Introducción
La provincia de Santiago del Estero es una de las que cuenta con mayor población rural de Argentina. Según datos del CNP (Censo Nacional de Población) del 20011, el 34% de la población total vivía en zona rural. De ésta, el 24% era agrupada y el 76% dispersa2. La mayoría de los investigadores que estudian a esa población presuponen la existencia de un sector campesino. Entienden que existe una estructura económica dual en la Argentina, con un capitalismo desarrollado circunscrito a la región pampeana; y otro atrasado, ceñido a la región noroeste, donde sería posible encontrar “campesinos”. Algunos de ellos definen como campesino a aquel sujeto que reside en explotaciones agropecuarias sin límites definidos o en aquellas que no superan una determinada cantidad de hectáreas; o lo entienden como aquel que no ha roto definitivamente sus lazos con la tierra. Otros basan su caracterización en las labores que desarrollan: la realización de artesanías tejidas, por ejemplo, permitiría dar cuenta de una tradición campesina que persiste en la actualidad. Varios investigadores realizan tipificaciones que procuran diferenciar al “campesinado” en diversos estratos, según la actividad que realizan o el monto de los ingresos percibidos (De dios, 2006; Paz, 2006a y 2006b; Benencia y Forni, 1991; Tasso y Ledesma, 2001 y 2003; Pescio y Román, 2009; Deambrosi y Mastrangelo, 2011).
La utilización del concepto “campesino” nos remite a un viejo debate entre intelectuales que representan posiciones antagónicas: por un lado, aquellos que han sido denominados campesinistas; por otro, los que fueron llamados descampesinistas. El debate campesinistas- descampesinistas no es nuevo, sino que se remonta a principios del siglo XX y que tiene como referentes a Alexander Chayanov, a favor de la posición campesinista y a Kautsky, Engels, Lenin y otros teóricos marxistas como referentes de la postura descampesinista. Durante la década del ‘70 del siglo pasado el debate se actualiza y aún en el presente siglo no pierde vigencia. A contramano de los debates existentes sobre el tema, los estudiosos de la población rural de Santiago del Estero no se han planteado la pertinencia del concepto. Por el contrario, presuponen acríticamente que existe en ese territorio un sector campesino.
El presente artículo problematiza esta caracterización a partir del análisis de un conjunto de familias de los departamentos de Atamisqui, Loreto y Figueroa donde, según algunos autores, se concentraría la mayor cantidad de unidades campesinas de la provincia3. Se sostiene como principal hipótesis que tras la categoría campesino se esconden, principalmente, el obrero rural con tierras y, en menor medida, la pequeña burguesía rural y el semiproletariado. La característica distintiva del obrero rural con tierras, la posesión de tierras es, paradójicamente, la que dificulta su percepción como parte de la clase4 obrera. Dicho sujeto basa su reproducción en la venta de fuerza de trabajo. Por eso mismo es obrero, porque su sustento fundamental proviene de esa fuente. Sin embargo, también obtiene de la parcela en que vive un ingreso complementario. Este ingreso proviene, principalmente, de la producción para autoconsumo de animales criados a monte abierto y de productos de huerta y, en menor medida, de su venta. Esta particularidad, es decir, el contar con una parcela de tierras que les permite la provisión de algunos bienes, es lo que ha llevado a muchos investigadores a suponer la existencia de campesinos aún en nuestra sociedad capitalista.
Métodos
Con el objeto de conocer el modo concreto en que un conjunto de familias rurales de Santiago del Estero reproducen su vida, hemos acudido a la entrevista en profundidad como herramienta metodológica principal de recolección de datos. Esta herramienta, refiere a un “proceso comunicativo por el cual el investigador extrae una información de una persona.” (Alonso, 1998:67-68. Citado por Marradi, Archenti y Piovani, 2007: 218). Ahora bien, no se trata de cualquier tipo de información sino de aquella “contenida en la biografía del entrevistado (…) En este sentido, la información que interesa al investigador ha sido experimentada e interpretada por el entrevistado; ésta forma parte de su mundo de la vida –antes tácito, dado por descontado- y que ahora pasa a ocupar el centro de la reflexión, siendo problematizado y narrado.” (Montesperelli, 1998: 73. Citado por Marradi, Archenti y Piovani, 2007: 218-219).
Asimismo, se han realizado observaciones de participantes consumadas en el marco de algunas actividades protagonizadas por esos mismos sujetos. Este instrumento “consiste en presenciar de manera directa el fenómeno estudiado en su ‘ambiente natural’, sin manipularlo.” (Marradi, Archenti y Piovani, 2007:195) En este caso se han combinado formas de observación pasivas y activas. Es decir, en algunos casos nos hemos limitado a realizar un registro visual y auditivo del entorno observado, mientras que en otros hemos conversado informalmente con los sujetos y hemos compartido algunas de las actividades por ellos realizadas.
De este modo, hemos buscado conocer cómo se componen las familias, de qué viven sus integrantes, cuál es la importancia de la producción predial, cuáles son sus inconvenientes y qué rol juegan las migraciones estacionales en busca de empleo asalariado. También hemos consultado a los entrevistados acerca del modo en que sus vecinos viven y reproducen su vida, con el objeto de poder constatar si sería posible extender las vivencias individuales relatadas a un universo mayor. Las entrevistas y las observaciones nos han brindado la posibilidad de adentrarnos en la forma concreta de la vida familiar “campesina”.
