse como un importante espacio de sociabilidad. Además de educarse al trabajador para fines laborales, la sociabilidad les permitió a los obreros generar una identidad compartida, vislumbrar reivindicaciones sociales y en dicha perspectiva poder reclamar por un bienestar social a través del mutualismo, en conjunto con los distintos canales dispuestos para conseguir mejoras sociales. Lo anterior permitió contribuir al origen y desarrollo del movimiento obrero en Chile, con mayores reminiscencias en la primera década del siglo XX17.

El conservadurismo acompañado del interés eclesiástico, debió enfrentar la cara opuesta el esplendor económico del capitalismo en Chile, aquella que daba cuenta de la población que no logró insertarse adecuadamente en el nuevo escenario económico chileno, el cual en la minería nortina centró su interés en “…el oro blanco, desde fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX”18. Pese a esta bonanza económica para Chile, ya a principios del siglo XX la inflación estaba coartando el poder adquisitivo de la sociedad en su conjunto, aspecto que en el XIX estaba dejando consecuencias aún más nocivas en las clases trabajadoras. Sumado al tema económico, se buscó materializar por parte de las elites un mecanismo de control en los sectores populares, otorgándosele un énfasis primordial a la educación del obrero. El diario La Libertad Católica perteneciente al conservadurismo penquista, continuaba llamando la atención de sus lectores en función del acontecer obrero. Al respecto, se publicó lo siguiente: “Necesario es entónces que la acción individual contribuya por su parte a jeneralizarla, llevando la luz a las inteligencias de los desheredados de la fortuna”19. La institución encargada de cambiar la suerte de los trabajadores empobrecidos eran los denominados “Amigos del País”, agrupación que, si bien pretendió cambiar la situación de los trabajadores pobres en Concepción, se constituyó en un sitial importante de moralización católica para los trabajadores. La intervención conservadora a partir de lo ya señalado, estaría en un completo plan de instrucción moral por sobre los artesanos y obreros en general. Continuando con la publicación ya citada de La Libertad Católica, es posible advertir lo siguiente:

Por lo que aparece en el aviso a que nos hemos referido, se vé, se enseñará en la escuela todos aquellos ramos; cuyos conocimientos son indispensables para el pueblo […] La instrucción relijiosa dirijida a mantener i fortificar los sentimientos moreales del hombre i del ciudadano, hijiene, destinada a darle a conocer el empleo de los medios mas conducentes a la conservación de la vida i la salud; la economía doméstica que tiende a introducir en el pueblo los hábitos de trabajo i ahorro; el derecho público que le dá a conocer sus derechos i obligaciones como miembro del Estado, deben tener para el pueblo una importante suma20.

A partir de las directrices conservadoras en Concepción, resultó ser de suma importancia que los sectores populares estuviesen bajo un cierto grado de “tranquilidad”, pues como mano de obra eran actores relevantes en la economía chilena. Toda la movilidad social que se desarrolló a raíz de la pujanza mercantil y capitalista, proliferó las virtudes de vivir en la ciudad, como consecuencia de ello, en las últimas décadas finales del XIX, hubo un incremento en las migraciones campo- ciudad para Concepción. Tras la llegada de una mayor cantidad de habitantes procedentes desde el campo, se descuidaba desde la óptica conservadora lo que era considerada como la principal actividad económica chilena: la agricultura. A partir de la misma fuente revisada, se advierte en los conservadores el pesar por el abandono del campo chileno, esto tras los sucesivos procesos de modernización que requirieron una importante presencia de mano de obra obrera. Al respecto, La Libertad Católica señalaba: “La construcción de caminos de ferrocarriles continua i muchos peones abandonan sus faenas de capo por ocuparse de ellos, i si a éstos se agregan los que emigran ¿quiénes le quedan a la agricultura? Nadie; pero nos engañamos, le quedan el abandono i la muerte”21

El movimiento de los sectores populares marcó una oportunidad de intervención para encontrar adeptos en la política. La agricultura estaba lejos de ofrecer las condiciones de vida “aceptables”, razón por la cual, las migraciones a los sectores urbanos fueron una alternativa viable. Los maltratos y la denigración social a los cuales debieron someterse buena parte de los grupos populares procedentes del campo, habían sido la piedra de tope para una mayor explotación del agro chileno desde la perspectiva social, quedando en una posición inferior ante la minería y las manufacturas. Según Gabriel Salazar, a partir del año 1860 en adelante, el asentamiento popular en las ciudades transformaron una parte del paisaje urbano, esto se reflejó en: “…las habitaciones del bajo pueblo aparecían aglutinándose en torno y dentro de las grandes ciudades, configurando un fenómeno altamente visible.”22 No obstante con lo anterior, la minería carbonífera a partir de 1865 culminó su proceso de posicionamiento como actividad económica, la cual generó el relegamiento definitivo para la agricultura de los escenarios de importancia económica. Se debe considerar a lo planteado anteriormente que la agricultura se desarrolló con mayor importancia en el valle del Aconcagua, marcándose una importante distancia cultural con la Provincia de Concepción.

El problema del asentamiento urbano para la población migrante no se resolvía cabalmente. Corría la década de 1890 en la ciudad de Concepción y todavía persistía el problema de la habitabilidad para los obreros, tanto para su residencia familiar como para el asentamiento momentáneo, este último, para los trabajadores que requerían instalarse mientras durasen las faenas. Para resolver el problema del asentamiento, la Municipalidad de Concepción estableció un instructivo para la construcción de casas-habitaciones de obreros, también llamadas “conventillos”. Se consideró para la construcción de habitaciones obreras la reglamentación sanitaria vigente para el decenio final del siglo XIX, evitándose así el riesgo de enfermedades como el cólera y el tifus, las cuales eran recurrentes en la ciudad. En la sesión del 5 de agosto de 1892, luego de veinte años de problemas de salubridad, la Municipalidad penquista instruyó lo siguiente:

  1. Que uno de los deberes primordiales de las municipalidades es fomentar los hábitos de ahorro e hijiene en los proletarios;
  2. Que uno de los medios mas practicos y eficaces de conseguir este objeto se viene practicando en todas las ciudades de alguna importancia en paises civilizados;
  3. Que esta necesidad se hace sentid doblemente en Concepción, a donde los obreros les va siendo difícil encontrar habitaciones que estén al alcance de sus intereses;
  4. Que la Municipalidad se le presenta la oportunidad de llevar a cabo instrucciones de esta naturaleza, como lo insinuó la junta de Alcaldes, destinada para este objeto parte de los terrenos baldíos que posee […]23

El problema central fue responder la pregunta “¿dónde ubicarlos?”, la cual según Laura Benedetti se formuló porque “…los recién llegados no dudaron en levantar ranchos y chozas en terrenos que eran propiedad de la Municipalidad y ocupados, como era lógico, en forma ilegal”24. La interrogante estaba lejos de ser respondida, todavía corría la década de 1890 y pese al esfuerzo de la municipalidad por subsanar la precaria situación para la habitabilidad obrera, los problemas de asentamientos fueron a penas una arista al problema de fondo.