Para resguardar la identidad de los entrevistados, nos referiremos a ellos utilizando un número en cada caso. Las 17 entrevistas fueron realizadas en el mes de mayo del 2010, en el marco de diversas actividades organizadas por el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar de Santiago del Estero. Cabe destacar que sin la colaboración de los ingenieros y promotores de esas instituciones el acceso a los parajes rurales donde vive la población entrevistada hubiese sido muy difícil. A continuación, entonces, resumo el testimonio de cada entrevistado y se citan fragmentos ilustrativos cuando ello resulta pertinente. Las entrevistas fueron agrupadas según el lugar de realización; dentro de cada grupo se ha procurado establecer las semejanzas y diferencias entre los entrevistados.
Resultados y discusión
Las entrevistas que siguen (1 a 11) fueron realizadas a pobladores de distintas localidades del departamento de Atamisqui: El Hoyón, El Remanso, La Paloma, Agua Fría y Villa Atamisqui. Este departamento se ubica en el sur-oeste de la provincia. En el noreste limita con el Río Dulce y al sur con el Río Saladillo. Según datos del CNP del año 2010 el departamento contaba con una población de 10.923 habitantes sobre una población provincial total de 874.006. Es decir, reúne al 1,25% de la población total. Asimismo, según datos del CNP 2001, de la población total departamental, el 72% es rural. De ésta el 11% es población rural agrupada y el 89% rural dispersa.
Provincia de Santiago del Estero. Departamento de Atamisqui. Argentina
Fuente: Nostalgias de mi Litoral [Consulta: 11-09-13]
La entrevistada 15 vivía con su esposo y sus dos hijos en El Hoyón. Subsistían gracias al trabajo extra-predial del hijo mayor (21 años), que era peón temporario y se empleaba en varias actividades (despanojado6, arándano, espárrago). También del ingreso que el marido obtenía por su trabajo en el semillero Don Mario, donde se encargaba de la clasificación de semillas, y de las changas que hacía en la zona. Al momento de la entrevista, su marido se encontraba trabajando para el gobierno en la planta potabilizadora de agua del lugar:
…la realidad es que el dinero que entra es más de las changas de afuera. Eso nomás. Sueldo no tenemos ninguno (…) Lo más fijo es la changa de afuera, ahora en este momento, en este mes vamos a decir, recién está trabajando mi marido aquí en mismo Hoyón, en una planta potabilizadora de agua, que viene del gobierno, que están trabajando aquí en la zona, está haciendo una changuita ahí.
El hijo menor, de 15, asistía a la escuela. Ella no tenía empleo asalariado, se dedicaba a la huerta y a los animales. Dos veces al año cobraba el Plan Jefas y Jefes de Hogares Desocupados (PJyJHD7) por trabajar un mes en la escuela de la zona. Tenían aproximadamente una hectárea y media de cerco, donde cultivaban maíz, zapallo, ancos y calabaza, sobre todo para autoconsumo. También obtenía de allí forraje para las cabras. El ingreso por venta de animales (cabritos) era casi nulo, $1.600 pesos en el año (133 pesos mensuales). Esporádicamente vendía algún pollo entre sus vecinos, pero como ella misma señaló, el ingreso más estable era el de las “changas para afuera”. El padre de la entrevistada había sido obrero rural, trabajaba como peón en quintas de Buenos Aires, y sus hermanos iban, al momento de la entrevista, a trabajar estacionalmente como cosecheros.
La familia del entrevistado 28 se componía de esposo, esposa y dos hijos mayores. Vivían en El Hoyón, Atamisqui. El entrevistado se definió como “productor de ganado mayor y menor”, aunque recalcó las dificultades que implicaba la cría en una zona donde escaseaba el agua. Por esta carencia, era necesario comprar forraje, lo que se dificultaba por la falta de recursos económicos. Al momento de la entrevista tenía 80 caprinos y 40 cabezas de ganado mayor. Antes tenía más, pero
…se me murieron por falta de pasturas y de agua. Porque yo tenía que traer agua desde Loreto, decí que tengo un camioncito. Traía agua potable para mis animales, para darles y poder salvarlos. Y así pude salvar algunos. Económicamente no estaba bien como para poder comprar forraje y salvarlos.
Producía, por año, entre 4 y 7 animales. Un novillo de 200 kg. lo vendía a 1.500 pesos. Suponiendo, entonces, que vendiera siete, obtendría en el año un ingreso de 10.500 pesos, es decir, 875 pesos mensuales. La familia recibía ayuda monetaria del hijo mayor, que trabajaba en un semillero en Buenos Aires desde 1999. A pesar de que el entrevistado se definía como productor ganadero, la remesa remitida por el hijo (obrero) residente en Buenos Aires era el único ingreso estable y, por lo tanto, el más importante para el sustento del grupo familiar:
…en lo económico él [su hijo] hace sus aportes porque es el único que está trabajando, porque nosotros no tenemos ninguna entrada, ninguna mensualidad. La única entrada es la venta de ganado, nada más, que es una o dos veces al año, nada más.
El hijo menor se encontraba desocupado. El entrevistado trabajó en el pasado y durante 10 años como peón golondrina, en el despanojado de maíz. Sin embargo, decidió dedicarse a la cría de ganado en su provincia natal porque podía obtener un ingreso similar sin tener que pasar largos meses lejos de su familia. Pero ese ingreso no le alcanzaba para vivir. Al momento de la entrevista, también trabajaba, dos veces al año, como vacunador del SENASA (cobrando por vacuna suministrada). También trabajaba, cuando se podía, como peón en obras del gobierno (limpieza de caminos y excavación de canales). Era poseedor con ánimo de dueño de las tierras donde vivía, un predio de 5.400 hectáreas que compartía con 300 familias más. El entrevistado pasó parte de su infancia y juventud en Buenos Aires, donde trabajó como pintor. Al momento de la entrevista, integraba la comisión directiva de una organización comunitaria del departamento de Loreto, que formó parte del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero).
La entrevistada 39 vivía en El Hoyón, Atamisqui, con su marido, que era jubilado del servicio penitenciario y cobraba por eso 1.300 pesos mensuales. Tenía un kiosco y criaba animales (pollos y lechones). En el año vendía entre 10 y 15 lechones, y entre 120 y 140 pollos. Los pollos los vendía a 20 pesos y la docena de huevos a 5 pesos. El ingreso anual por la venta de pollos sería 2.800 pesos, que es igual a 233 pesos por mes. A través de AFOVEPA (Asociación de Fomento Vecinal de Pequeños Productores Atamisqueños) obtuvo microcréditos otorgados por la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar de Santiago del Estero para terminar un aljibe y alambrar el predio de 2 hectáreas: “a través de los créditos lo que yo he hecho es terminar un aljibe, también alambrar el predio de 2 hectáreas y en un futuro, quizá con un proyecto que puede salir de PROINDER, alambrar esas 2 hectáreas para sembrar forraje.” También obtenía ayuda a través del programa Pro-Huerta. El agua era un problema, porque no tenían para los animales ni para el forraje, y por lo tanto debían comprarlo. Para consumo usaban agua de lluvia que se acumulaba en aljibes. Eran poseedores con ánimo de dueño de las tierras que ocupaban. Tenían, en 2010, cuatro hijas. Una trabajaba en la policía, dos eran amas de casa. La más chica estudiaba profesorado de biología y tenía una librería en su casa. Vivían en la ciudad. Aunque de la venta de los animales y los huevos sacaba un pequeño ingreso que ayudaba a sostener a la familia, que complementaba con los ingresos del kiosco, la entrevistada reconoce la importancia para el sustento de la jubilación del marido: “la jubilación de él es de 1.300 pesos. Y vivimos, medio con esto de que hemos puesto un kiosquito, y la venta de animales, de pollos, lechones y bueno se vive.” En la entrevista señaló que su situación era diferente a la de los jóvenes de la localidad, que debían salir a trabajar mayoritariamente afuera. La diferencia estribaba en que su familia percibía un ingreso fijo por la jubilación, que permitía escapar a la migración estacional:
…nosotros disponemos de un sueldo mensual, sobre todo en los matrimonios jóvenes son la mayoría los que salen a las cosechas a trabajar y son cosechas temporarias que a veces hay hasta el mes de mayo, junio, mayo generalmente y hasta agosto, septiembre. Hoy por hoy los que cuentan con un ingreso mensual son los mayores de 70 años que siempre el esposo o la esposa está jubilado, o tienen una pensión por discapacidad los más jóvenes. Pero la mayoría de las parejas jóvenes no. Son, como les llaman, golondrinas.
La entrevistada 410 vivía en El Remanso, Atamisqui, con su hermana y su sobrino de 26 años, quien trabajaba como obrero rural temporario en diversas actividades. El predio que habitaban era de cuatro hectáreas aproximadamente. Allí criaban cabras y aves que aportaban para el sustento familiar. Era poseedora con ánimo de dueño de las tierras donde residía.
El entrevistado 511 vivía en La Paloma, Atamisqui, con su esposa y sus tres hijos de siete, tres y un año. Vivían de su trabajo rural temporario, en la cosecha de papa (en San Bernardo y Mar del Plata) y en el despanojado de maíz. Durante el año viajaba de dos a tres veces y se encontraba fuera de su casa entre 20 días y 2 meses cada vez. En su casa contaban con algunos animales para autoconsumo. Además del trabajo estacional rural, el entrevistado realizaba algunas changas mientras permanecía en Santiago, generalmente relacionadas con la albañilería. La parcela que ocupaban la compartía con su padre.