Fuera de toda circunstancia político-ideológica, los sectores populares de Concepción pretendían buscar soluciones para las mejoras de sus condiciones de vida, la cual desde la habitación misma como en las remuneraciones salariales, requirieron de instituciones o causas benéficas que pudiesen proporcionarles algún tipo de asistencia. Bajo una premisa como la anterior, cualquier institución de la raigambre ideológica –desde los Demócratas Penquistas hasta inclusive alguna cofradía católica, de las cuales no se tiene mayores registros en Concepción– que pudiese asistir socialmente a los sectores desposeídos, serían plenamente avalados por el sector obrero y las agrupaciones populares en general. La secularización respecto de las tradiciones populares se modernizaba conforme al desarrollo de la modernidad, por tanto, en gradual medida, el proceso no sería indiferente a los sectores populares.

A partir del año 1878 se desplegaron nuevos antecedentes de incomodidad por parte de los trabajadores en contra la oligarquía chilena. Fue un período en el cual, las relaciones entre el Estado y la Iglesia desarrollaron sus mayores tensiones, repercutiendo principalmente en las dinámicas de los partidos. ¿Cómo observaban las clases trabajadoras en general este fenómeno?, principalmente se aprecia en la prensa de carácter “obrera”, una representación de la “postergación” y el “abandono” por el Estado oligarca chileno; daba igual el origen y la trascendencia de los ideales políticos en juego; el trabajador y su entorno se percibían en su representatividad social y colectiva, como figuras desplazadas. En medio de un álgido debate en la prensa de los distintos colores políticos, el mundo obrero no logró interiorizarse mayormente por una u otra postura, salvo en aquellos casos tras los cuales efectivamente lograron cohesión a partir de los apadrinamientos desarrollados por instituciones de mutualismo y sociedades de socorros mutuos, algunas dependientes del liberalismo- radicalismo, o en caso contrario, adjuntas al conservadurismo católico. El periódico El Progreso de Concepción, adherente a las líneas editoriales del liberalismo, explica el sentir del pueblo y las clases trabajadoras relacionadas con el desempeño político. Su publicación esboza las virtudes de la religión y el trabajo como prácticas que se asocian “al bien”. Al respecto, puede leerse:

En corazones corrompidos i viciosos, el mal se anida i principia el jérmen de infesta jeneracion, que se propaga tanto en el pueblo, que pasan muchas decena de años sin ser extinguida de la sociedad. Por el contrario, si el hombre, desde sus primeros años es alimentado por el dulce néctar, que la Providencia embalsama i robustece conla suave i vivificadora sávia de la relijion i el trabajo, no solo será feliz i apreciado de la sociedad, será honrado i trabajador, verá con horror la miseria […] socorrerá las necesidades de los semejantes, estudiando los medios de implantar en ellos los primeros rudimentos de la moral i el trabajo.25

La “religión” al igual que el “trabajo” se instituían en la cultura de la época como el proceso necesario para lograr “regenerar al pueblo”, constituyéndose lo religioso en un paradigma de orden y moralidad para mantener a un “bajo pueblo” sosegado, respetuoso de la ley, pero por sobre todas las cosas, en un sitial de control mediado por la caridad de las órdenes religiosas y las sociedades de beneficencia. El obrero carecía de medidas que fuesen suficientes para abordar el problema. La noción de “moralidad” desarrollada en el contexto chileno era, a juicio de las elites que bordeaban la década de 1870, al conjunto de valores que otorgaban una base a la cultura chilena de su tiempo. Luis Alberto Romero ha sido uno de los estudiosos en torno a la figura de la “moralidad” en la pobreza, la cual se encontraba en una profunda escisión: “… suponía, sin embargo, la integración de un orden cultural común, se había pasado a la segregación”26. Postergación que resultaba evidente para la pobreza de Santiago, contexto que permite proyectar una realidad histórica para Concepción respecto de su trato con los desvalidos. Se requería unificar esta unidad cultural que se vislumbraba, según los antecedentes de Luis Alberto Romero, como una segregación evidente desde las elites a los sectores populares cercanos a la pobreza27.

El sentimiento de exclusión quedó en evidencia al publicarse un comunicado dirigido a las clases trabajadoras titulado “El Congreso Obrero”, reflexión en la cual los demócratas intentaban inmiscuirse en el pensamiento obrero explicando su razón de exclusión. Pretendió ir más allá de la simple dualidad ideológica, la cual era procurada tanto en el liberalismo como en las agrupaciones conservadoras de Concepción. En una mirada a lo largo de todo el siglo XIX, desde la independencia hasta 1895, los demócratas acusaban la postergación obrera y la nula preocupación de las elites políticas por la educación de los obreros. El artículo al respecto, señala:

¡Por ejemplo: desde 1810 hasta la hora en la cual escribimos; la mayoría de los obreros en Chile no saben qué es tener criterio propio! ¿Quién tiene la culpa? –La oligarquia de los partidos históricos que se ha confabulado para tener siempre en la ignorancia al chileno trabajador– ¡Desde 1810 hasta 1895 las clases trabajadores en nuestro pais, no saben que es una obligacion y un deber tener una prensa propia donde el hombre de trabajo, por ser la mayoria de la nacion, dé á conocer sus ideas, las cuales han de influir poderosisimamente en los presentes y futuros destinos de la desgraciada nación chilena, sirviendo al mismo tiempo de honra y prez a las clases trabajadoras que asi obran.28

Los Demócratas a través de El Derecho, reconocen la trascendencia de la prensa para los obreros, sin embargo, por muy cercano que pretenda plantearse este tipo de periodismo al sector popular, no se debe dejar de lado el interés de reivindicación direccionado desde una elite intelectual que busca adeptos a su causa. La prensa obrera de Concepción, por mucho que pretenda desprenderse de los partidos tradicionales, estaba plenamente direccionada por un grupo intelectual que, independiente del apoyo obrero –o incluso, que estos mismos publicasen su pensamiento en forma directa– debió desarrollarse una movilidad social que permitió a representantes del mundo popular, poder hacer circular su pensamiento al colectivo de sus pares. El círculo más “instruido” en comparación con el resto de la población popular, habría sido el obrero educado por las sociedades de socorros mutuos. El aspecto crítico expuesto al menos en El Derecho, obedecía, además, a contextualizar el discurso político del siglo XIX profesado por las elites. En relación al liberalismo decimonónico, la crítica en función de sus ideas era gráfica, logrando destacar sus contradicciones:

Se necesita ser bastante miope en política para no descubrir que los partidos gobernantes iban trabajando con doble rostro: uno de peregrina belleza, y el otro de jesuitismo consumado. El primero son los Programas de ellos, que ántes de ser un reflejo de las necesidades y aspiraciones del ciudadano chileno, son un plajio de los filosoies franceses, cuyas doctrinas mini sabias en el fondo, son irrealizables en un pueblo de distinta naturaleza como el nuestro. Ahora pasando al segundo rostro, que es donde rebosa el jesuitismo para el obrero, se les sorprende pisoteando sus bellos Programas, es decir, queman lo que adoraban para adorar lo que antes quemaban ¡Qué bien los retrata Enesto Naville!, acusando dice «Varios de entre los hombres que sostienen esta doctrina, (la de libertad) se entrometen en negocios politicos, i figuran en las filas del partido llamado liberal. En sus libros de ciencia afirman que la libertad humana es una quimera; en […] las asambleas deliberativas, son los campeones de la libertad!29

El obrero según lo dispuesto en la publicación de prensa citada, pretendía rescatar su mensaje desde su propia realidad histórica, construida y esbozada a partir de la exclusión. Ante el problema de representatividad presente en el artículo citado, los obreros no tenían más alternativas que forjar un discurso de crítica en torno a la política chilena. Al respecto, el periódico El Derecho que ya fue citado, señala lo siguiente: “Por eso algunos obreros de casi todas las provincias, al ver tanta farsa en las masas gobernantes, tanta mascara en los partidos […] todo esto, decimos, nos ha obligado a no soportar por mas tiempo el mutismo que nos embargaba, para proclamar de voz en cuello los derechos del obrero según la fuerza nuestra”30.

En el año 1895, luego que transcurrieran las primeras consecuencias de la Guerra Civil de 1891, las agrupaciones obreras comenzaban a resentir el desarrollo económico que los excluía de las reales ganancias que la economía capitalista habría obtenido. La sociabilidad obrera se movilizaba en torno a sus reivindicaciones sociales y económicas. Los obreros se percibían como el gran grupo desplazado de los intereses oligárquicos, incluyéndose de igual manera a los radicales, considerados como “rojos” y a la nueva ideología socialista que se estaba forjando en Chile. Respecto de la presidencia de Jorge Montt, el pensamiento obrero se manifestaba en el periódico El Derecho, en cuyas líneas reconocen que el desplazamiento del gobierno es evidente y que no estarán dispuestos a tolerarlo; en la propaganda bajo el seudónimo de “Un Obrero”, fechada el 15 de junio de 1895, se puede encontrar lo siguiente:

¡Está visto i probado que Don Jorje, no ha nacido para hacer la felicidad del pueblo chileno; su gobierno ha servido solamente para avergonzar a nuestro pais ante las demas naciones civilizadas […] La prensa pagada por los Banqueros para defender la ley de conversion, no ha cansado de repetir una i mil veces, que con la conversion metalica, el pueblo trabajador se iba ha beneficiar inmensamente, que los artículos de consumo bajarían de precio, como tambien los arriendos de propiedades pues, a la fecha llevamos medio mes de circulacion metálica i no tenemos conocimiento de que ningun propietario haya rebajado el alquiler, ni en cinco centavos. Especto de los artículos de consumo, salvo uno que otro han bajado algunos cenravos. Con respecto al oro mismo, el pueblo lo mira con indiferencia, tanto por lo diminuto de las monedas como tambien, porque no quiere hacerse con lo que no le hace de durar31.

El desplazamiento obrero representó socialmente una ilegitimidad de las élites gobernantes. Considerando además las consecuencias de la Guerra Civil de 1891, que, si bien el gobierno de Balmaceda invirtió recursos en la modernización y la fundación de instituciones educacionales con pretensiones de dignificar el mundo obrero, estas no fueron necesariamente respaldadas por la representatividad del mundo popular. Se debe considerar que el movimiento obrero comenzaba a germinar en la década final del siglo XIX, en los núcleos urbanos de todo el país, siendo Concepción un escenario más de la postergación social desde principios del siglo XIX.

A partir de la representatividad social distinguida en la prensa citada, más la aproximación al proceso de secularización en cuestión, se puede advertir que en los grupos de raigambre popular la imagen de postergación fue una postura plenamente demostrable por el contexto social de precariedad, por sobre otra conjetura que apuntase a perseguir un ideario político-partidista. Respecto de lo anterior, el movimiento radical sería una prueba de este interés por albergar la “causa popular”, pero siempre vista desde una elite política dominante. El historiador Hernán Ramírez Necochea, pese a entregar una visión homogénea del mundo obrero y popular, señala las principales características del conglomerado radical, las cuales independiente de su mesurado componente popular, este no lograba colmar las cúpulas de poder del radicalismo. Al respecto, Ramírez señala: “Sin embargo, aun en sus orígenes, el Partido Radical tuvo el carácter de una entidad política esencialmente burguesa; su plana mayor la conformaban acaudalados mineros, comerciantes y banqueros”32. En estricto rigor y a diferencia del radicalismo, los Demócratas habrían sido una facción política con más representación en los sectores obreros, no sin poseer en paralelo un cierto interés burgués por encausar filas con el prematuro Movimiento Obrero.

Más allá de todo esfuerzo moralizador de parte de la Iglesia y el conservadurismo, en contraposición a la búsqueda de los liberales- radicales en las sociedades de socorros mutuos y agrupaciones obreras en general, sobresalió en Concepción una agrupación que desconocía abruptamente la legitimidad del sistema político oligarca. Se declaraban opositores de todo esfuerzo del gobierno de Jorge Montt en función de las agrupaciones populares; se reconocían como los oprimidos por la oligarquía, tampoco veían en ella un referente moral válido por muy cristiana que aparentasen ser las reivindicaciones por ella impuestas. En síntesis, los demócratas y buena parte de los sectores populares desconocían “todo” lo que pudiese sobrevenir de una oligarquía para ellos, completamente corrupta e ilegítima. En un artículo titulado como “La Unificación”, publicado por el periódico El Derecho de Concepción en el mes de junio de 1895, se refleja lo siguiente:

¡Templad Oligarcas Chilenos al grito de union de los Democratas penquistos. Temblad porque el pueblo despierta para romper las cadenas que lo oprimen, i castigar a sus opresores! – Temblad al grito de libertad del pueblo a quien habéis tenido sumido en la miseria por tanto siglos, i porque hoi se levanta vigoroso i dispuesto a disputaros la dirección de los destinos de su patria, vilipendiados hasta la exajeracion por vosotros. –Temblad en fin porque la hora de la verdadera redención del pueblo chileno se acera; como para vosotros la hora de la expiación de vuestras maldades i crímenes!33

La figura de la “verdadera redención del pueblo”, acompañada de otra empleada en el lenguaje católico: “expiación de vuestras maldades y crímenes”, fueron demostrativas de un recurso crítico de la religiosidad en las élites, que domingo a domingo y en cada festividad religiosa desarrollaban un catolicismo exacerbado. El sentido cosmogónico de lo religioso traducido en un plano idílico del devenir del pueblo, intentaba representar socialmente el ideal de la “salvación terrenal”, matizándola con la idea de un “juicio final” a la oligarquía gobernante por los abusos y la postergación que, a juicio de la agrupación Demócrata, habrían desarrollado en desmedro de las clases o sectores populares en general.

El siglo XIX fue la agrupación de décadas que se constituyeron en la antesala para una modernidad cultural, sin embargo, el acceso a las escuelas para los obreros les permitía forjar una crítica al acontecer político y su situación de postergación que estos mismos sostenían como “bajo pueblo”, según el concepto por el cual eran conocidos en su tiempo. Para efectos de esta crítica, fue necesaria la implementación de un recurso tan preservado desde el siglo XVIII y los anteriores como el ideal de la “salvación”, la cual a partir de la óptica popular penquista y a nivel nacional, las oligarquías habrían perdido por sus actos vejatorios al pueblo popular. He ahí la necesidad reivindicativa de transformación. La publicación perteneciente a la Agrupación Demócrata no desconocía tampoco el interés de forjar una lucha tras las elecciones que se avecinaban, frente a este respecto, en la misma propaganda se advierte lo imprescindible que es la unión para lograr fijar sus intereses en el campo electoral, entendiéndolo como una herramienta útil para el propósito buscado por los demócratas: “¡I vosotros Democratas Penquistos! No olvidéis que «querer es poder», para que aunando todos, vuestros esfuerzos os hagáis fuertes haciéndose respetar en el campo de las luchas electorales”34.

La institución reconoce adicionalmente el valor del trabajo, pues sólo desean que se logre “…la igualdad de derechos, i no la igualdad de fortunas.”35. Contrario a las descripciones que se apreciaban en la prensa conservadora desde 1872 en adelante, el sector obrero ha buscado una movilidad que lo revindique de sus condiciones de “postergación” en la cual se sentían relegados por parte de la oligarquía. La prensa conservadora en función de los antecedentes del mundo popular, los ha mostrado de una u otra forma con aristas contradictorias, desde acusarles de un espíritu de “irreligión”, hasta valorarlos como una clase “inteligente y laboriosa”, no sin además exhibir toda clase de ensalzamientos respecto del mundo popular. La crítica a la Iglesia Católica tuvo iniciativa en Alejandro Venegas ‒uno de los autores denominados “ensayistas de la crisis” también, reconocible con el nombre “Dr. J. Valdés Canje” ‒ que en su alocución denominada Sinceridad, el autor entrega en sus planteamientos ciertos grados de críticas ante el proceder de la Iglesia, el cual le parece poco confiable respecto de los sectores populares. Al respecto, Venegas señala:

La Iglesia Católica, que en los últimos tiempos ha tomado el partido de atraerse a los obreros aparentando interesarse por ellos en la resolución de los problemas sociales, disimula muy poco sus verdaderos propósitos para que vayamos a creer en su decantado amor al pueblo: diecinueve siglos lo tuvo bajo su égida y no hizo otra cosa que explotarlo, predicándole resignación, y solo ahora, cuando se le escapa de las manos, viene a preocuparse de remediar sus desgracias.36

Toda la crítica suscrita por Venegas enarboló una percepción radical que se estaba materializando en razón a los acontecimientos. Producto de los dinamismos propios acaecidos en una secularización cada vez menos armoniosa, las conjeturas de críticas eran aprovechadas por los intelectuales del período finisecular, buscando paralelamente una mayor valorización de las ideologías radicales en su vertiente más enconada. Los problemas sociales presentes en las clases obreras y populares, demandaron acusaciones a todo el espectro ideológico que componía la elite de Concepción y en el contexto nacional, de toda la oligarquía chilena. La Iglesia persistía en su afán de moralizar e instruir a los obreros fuera de los parámetros orientados por la “lucha social”. Ricardo Krebs señala en el ejemplo de la “Sociedad de Obreros de San José”, fundada en 1887 presente en la ciudad de Santiago, que en los propósitos centrales de este tipo de instituciones católicas ‒en abierta diferencia con aquellas de corte más radical como la de Lorenzo Arenas, que se revisará más adelante‒, se encontraban orientadas por su catolicismo a convertirse en “…un instrumento para la formación moral y religiosa, con el fin de inculcar en la persona la virtud y la piedad.”37, en consecuencia, facilitadoras de una instrucción evangelista más que técnica respecto de las necesidades de capacitación. Se buscaba desde la Iglesia forjar en los obreros personas “regeneradas” y virtuosas por su moral cristiana, respetuosas de la ley y practicantes de la piedad católica.

Retomando el análisis de la prensa obrera de Concepción, como antecedente preliminar, se puede apreciar tanto en ella como en la demócrata un rasgo en común: la nula vinculación de lo religioso en cuanto a evocaciones de “lo divino” en sus demandas fuera del recurso analizado de la “salvación” como llamado de atención a la crítica. Existe una clara cosmovisión secularizadora de la realidad obrera, la cual, en vez de proliferar en agrupaciones con motivos caritativos, tal y como lo disponía la Iglesia y el Estado, buscaban reclamar su camino con rumbos y perspectivas propias. Ya sea desde la causa liberal como desde la conservadora, podrían haber tenido cabida en tanto estas se adscribiesen a las reivindicaciones sociales de los grupos populares en general, interés que no se materializó. Sin este requisito todo esfuerzo externo de apoyo resultaba infértil; Sol Serrano reconoce en el particular caso de la Iglesia Católica, que el siglo XIX más allá de la llegada del conservadurismo al poder, era de por sí el siglo de su derrota38; ya sea desde la historia eclesiástica como el paulatino desprestigio del clero en su ejercicio por alcanzar en este particular punto a los sectores populares, o en las luchas de los liberales-radicales y laicos por emprender un público cautivo de sus doctrinas, el fracaso fue el mismo. Para los sectores populares con toda su heterogeneidad histórica y cultural, importaba únicamente “vivir mejor”.