La entrevistada 612 vivía en La Paloma, Atamisqui, con su esposo y sus cuatro hijos, de 33, 22, 21 y 11 años. El sustento vital del núcleo familiar provenía, en primer lugar, su propio trabajo como enfermera. Su marido, que trabajó en la cosecha de papas y en excavaciones, dejó de hacerlo tras contraer una lesión que lo dejó incapacitado; una hernia de disco al levantar, en su trabajo, un tacho de 20 litros de agua. El hijo más grande de la entrevistada trabajaba en Bahía Blanca durante tres meses al año, en el rubro gastronómico, como encargado de cocina. Una de sus hijas trabajaba en Santiago cuidando a una anciana, ganaba $300 al mes; la otra era auxiliar de farmacia y además promotora de AFOVEPA. A través de esta organización, explicaba la entrevistada, los pobladores accedían a pequeños créditos que luego devolvían a una tasa de interés muy baja, del 6%. El dinero de los créditos se utilizaba para poner pequeños comercios (kioscos, fundamentalmente) o para reparar vehículos que luego trabajaban como remises. Su madre, de 75 años, trabajó en los obrajes de Santiago y en fábricas de Buenos Aires. En el predio en que vivían contaban con cabras, vacas y gallinas. Algunas vacas las vendían, mientras que las cabras las utilizaban para autoconsumo, al igual que los cultivos. Como otros entrevistados, también se refirió a la precariedad económica en que vivían, haciendo hincapié en la situación de los más jóvenes, que se veían obligados a emigrar en busca de trabajo, a la ciudad o el campo:
…[Necesitamos] trabajo para los chicos, para los jóvenes, porque los jóvenes se tienen que ir de aquí porque no hay trabajo, para que ellos se puedan seguir quedando en el pueblo. La mayoría has visto que se va porque no tienen en qué trabajar (…) Se van afuera. Como le ha pasado a mi hija que se tiene que ir a la ciudad, y acá no hay, ¿en qué trabaja? Y con lo que yo gano es para comer, somos 6 personas, tengo que trabajar para comer, o sea que mi trabajito es para eso nomás. Ellos trabajan para comprar sus cositas, más de eso no pueden hacer, no puedes comprar.
La entrevistada 713 vivía en La Paloma (Atamisqui) en la casa de su suegra, con su marido (35 años), y sus dos hijos menores, de diez años el más grande y de un año y medio el más chico. Era ama de casa y su marido trabajaba como peón temporario en semilleros de Buenos Aires:
…el año pasado fueron 6 meses, este año prácticamente no ha salido. Se ha dedicado al trabajo de aquí porque ha quedado sin el trabajo del año pasado (…) No lo han vuelto a llamar porque lo tenían en una casa de ahí del mismo semillero y este año ya no permiten tener gente ahí entonces ocupan gente de ese lugar nomás.
La suegra vendía productos de despensa a los vecinos. No tenían huerta por la falta de agua, aunque contaban con algunas cabras y gallinas. Ella trabajó un tiempo como empleada doméstica en Santiago pero dejó cuando quedó embarazada de su primer hijo. La entrevistada tuvo un plan jefa de hogar, que luego fue reemplazado por la Asignación Universal14.
La entrevistada 815 vivía en La Paloma, Atamisqui, con su marido, hijos y nietos. Diez en total. Vivían de su pensión por madre de siete o más hijos16 y de lo que aportaban sus hijos, obreros estacionales que se empleaban en Buenos Aires o en Neuquén, en la cosecha de fruta:
…yo tengo una pensión de madre de siete hijos. Y mis dos hijos van a trabajar y vienen y me ayudan (…) Nos arreglamos así con mi poquito sueldo y esperando que mis hijos vengan a solucionar las cuentas, porque ya tengo cuentitas porque somos muchos. Espero que vengan ellos para que me ayuden.
El marido trabajaba como golondrina en el despanojado y en la cosecha de papa, pero dejó de hacerlo cuando enfermó de Chagas:
…mi marido sí salía a trabajar, pero después trabaja acá nomás, como se dice de jornalero (…) [Iba] a la desflorada, a la cosecha de la papa. Pero hace muchos años que ya no sale (…) Dejó de ir porque mis hijos salían y yo me quedaba sola y después porque tiene Chagas y no puede hacer ese trabajo.
Contaban con algunos animales de los que obtenían leche y huevos para autoconsumo.
La entrevistada 917 vivía en Agua Fría, Atamisqui, con su marido y sus 6 hijos. Obtenían el sustento de las changas que conseguía el marido, que “sale a la desflorada [de maíz]” y también hacía trabajos para la intendencia, como limpieza de caminos. Sin embargo, “con eso no podemos, yo no tengo salario, no salí desgraciadamente.” Sus hijos mayores iban a trabajar con su padre. A su vez, ella también era hija de un peón golondrina. Tenían unos pocos animales para autoconsumo, y además ella hacía artesanías. Tardaba un mes en hacer una colcha, que podía vender en ferias a 500 ó 600 pesos, pero en la última no había vendido nada:
Tengo que comprar todas las cosas necesarias para hacer la colcha. Tengo que comprar la lana, tengo que comprar las tintas. Teñimos con tintas de sal y naturales también hacemos, pero eso también tenemos que hachar, sacar todo lo que es necesario para teñir natural (…) En la feria hemos estado en el grupo, unos días, no ha pasado nada. No se ha vendido nada. Después sí, acá en Santiago algo hemos vendido, caminitos [una suerte de manta alargada], esas cosas. Y ahora no, se vende poquito.
La entrevistada 1018 vivía en Villa Atamisqui, con su marido y sus siete hijos. También hacía artesanías en telar, y su marido era peón golondrina:
…hace changas, sale a la desflorada, hace esos trabajos (...) Ellos se van en el mes de noviembre, andan 15 días, 20 días y vuelven. Se quedan a descansar una semana más o menos y vuelven de vuelta, pasan al sur y ahí andan 45 días, 30 días y vuelven. En el año hacen tres veces la changa. Y eso es todo lo que pueden hacer, después se les acortan los trabajos. Van a trabajar aquí en la zona cortando leña, esas cosas (…) Hacen esas changas porque otro trabajo aquí en la zona no hay…
El trabajo en el despanojado era el que aportaba el mayor ingreso: “Y bueno ellos van a la desflorada y es la única vez que vemos platita porque ellos andando 15 días les pueden dar 1.800, 1.500, andando 45 días ya llegan hasta casi 5.000.” Su padre, que vivía en Buenos Aires, también había sido obrero del desflore. Ella cobraba, además, la pensión por madre de siete o más hijos. Las artesanías que realizaba no siempre aseguraban un ingreso. Como señaló, la venta a veces no alcanzaba para recuperar los costos y muchas otras ni siquiera se vendía:
Y bueno la colcha ahora la estamos vendiendo a 500, 550. Y bueno, aquí en la zona no nos pagan nada, en la zona más de 180 no te pagan. Y uno en la zona a veces no quiere vender porque quedamos con lo que hemos trabajado. No me queda nada de ganancia, quizá salgo perdiendo, porque lana tengo que comprar 9 pesos el kilo y son 12, 13 kilos que tengo que hilar.
La entrevistada 1119 vivía en Villa Atamisqui con sus siete hijos y su marido. Cobraba la pensión por madre de siete o más hijos, que resultaba fundamental para sostener a su familia: “gracias a Dios tengo eso porque si no cómo voy a vivir”. Además, confeccionaba artesanías: “colchas, caminitos, carteras, mantas, ponchos.” Tejer un poncho podía llevarle una semana, y luego se vendía a 300 ó 400 pesos. El marido era peón golondrina y albañil. Algunos de sus hijos también realizaban trabajos temporarios: “ellos salen a la desflorada y después ya no tienen más trabajo. En el invierno ya no tiene, en enero, febrero es cuando tienen trabajo, después ya no (…) Así trabajan todos los hombres, 20 días, 15 días.” Su madre también hacía artesanías en telar y su padre era peón golondrina, iba al desflore.
Como hemos visto a partir de los testimonios anteriores, los entrevistados integran familias obreras que se reproducen, fundamentalmente, a partir del trabajo rural estacional del esposo y alguno o varios de los hijos varones. Asimismo, la mayoría de las mujeres perciben la pensión por madre de siete hijos. El trabajo rural estacional parece estar concentrado sobre todo en el despanojado de maíz. Además, hemos observado casos en los que el hombre se emplea en la clasificación de semillas. Por otro lado, desprende de estos testimonios que los padres de los entrevistados eran peones rurales estacionales y que, como sus hijos o nietos, se empleaban sobre todo en el desflore de maíz. Asimismo, en ninguno de los casos analizados la venta de animales representa el ingreso más importante. Los animales y cultivos se destinan, mayoritariamente, al autoconsumo. Los casos de las entrevistadas 3 y 6 podrían ser considerados como los que menor relación guardan con el resto. Específicamente, porque la primera vivía de la jubilación de su esposo, que era trabajador del servicio penitenciario. La segunda, porque vivían de su trabajo como enfermera. Sin embargo, su esposo, también peón golondrina, debió abandonar ese trabajo por una enfermedad incapacitante. Aún con estas diferencias, en ambos casos se trata de familias obreras. Es destacable también que muchos de los hijos de los entrevistados, como es el caso de la entrevistada 6, deben irse a vivir permanentemente fuera de la provincia por carecer de oportunidades laborales en ella. Finalmente, cabe mencionar que varias de las mujeres que viven en la zona se definen como “teleras” y realizan artesanías que luego venden en ferias organizadas por el INTA. Sin embargo, como hemos visto, el ingreso que obtienen por la venta de estos productos es más bien simbólico y contribuye escasamente a la reproducción material de las familias. Aparece, al igual que la producción predial, como una de las tantas estrategias de supervivencia (changas), que realizan porque con el trabajo asalariado estacional de los hombres de la familia no reúnen los recursos necesarios para sostener a la familia. De la misma forma, los hombres complementan el asalaramiento estacional con changas en Santiago del Estero durante los meses en que permanecen en la provincia. Otra fuente fundamental para complementar los ingresos son los diversos programas de asistencia pública.
Las siguientes tres entrevistas (12, 13 y 14) fueron realizadas en San Gerónimo, departamento de Loreto, en el marco de una actividad del INTA para integrantes de ACUL (Asociación de Campesinos Unidos de Loreto), cuyo objetivo fue asesorar sobre la producción caprina. En la actividad, de la que participé como observadora, los pobladores señalaron las dificultades para desarrollar cualquier tipo de producción agropecuaria. Uno de los problemas que mencionaron fue la falta de agua. “De qué sirve que pongamos una semilla si no germina”, señaló uno de los participantes. Además, se refirieron a la falta de forraje, de asistencia veterinaria, de tratamiento sanitario y la ausencia de instalaciones refrigerantes para conservar a los cabritos. Otro problema que se mencionó fue la escasa producción, que no dejaba márgenes para la venta. En suma, los pobladores pusieron de manifiesto los límites estructurales para el desarrollo de cualquier tipo de actividad agropecuaria que les permitiera vivir de la tierra.