El discurso de los demócratas lograba representar de una u otra forma, la proyección cultural del Estado Liberal en función del bienestar del ciudadano como principal materia estatal, sin embargo, este bienestar que pretendía lograr la oligarquía política mediante la dinámica del poder equilibrado39, tendría una escasa representación en los sectores populares. La Agrupación Democrática, en función de su representatividad obrera, levantó pancartas en favor de una historicidad alternativa al proyecto nacional de Estado Republicano de Chile. Su cosmovisión lejos de ser conformista a la Alianza Liberal-Conservadora, esgrimió la postergación del obrero acompañada de su fortalecimiento como figura histórica de Chile. Al respecto, puede leerse:

Defensor de las clases trabajadoreas i Progador de la organización de Gremios de obreros, cuyos fines sean el Ahorro, el Socorro Mútuo i la Instrucción […] QUÉ ES EL OBRERO EN CHILE – NADA – ¿QUÉ DEBIERA SER? – TODO […] Dos independencias necesita el obrero chileno: 1.° La independencia política. 2.° La independencia de espíritu. La primera la obtendrá por el Partido formado puramente de hombres honrados i conscientes; la otra por la ilustracion que el obrero chileno se dé a si mismo […] Igualdad ante la ley‒En Chile no hay clase privilejiada. (Constitucion Politica de la Republica Chilena) Artículo 10, inciso 1°…40

La postergación se reflejaba en una representatividad social que apuntó a prefigurar al obrero y las clases trabajadores en general. A partir de la afirmación en la cual los grupos de trabajadores se enunciaban como “nada”, los obreros demostraron el desinterés de la oligarquía política por la situación de los trabajadores, vale decir, el desinterés en el medio estatal. El discurso político intentaba ocasionar la “Independencia” del obrero a partir del Partido Demócrata, responsable de formar al trabajador y dotarlo de la presencia política con el objetivo de plasmar su realidad histórica respecto de las elites. De la misma época en la cual se estaban desarrollando estas problemáticas, el periódico publicaba el malestar existente. Las pugnas con el conservadurismo persistían, destacando que el odio del Partido Conservador no hacía más que frenar las inquietudes y el natural progreso que Chile debía sostener. Respecto de la visión política de Chile y la situación que se estaba desarrollando, la voz oficial de los demócratas señalaba:

Atravezamos por una época de gran ajitacion […] La alianza liberal, apesar del esfuerzo que hace el partido conservador por desprestijiarla, ante la opinión del país, se mantiene robusta. Día a día la prensa ultramontana trae llenas sus columnas de nuevas invenciones, en las cuales demuestra el odio ardientísimo que profesa la alianza […] Pero ese odio, que no es otra cosa sino que el despecho, la resultados contraproducentes, que dejan de manifiesto la envidia por gobernar que tienen los señores papistas […] Los grandes intereses de la Patria están vinculados hoi a la causa liberal […] Sin el auxilio de todos los hombres de este credo, la nave del Estado encallaría, y en manos de los conservadores la República, retrocedería veinte o más años. Es decir volveríamos a los tiempos de Prieto y de Portales […] El Partido Democráctico, acaso el mas honrado de todos los grupos liberales, desidirá en la próxima campaña presidencial sobre el futuro de Chile.41

Un elemento característico presente en la publicación anterior, es la simpatía representada ante el activismo político y la corriente liberal en el país. Nuevamente podría establecerse que, si bien este periódico dejaba entrever la resistencia al conservadurismo nacional, en un sentido más bien solapado, estaría buscando empatías a las facciones liberales enmarcadas en la alta burguesía chilena. Existiría, por tanto, un intersticio de unidad hacia todas las facciones liberales presentes en Chile, proyecto político que el propio Presidente José Manuel Balmaceda decidió emprender previo a su deceso tras el final desfavorable en la Guerra Civil de 1891.

Fuera de todos los esfuerzos por replantearse esta unidad liberal, el proyecto elitista que se sostenía desde la perspectiva de los sectores obreros, no era representativo. La secularización nuevamente era la responsable de trasformar la cultura de los trabajadores, quienes, desde su postergación, demandaban mejoras y revalorizaciones a su desempeño laboral como un aliciente de “modernidad” que requería implantarse. El intervalo temporal histórico demarcado por los años 1890 y 1910 dieron cuenta del proceso de ruptura y levantamiento en los obreros. El Movimiento Obrero de Concepción, ampliamente radicalizado, sería crítico del duopolio político liberal-conservador.

La Masonería, sectores obreros y la figura de Lorenzo Arenas Olivos

La masonería de Concepción mostraba una consolidada presencia en la ciudad, tras fundar sus primeras logias a partir de 1860. Luego de la Iglesia, los masones eran los responsables de proporcionar un espacio social equidistante y con una mirada distinta a la del conservadurismo, la cual solía ser bastante crítica respecto de las ideas más renovadas asociadas al liberalismo42. Corría el año 186243 y los masones comenzaban a desenvolverse dentro de la elite liberal-radical. En menos de veinte años la orden logró posicionarse gracias a las dos logias más antiguas y emblemáticas de la ciudad: “Fraternidad N° 2” y “Paz y Concordia N° 13”; ambas instituciones albergaron a intelectuales, personas de la elite y a quienes procedían de la emergente clase media, siendo uno de los más reconocidos por su labor social e importante influencia dentro de los sectores radicales de Concepción, el reconocido sastre Lorenzo Arenas Olivos.

Lorenzo Arenas fue miembro activo de la Logia “Paz y Concordia N° 13”, sin embargo, sus orígenes no son adscritos a la elite de Concepción. Según los escasos antecedentes y la documentación existente respecto de la vida de Arenas, se sabe que desarrolló la profesión de sastre, logrando posteriormente destacarse como dirigente sindical y político. Su principal aporte al campo de lo social, se relacionó con la fuerte actividad gremial y reivindicativa dirigida hacia los trabajadores penquistas, destacándose principalmente la “Sociedad de Obreros” (1876), la cual llevó su nombre una vez fallecido. Arenas estaba inmerso en las ideas del mutualismo y las sociedades de socorros mutuos, la filantropía, la racionalidad y el progreso, siendo considerado como un “apóstol del desarrollo humano entre sus congéneres mediante el incremento de la educación, la organización social y la participación política”44. Todas, características plenamente valoradas y vociferadas en los trabajos de la masonería de Concepción, institución que en el futuro, reconocerán los esfuerzos de Lorenzo Arenas al otorgarle su nombre a una nueva logia que se fundará en el transcurso del siglo XX.