Finalizada la actividad, pude entrevistar a algunos pobladores, que se explayaron acerca de las dificultades de la producción predial y, nuevamente, de la forma en que obtenían los ingresos para subsistir. El entrevistado 1220 vivía en Vichitaco, Atamisqui, con su señora y algunos de sus diez hijos. Trabajó toda su vida como peón rural temporario, igual que su padre, que trabajaba en la zafra tucumana. También fue ladrillero en Buenos Aires y peón en el despanojado. Habiendo alcanzado la edad para jubilarse, había comenzado los trámites para acceder a ese beneficio, aunque demoras burocráticas venían retrasándolo. Igualmente, no esperaba cobrar mucho ya que contaba con pocos aportes. Como sucede mayoritariamente entre los sectores más vulnerables de la clase obrera, trabajó durante muchos años en negro o sus patrones no hicieron los aportes correspondientes:
…yo siempre fui ladrillero, trabajo de ladrillos en la provincia de Buenos Aires, y después cuando vinieron estos trabajos de la flor, del maíz, la compañía Dekalb, que ahora le dicen Monsanto, en eso trabajé 12 años seguidos. Esos son los únicos aportes que me están sirviendo. Pero igual me falta (…) Yo tenía sacado más o menos 22 años pero me robaron muchos, me descontaban y no me aportaban.
Aún en edad de jubilarse el entrevistado continuaba yendo a trabajar en negro al despanojado. Tenía algunos animales, aunque no podía cultivar por la falta de agua. Participaba en la ACUL y se encontraba esperando un crédito, junto a otras familias, para hacer mejoras en su predio. Su familia subsistía gracias a la pensión de su mujer, que era madre de siete hijos; él tenía el PJyJDH pero se lo sacaron cuando lo pasaron al Plan Familia, que cobró una sola vez, al igual que la Asignación Universal. Sus hijos eran peones golondrinas, trabajaban en Buenos Aires, en semilleros, en el despanojado y en la clasificación de semillas:
Y ahora mis hijos están ahí, en Pergamino. Algunos ya vinieron y están esperando que vengan otros trabajos en el mes de octubre. Se van al arándano. En Entre Ríos o en la provincia de Buenos Aires, aquí en Tucumán también hay mucha plantación. Pero más conocen para allá los chicos, Entre Ríos también conocen.
Criaban algunos animales: tenían 20 cabras, 20 ovejas, 8 vacas, chanchos y gallinas, que destinaban al autoconsumo. A través de la organización en que participaba gestionó un crédito de $3.000, a cobrar a lo largo de tres años, para comprar alimentos y medicamentos para los animales, y para armar una pequeña represa.
La entrevistada 1321 vivía en Isla Verde, Loreto, con tres de sus doce hijos, dos de sus nueras y dos nietos. Los varones eran trabajadores golondrinas: “ellos son como trabajo golondrina como se dice. Van al sur, ahora hace cuatro meses que están por el sur y creo que llegan mañana o pasado. Los cuatro están por ahí (…) Ellos están en el trabajo de clasificación de maíz en la planta de SatusAger…” Ella cobraba la pensión por madre de siete o más hijos, participaba de ACUL, realizaba artesanías tejidas y se ocupaba de los animales que tenían en su parcela: “yo siempre hago tejidos, hilados, tejido a croché algunas cositas chicas, a veces en el telar. Y bueno, atiendo un poco a los animales. Tenemos caballos, burros, cabritas, chanchos…” De todos modos, la cría se dificultaba por la escasez de agua que, muchas veces, debía ser comprada:
No tenemos mucho para vender, a veces vienen las épocas difíciles, feas, que no hay agua, el año pasado por ejemplo, era una sequía tan larga que era tan feo para los animales. Teníamos que comprar agua, pagar 250 un tanque de agua para los aljibes, para el depósito para poderlos mantener, a las cabras por ejemplo. Hasta a los burritos porque en el pozo había agua salada.
El problema del agua también afectaba el cultivo de vegetales en la huerta. Y cuándo había agua suficiente para desarrollar cultivos, aparecía el problema de las plagas:
El año pasado yo no he retirado las semillas del Pro-Huerta por el tema que la gente me decía para que vamos a traer, ¡no hay agua!, había escasez de agua y la sequía tan larga (…) Hemos sembrado eso [semillas viejas] y eso está saliendo, pero ¿qué me perjudica ahora? Las hormigas y el zorrino, ha escarbado y ha sabido hacer daño…
La entrevistada 1422 vivía en San Gregorio, Loreto, con su suegra y su marido que era peón golondrina: “va a la desflorada, la guinea, al arándano.” Ella era, al momento de la entrevista, presidenta de ACUL. Es decir, la máxima dirigente de una organización que agrupa a “campesinos”. Realizaba artesanías tejidas, pero además era enfermera, aunque no trabaja de eso porque no tenía el secundario completo y, por lo tanto, no estaba habilitada para hacer los cursos que le permitirían insertarse en el sistema laboral formal. Contaban con unas 120 cabras que destinaban a la venta y el autoconsumo. Tenían una huerta pero, al igual que la entrevistada anterior, nos refirió el problema de la falta de agua que impedía mantenerla. Años atrás obtuvo subsidios para realizar aljibes y adquirir ganado caprino.
Como hemos visto, los tres entrevistados anteriores participaban en ACUL, una asociación “campesina” de Loreto. Ahora bien, más allá de la denominación de dicha agrupación, vemos que los entrevistados reproducen su vida, fundamentalmente, a partir del trabajo asalariado.