La documentación existente sobre Lorenzo Arenas es bastante escasa, lo cual dificulta rescatar aspectos de su vida previa al asentamiento en Concepción. Sin embargo, existen trabajos compilatorios como el desarrollado Sergio Fuentealba, quien escribe la biografía: Lorenzo Arenas su tiempo y su obra (2000), aportando aspectos relevantes del núcleo familiar del líder sindical, los cuales permiten reconocer el apego al radicalismo y la oposición a la Iglesia. José María Segundo Arenas Olivo, hermano mayor de Lorenzo, realizó sus estudios en la Escuela Normal de Santiago, recibiéndose de profesor primario en 1869. La rebeldía de ambos hermanos según lo explicado en la crónica de Sergio Fuentealba, fue clave por la fuerte oposición que tenían con la Iglesia. De José María Segundo Arenas, el autor relata: “La rebeldía de su generación se manifiesta en el ambiente familiar; pues cierta vez el director de la escuela supo que se había negado llevar a misa a sus alumnos, lo que fue suficiente razón para despedirlo. El joven profesor se dedicó entonces a ayudar a su padre en su taller de sastrería.”45 Para ambos hermanos la actividad sindical fue un impulso que debía modernizar a la sociedad penquista, situación que le despertó a Lorenzo Arenas un “llamado patriótico” para revelarse de su contexto histórico: “…la senda histórica de aquel tiempo, fue el ámbito de estímulo con la consecuente acción social…”46. El compromiso social adquirido por Arenas, nutrido adicionalmente del pensamiento radical que lo acompañó durante toda su vida, lo llevó a reformar lo que él mismo veía de los sectores obreros, los cuales los describía como: «Un pueblo trabajador, miserable e ignorante, disperso en los campos y pueblos de una patria que le rendía tributo a la clerecía, el dogma y el fanatismo…»47 La visión planteada por Lorenzo Arenas no era distinta a la que adscribían los sectores radicales, por tanto, la sociabilidad de obreros y trabajadores en general, permitía establecer diferencias claves con el impopular estilo de gobernabilidad de la elite. La agrupación permitiría la perfectibilidad del obrero en su conjunto.

La figura de Lorenzo Arenas se enmarcó en la cultura filantrópica del “radical, bombero y masón”. En virtud de dichas características, Cristian Gazmuri analiza la cosmovisión masónica como una “…cultura laica, racionalista, con marcados rasgos liberales, pero al mismo tiempo abierta a que el Estado asumiera ciertas funciones importantes en cuanto regulador de la vida económica y social…”48. Esta configuración cultural asociada a la ideología masónica sería la responsable que personas como Lorenzo Arenas, encontraran en la orden iniciática una instancia de estudio y transformación personal, la cual les habría otorgado una mirada crítica al dogmatismo de la Iglesia y, en consecuencia, la desconfianza de ella hacia las logias masónicas.

Carlos O. Schneider y Francisco Zapata, entregan algunas descripciones de vecinos ilustres de Concepción en torno a Lorenzo Arenas. José del Carmen Soto, alcalde de Concepción de 1880, caracteriza la figura de Arenas señalando: “Aunque modesto y pobre fue llamado el obrero filántropo”49. Arenas se desenvolvió integralmente en una vida de estudio y acción social, trayendo como resultados, que la Sociedad de Obreros pronto tuviese un desarrollo y consolidación fundamental entre los trabajadores de Concepción. Tomás Ríos Ovalle, personaje que conoció a Lorenzo Arenas en su trabajo, lo describe como uno de los pilares fundamentales para la consolidación de la Sociedad que fundó, señalando: “Desde entonces fue el alma de la institución y cual padre cariñoso la guio desde sus primeros pasos, asistiéndola y coadyuvando a su progreso desde la construcción del Mausoleo para la institución, la compra de una propiedad, construcción de su edificio y la apertura de la escuela.”50 Arenas fue su primer presidente, quienes lo sucedieron comprendían la importancia que tenía la sociabilidad entre los obreros, instancia propicia para conseguir reivindicaciones, además del consiguiente mejoramiento de la calidad de vida y laboral por parte de quienes conformaban la institución. La “Sociedad de Socorros Mutuosde Obreros” tiene como fecha de fundación, el 18 de junio de 1876, la cual queda declarada en su acta fundacional a partir de las siguientes cualidades:

En nombre de Dios y de la Concepción Universal, hoy 18 de junio de 1876, en la ciudad de Concepción, los que suscriben, persuadidos de las ventajas e importancia que tiene la unión de obreros en trabajo por la fraternidad y caridad recíproca, acordamos constituirnos y fundar con esta fecha una Sociedad denominada de Socorros Mutuos de Obreros por la cual haremos todos los esfuerzos que nos sean dables a fin de darle estabilidad y vida propia; en esta virtud y estando de acuerdo en todo firmaremos la presente para constancia y para los efectos que hubiere lugar en conformidad con el artículo cinco de nuestros Estatutos.51

La Sociedad de Socorros fue un hito importante dentro de la sociabilidad de los trabajadores. Su desarrollo permitió reconocer las virtudes del obrero penquista y valorizar su presencia como actor importante de la economía de Concepción. Sin embargo, no encontró en la religión ni en la Iglesia un apoyo útil a sus demandas, por el contrario, más allá de la visión moral que sostenía la Iglesia Católica en todo el siglo XIX chileno, el liderazgo radical de Lorenzo Arenas fue clave para disponer los ánimos de modernidad, en abierta distancia a lo propuesto por el clero.

Mientras en los discursos oligarcas chilenos se buscaba la regeneración del pueblo, los obreros pretendían reivindicaciones en función de la valoración del trabajo y un mejor acceso al perfeccionamiento educacional para sus hijos. Lo último, se constituyó en una de las principales banderas de lucha en el siglo XIX para la masonería. Ya sea a nivel local como nacional, los masones pretendieron buscar para el pueblo y la elite, la legalización de una ley que garantizara la instrucción primaria en forma obligatoria52, las cual recién se conseguirá en los albores del siglo XX.