En el caso del entrevistado 12, se encuentra esperando la jubilación por el trabajo realizado en Dekalb, empresa semillera. Pero, además, debe emplearse en negro para poder subsistir mientras espera que le salgan los trámites. Asimismo, cuenta con el aporte de sus hijos, que también son peones golondrinas, y con la pensión de su esposa, madre de siete hijos. La familia de la entrevistada 13 vive de su pensión por ser madre de siete hijos y del ingreso de sus hijos que son peones golondrinas. La familia de la entrevistada 14, vive del trabajo temporario de su esposo. En los tres casos hemos visto, también, cómo a pesar de tener animales y huerta, el desarrollo de la producción se ve obstaculizado por la falta de agua. Asimismo, hemos visto que la cría de ganado caprino encuentra serios obstáculos también (falta de vacunas, forraje o refrigeración).
Las siguientes entrevistas (15 y 16) fueron realizadas en el marco de una actividad del INTA en la casa del entrevistado 15, en el departamento de Figueroa. Se convocó a los vecinos para que observaran una “parcela demostrativa”, donde se había sembrado dos hectáreas con maíz y algodón. Primero visitaban el predio mientras que el entrevistado y los ingenieros del INTA relataban la experiencia, es decir, de qué modo se llegó a tener esos cultivos. Indagando un poco, el dueño de la “parcela demostrativa” manifestó que había contado con un crédito otorgado por el Banco de la Provincia para desarrollar el emprendimiento. A su vez, el programa por el cuál accedió a él establecía que de cumplir ciertas condiciones (vender la producción de algodón a una cooperativa seleccionada por el INTA), el crédito no debía ser devuelto. Es decir, más que crédito se trataba de un subsidio. Se estimaba que la producción vendida a la cooperativa rondaría los $4.250 de ingresos brutos, $1.700 por tonelada. Además, si se vendía a la cooperativa que contaba con acuerdo con el INTA, los productores no pagaban el flete para trasladar hasta allí la mercadería. Las máquinas para la limpieza y siembra del campo fueron provistas por el INTA, y también el kit de semillas y pesticidas (Atrazina y Glifosfato). Además, el organismo otorgaría también una máquina para la cosecha. Según ingenieros de esa institución, lo más caro es la mano de obra (cerca de 2.000 pesos para el algodón, o sea, 50 jornales a 40 pesos cada uno), pero indicaron que en el caso del entrevistado “es gratis” ya que utilizaba mano de obra familiar. El dueño de casa y varios de los concurrentes formaban parte de la CUSEF (Comisiones Unidas del Sudoeste de Figueroa), organización de 2° grado que contaba con casi 300 socios, integrante del MOCASE. La concurrencia a la actividad fue heterogénea, ya que además de los “campesinos”, había también productores agropecuarios de mayor tamaño (identificables por los vehículos en los que llegaron, camionetas 4x4).
Una vez que terminó la demostración práctica, los presentes se dividieron en tres grupos para discutir qué destacaban de la experiencia y señalar los problemas que observaban para reproducirla en sus predios. Los presentes destacaron una serie de ventajas, relacionadas con las virtudes del campo y la implementación de mejoras técnicas, que no estaría al alcance de todos poder reproducir. En primer lugar señalaron que el campo estaba limpio (libre de malezas y vegetación de monte): mientras que para el propietario mantenerlo en esas condiciones no costaría más de $100, para el resto, poner sus campos en condiciones demandaría una inversión cuatro veces más grande. A su vez, destacaron la posibilidad de acceder a agroquímicos, que abaratan los costos del desmalezamiento por el ahorro de mano de obra. Otra ventaja era que el campo se encontraba nivelado, lo que ahorraba tiempo de riego por el uso más eficiente del agua. La carpida se realizaba con arado y caballo, en lugar de la azada, pero no todos podían acceder a esas herramientas. También destacaron el asesoramiento técnico que permitió introducir mejoras (como el surco estrecho), que ahorraba tiempo y dinero, y permitía aumentar los rendimientos (en maíz, el rinde pasó de 1.500 kg por hectárea a 6.000). Gracias a todas estas mejoras, el maíz crecía parejo, lo que permitía realizar la cosecha a máquina, ahorrando nuevamente tiempo y trabajo, con mayores rendimientos y menores costos. La posibilidad de cosechar el algodón con máquina tenía los mismos efectos. El rinde se elevaba de 2.000 kg. por hectárea a 2.500. Además, con la máquina se cosechaba en un día, mientras que sin ella el mismo campo insumiría el trabajo de dos personas durante 25 días (50 jornales a $40 el jornal = $2.000 pesos de mano de obra). El alquiler de la máquina ascendería a $400 por día, pero como vimos, en el caso del productor que hacía la demostración el servicio era provisto gratuitamente por el INTA. Los pobladores que asistieron a la actividad señalaron los problemas para replicar una producción similar en sus campos: además de los costos de acceder a agroquímicos, máquinas o pagar mano de obra para cosecha y labores, señalaron el problema de la nivelación del terreno, fundamental para minimizar el trabajo. Para ponerlo en condiciones, necesitaban una máquina niveladora de terreno, cuyo costo ascendía a $1.500 y, por tanto, “no está al alcance de la mayoría de nosotros”. Otro problema era la falta de agua, y las obras de infraestructura y limpieza de canales que se necesitaban para mejorar su provisión. Además, señalaron que la gente no solía asistir a las capacitaciones. Seguramente, porque los empleos estacionales fuera del territorio provincial les impedían participar o porque, dadas las inversiones que se necesitaban para que sus tierras resultaran rentables, todo asesoramiento técnico resultaba utópico. Porque el problema fundamental, como señaló un participante, era que sin la asistencia financiera de instituciones estatales (en este caso el INTA), desarrollar una producción agropecuaria capaz de sostener a una familia resultaba imposible: “el INTA ha provisto todo lo necesario, ¿cómo se traslada? Los demás compañeros no cuentan con eso.”