Los esfuerzos de Lorenzo Arenas en materia de asistencia social, más toda una vida dedicada al trabajo en su oficio de sastre y el estudio, le valieron la posibilidad de acceder a una institución como la masonería, la cual más allá de indisponerse con la Iglesia, pretendía en concordancia con los radicales y liberales ‒vale decir, el rojismo en su conjunto‒ una mayor libertad y preocupación por los individuos. Carlos Quiroga, un destacado integrante de la masonería decimonónica cercano a la figura de Lorenzo Arenas, lo destacó señalando:

…la senda histórica de aquel tiempo, fue el ámbito de estímulo con la consecuente acción social de don Lorenzo Arenas Olivos. Un pueblo trabajador, miserable e ignorante, disperso en los campos y pueblos de una patria que le rendía tributo a la clerecía, el dogma y el fanatismo, hizo latir la preocupación patriótica de nuestro personaje…53

Frente a la premisa anterior, la segunda mitad del siglo XIX en Concepción fue el tiempo histórico clave de la revalorización de los sectores obreros y, por consiguiente, el período fundamental de su secularización. La alternativa de la oligarquía liberal poco consiguió al momento de intentar encauzar a los trabajadores en un proyecto de su ideología. Los obreros corrían con vientos propios para fortalecer sus causas y demandas sociales; no se sintieron representados por el paternalismo elitista, el cual más allá de un anhelo de apoyo a los trabajadores, pretendían continuar con las brechas sociales preexistentes: invertir lo menos posible en la educación del obrero, por cuanto se entendía que su instrucción debía efectuarse en función de su trabajo. La elite conservadora por su ámbito, pretendía “regenerar” al obrero en función de la moral católica, la cual podría ser un componente trascendente para moralizar al obrero y trabajador en general, en este punto, la Revista Católica le otorgó una importancia fundamental a la creación de escuelas parroquiales. Al respecto, la revista señala: “Estamos persuadidos de que el día que se hayan multiplicado cual convienen las escuelas parroquiales, el día que en ellas se hayan fundado patronatos y demás obras sociales que son natural evolución de la escuela, según la posibilidad y necesidad de cada población, este día se habrá dado un gran paso a la moralización de nuestro pueblo”54. La Iglesia comprendía lo fundamental que debía ser el establecer una marcada presencia y figuración entre los obreros. En Concepción, sin embargo, la posición eclesiástica se vio postergada por las escuelas estatales y laicas, además, por la efervescencia propia que la misma Sociedad de Obreros habría ocasionado en la ciudad, pues la perspectiva antirreligiosa suscrita por Lorenzo Arenas consideraba el nombre de Dios, como un recurso evocativo de solemnidad en el acta fundacional de la institución.

La utilización del concepto “obrero” para el título de la sociedad fundada por Arenas, según los antecedentes proporcionados por Arnoldo Pacheco, obedecía a una apertura para que una diversidad mayor de trabajadores pudiesen encontrar en la institución benéfica un espacio plausible de adscripción, pues al ser “obreros”: “…abría la posibilidad de que zapateros, sastres, ebanistas, carpinteros y cargadores, entre otros, pudieran constituirse como socios de ella”55. Como institución Benéfica, la Sociedad de Socorros Mutuos de Obreros no tenía parangones en Concepción. Fue la protagonista del sindicalismo penquista durante el período finisecular, proyectándose como entidad que otorgó un sinnúmero de soluciones a los trabajadores, desde la instrucción y la capacitación, hasta la creación de un mausoleo en el cual sus socios pudiesen encontrar un lugar de sepultación, permitiendo aminorar los costos de la muerte.

Lorenzo Arenas en su condición de masón logró una trayectoria bastante destacada, alcanzó cargos honorarios en la logia que participaba, convirtiéndose en un referente ético tanto en las filas de su institución como en medio de la sociedad de Concepción. Respecto de su trayectoria masónica, se encuentra un diploma honorífico otorgado por la Logia “Paz y Concordia N° 13”, en el cual se le reconoce su recorrido como fundador del taller. Al respecto, el documento establece:

La Respetable Logia Paz y Concordia N° 13, a su Venerable Maestro Honorario y para manifestarle la afectuosa simpatía que le profesa acordó por unanimidad en tenida de 30 de marzo de 1901 autorizar a las Cinco Primeras Luces del Taller para que extiendan este diploma que significa una distinción a que es acreedor por la pureza de su vida Masónica y por sus Enseñanzas en la vida profana con el ejemplo de sus virtudes […] Oriente de Concepción 4 de Septiembre de 1901…56

El reconocimiento proporcionado a Lorenzo Arenas también fue otorgado por su constante labor social en medio de la sociedad penquista. Entre las principales virtudes que se le destacaron estaba la asistencia social a los pobres, la colaboración en su Sociedad de Socorros en la elaboración de un mausoleo para sus obreros socios, y por cierto, por trabajar en forma activa para los comités de administración del Liceo de Hombres de Concepción. Sumado a lo anterior, se sabe de la circulación de artículos de su autoría en el diario El Sur de Concepción, entre los años 1890-1901, material del cual se han encontrado escasos antecedentes. Lorenzo Arenas representaba para la masonería, la expresión de sus valores para con la sociedad, por tanto, la figura del sastre penquista personificaba al trabajador ilustrado-filántropo, idóneo para una ciudad que se abría a un proceso mayor: la modernidad. Arenas era la representación del esfuerzo y un ejemplo a seguir en medio de los acontecimientos sociales que se desarrollaron en Concepción, se habría convertido, por tanto, en un ícono importante en medio de la sociabilidad obrera. Si desde la zona norte Luis Emilio Recabarren era uno de los portavoces de la “Cuestión Social” en Chile, desde la ciudad de Concepción, Lorenzo Arenas Olivos estaba efectuando una labor semejante.

Conclusiones

Los proyectos liberales y conservadores poseían importantes divergencias ideológicas, en ese sentido, los problemas de la exclusión social no lograron ser subsanados del todo. Concepción no estuvo ausente de estas reminiscencias históricas, pues gracias a las gestiones de dirigentes sindicales como Lorenzo Arenas Olivos, los obreros lograron modificar al menos en una pequeña medida, la situación de precariedad con un apoyo en la instrucción y la educación en sus distintas especialidades técnicas, además de los apoyos económicos que lograron mediante las diferentes actividades benéficas que desarrollaba la Sociedad de Socorros Mutuos.

Fuera de todos los esfuerzos y recriminaciones proliferados desde la oligarquía chilena, sea esta representativa de una u otra facción política, no tuvieron la capacidad de abordar la situación de los obreros y los sectores populares en general. El siglo XIX demostró en su aliciente modernizador, mediado por la secularización, que más allá de la gradual prefiguración oligárquica, el sentir obrero planteaba que en tanto no mejorasen sus condiciones, no lograría replegar un apoyo a los proyectos políticos existentes.

Al comprenderse la secularización del siglo XIX como un estatus previo a la modernidad, habría generado en los sectores populares mediante la sociabilidad en las sociedades de socorros mutuos y escuelas de obreros, la circulación de ideas secularizadas y orientadas al positivismo, entre otros referentes procedentes desde Europa. Los círculos obreros fueron los que, en definitiva, generaron las posteriores huelgas y manifestaciones a principios del siglo XX. En consecuencia, se constituyó el período finisecular en Concepción —al igual que en los centros urbanos más importantes del país— en el crisol del Movimiento Obrero, ello, como una vía reivindicativa a la cuestión social, demandante de mejoras en la condición de los trabajadores gracias a la sociabilidad gremial y de socorros mutuos.

Referencias

Fuentes

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  2. MALLIMACI, F. “Catolicismo y Liberalismo: Las etapas del enfrentamiento por la definición de la modernidad religiosa en América Latina” en BASTIÁN, J. et. al.: La modernidad religiosa Europa latina y América Latinaen perspectiva comparada, Fondo de Cultura Económica, México DF., 2004, pp. 19-44.
  3. ORTEGA, L. Chile en ruta al capitalismo: Cambio, euforia y depresión 1850-1880, Editorial LOM, Santiago, 2005, p. 167.
  4. Ibídem.
  5. BRITO PEÑA A., y VIVALLO ESPINOZA, C. “Los Sectores Populares ante el proceso modernizador del Gran Concepción (Chile 1880-1940)”, Revista de Humanidades 17-18 (2008), Universidad Andrés Bello, pp. 52-54.
  6. Algunas de las problematizaciones conceptuales en torno al concepto de “sociabilidad”, han sido trabajadas por Michel Bertrand en “De la familia a la red de la sociabilidad” en Revista de Mexicana de Sociología 61 (2), 1999, pp. 107-135.
  7. SALAZAR, G. Labradores, Peones y Proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX, Editorial LOM, 2000, Segunda Edición, Santiago, p.232.
  8. PONCE, H. Historia del Movimiento Asociativo Laboral Chileno (Primer Tomo-período 1838-1973), Editorial Alba, 1986, Santiago, p. 31.
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  13. BENEDETTI, L. La Cuestión Social en Concepción y los centros mineros de Coronel y Lota (1885-1910), Al Aire Libro, 2011, Concepción, pp. 87-90.
  14. PACHECO, A. Economía y Sociedad en Concepción (Siglo XIX: sectores populares y urbanos 1800-1885), Universidad de Concepción, Concepción, pp. 177-179.
  15. El Amigo del Pueblo, Santiago, abril de 1858, citado por PACHECO, A. Ibídem, p.179.
  16. ROMERO, L. ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile 1840-1895, Ariadna, 2007, Santiago, p. 252.
  17. ORTIZ, F. El Movimiento Obrero en Chile (1891-1919), LOM, 2005, Santiago, pp. 117-124.
  18. INZUNZA CERDA, C. Op. cit., p. 312.
  19. La Libertad Católica, Concepción, 20 de abril de 1872.
  20. Ídem.
  21. Ídem.
  22. SALAZAR, G. Op. cit., p. 233.
  23. Proyecto de Acuerdo para la elaboración de casas-habitaciones para obreros, Sesión del 5 de Agosto de 1892, Ilustre Municipalidad de Concepción, Solicitudes de Inspección de Policía Vol. 20, AMC.
  24. BENEDETTI, L. Op. cit., p. 87.
  25. El Derecho, Concepción, 7 de Octubre de 1878.
  26. ROMERO, L. Op. cit., p. 227.
  27. Ibídem, p. 227-229
  28. El Derecho, Concepción, Domingo 26 de Mayo de 1895.
  29. Ibídem.
  30. Ibídem.
  31. El Derecho, Concepción, 16 de Junio de 1895.
  32. RAMÍREZ, H. Historia del Movimiento Obrero en Chile (antecedentes siglo XIX), Segunda Edición, Ediciones Literatura Americana Reunida, 1986, Santiago, p. 208.
  33. El Derecho, Concepción, 16 de Junio de 1895.
  34. Ibídem.
  35. Ibídem.
  36. VENEGAS, A. Sinceridad: Chile íntimo en 1910 por Dr. J. Valdés Canje, citado por INZUNZA CERDA, C. Op. cit., p. 334.
  37. KREBS, R. La Iglesia de América Latina en el Sigo XIX, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2002, Santiago, p. 295.
  38. SERRANO, S. ¿Qué hacer con Dios en la República?... p. 168.
  39. Véase, JOCELYN-HOLT, A. El Peso de la Noche: Nuestra frágil fortaleza histórica, 1997, Ariel, Buenos Aires.
  40. El Derecho, Concepción, 12 de septiembre de 1895.
  41. Ibídem.
  42. GAZMURI, C. El “48” chileno Igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos, Segunda Edición, Editorial Universitaria, 1998, Santiago, p. 157.
  43. Véase OVIEDO, B. La Masonería en Chile, Bosquejo histórico: La Colonia, La Independencia, La República, Imprenta Universo, 1929, Santiago, pp.183-196.
  44. PACHECO, A. Op. cit., p. 183.
  45. FUENTEALBA, Sergio. Lorenzo Arenas su tiempo y su obra, 2000, Edición de Cecilia Zúñiga y Ramón Fuentealba, sin número de página. SChBC.
  46. Ibídem.
  47. Ibídem.
  48. GAZMURI, C. Op. cit., p. 158.
  49. SCHNEIDER, Carlos y ZAPATA, Francisco. El Libro de Oro de Concepción, 1950, Litografía Concepción S.A., Concepción, p. 292.
  50. Ibídem.
  51. Ibídem, p. 291.
  52. Las principales obras que tratan el interés masónico en los asuntos educacionales, son los trabajos de los ya citados: Benjamín Oviedo con Masonería en Chile (1929) y Patricio Díaz en Masonería en Chile (2011). Ambos autores presentan el foco de tensión que generó el esfuerzo de alejar a la Iglesia en la educación pública por parte de la masonería chilena. Una visión favorable a la Iglesia la entrega Fidel Araneda en Historia de la Iglesia en Chile (1986). Finalmente, el resultado de todo se consiguió con la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria en 1920, consolidándose todos los esfuerzos por establecer las bases de la educación en Chile, facultando al Estado de entregar cobertura educacional a todos los niños independiente si fuesen de la elite o los sectores populares.
  53. Representación de la figura de Lorenzo Arenas por Carlos Quiroga, masón, citado por FUENTEALBA, Sergio. Lorenzo Arenas su tiempo y su obra, 2000, Edición de Sergio Ramón Fuentealba y Cecilia Zúñiga Sanhueza, Concepción, sin número de página. SChBC.
  54. Revista Católica 25, Santiago, 2 de agosto de 1902, p. 40.
  55. PACHECO, A. Op. cit., p. 184.
  56. Actas, 4 de Septiembre de 1901, Respetable Logia Paz y Concordia N° 13, s/f., AMDC. También disponible en ZAPATA, Francisco y OLIVER, Carlos. Op. cit., p. 293.