La propuesta del INTA es que la experiencia se multiplique, aunque los recursos no alcanzan para replicarla más allá de unos pocos afortunados. Otro obstáculo es que para la mayoría de los “campesinos”, el trabajo temporario en las cosechas (única fuente de ingreso segura), los deja lejos de su campo en los momentos en que más necesaria es su presencia para atender las labores. Hubo varios indicios en la charla de que el empleo asalariado en las cosechas era un elemento fundamental para la reproducción del grupo familiar. Al finalizar la actividad, y luego de señalar que gracias a la inversión realizada en el campo el propietario de la “parcela demostrativa” ya no necesitaba emplearse fuera de su predio, uno de los ingenieros preguntó quién trabajaba afuera, quién había ido a la desflorada. Ninguno de los presentes levantó la mano, aunque entre risas se escuchó “porque están afuera”. Sin embargo, al finalizar la actividad el ingeniero que había hecho la pregunta se me acercó para comentarme que si no salían a trabajar era porque contarían, seguramente, con la Asignación Universal por Hijo. Agregó que, en una actividad similar en una localidad cercana, realizada ese mismo año, entre siete y ocho de los presentes habían reconocido que viajaron para emplearse en la cosecha. Incluso el dueño de la “parcela demostrativa” había viajado. Otra explicación de ese silencio que parecía tan extraño en aquellos parajes en que el empleo temporario en las cosechas estaba tan extendido, surgió de un comentario que recibí de otro técnico del INTA, quien me señaló que “a los campesinos les avergüenza un poco decir que trabajan afuera y mucho menos lo hacen en público.”
Finalizada la actividad realicé algunas entrevistas entre los participantes. El entrevistado 1523 vivía en Barrio La Autonomía, Figueroa, con su esposa y su hijo de 9 años. Dos de sus hijos, de 24 y 25 años, vivían en Buenos Aires y trabajaban en un taller de costura. En la parcela contaban con algunos animales: chanchos, ovejas, cabras y gallinas; también cultivaban maíz, algodón, cebolla, batata, sandía, melón y calabaza. Tenía dos hectáreas de maíz, que utilizaban como alimento para el ganado, y dos de algodón. Vendían cabritos a $12 el kg., y lo mismo el cordero y el lechón. Solían vender de 10 a 15 por año. También vendían lo que cultivaban. El entrevistado señaló que vivían “de lo que sembramos. Sembramos maíz, algodón; después criamos animalitos: chanchos, ovejas, cabras, gallinas, y con eso nos mantenemos. Y vendemos, vendemos de todo, vendemos cabritos, no le digo en cantidad, pero…” Además, a veces, aunque cada vez menos, recibían ayuda económica de los hijos residentes en Buenos Aires:
Al principio nos ayudaban más, cuando necesitábamos, ahora necesitamos menos y ellos nos preguntan si necesitamos y nosotros decimos sí o no. Por ahí 500 pesos, 600 pesos, pero por ejemplo en este año ya no hemos recibido ninguna ayuda de ellos, no queremos. No hace falta. Tenemos unas cuantas vaquitas también, si hay necesidad las vendemos o las carneamos nosotros y vendemos una parte.
El entrevistado integraba la CUSEF. Anteriormente cobraba el PJyJHD y al momento de la entrevista cobraba la Asignación Universal. En 1982, con su familia, se fueron a Buenos Aires. Él trabajaba como operario en una empresa textil y su esposa era empleada doméstica. Regresaron a Santiago en el ’89, en medio de una crisis económica que los dejó sin empleo:
Yo trabajaba en fábrica, en una textil. Siempre he trabajado en textil, con las máquinas, manejando las máquinas para la tela. La tela para sábanas, para camisas. Al principio he entrado como… poniendo el hilo para que trabajen las máquinas, después ya he aprendido las máquinas y me han mandado a trabajar con las máquinas.
El entrevistado 1624 vivía en Colonia San Juan, en Figueroa. Se definía como criador y agricultor. Vivía con sus tres hermanos; y tenía dos hermanos más viviendo en Buenos Aires. Uno trabajaba en una metalúrgica y la otra era ama de casa. En su campo sembraba maíz, algodón y criaban vacas y chanchos para autoconsumo. Anteriormente, tanto él como sus hermanos, iban a trabajar fuera de la provincia, en el desmonte o haciendo alambrados. Su predio contaba con 10 hectáreas, más 40 de monte; eran poseedores con ánimo de dueño. Contaban con subsidios del gobierno que les permitían “trabajar en la agricultura. O sea labrar la tierra, nos subsidia el gobierno para poder trabajar. Con esa ayuda lo hacemos.” Les otorgaban un monto de dinero según la cantidad de hectáreas. En el caso de su hermano, por 10 hectáreas recibió $1.500, no reembolsables. El entrevistado indicó que ese dinero lo utilizaba, entre otras cosas, para contratar mano de obra en la época de cosecha de algodón. Contrataban, además, un tractor que les cobraba $80 por hectárea.
En el caso de los entrevistados 15 y 16 nos encontramos, nuevamente, con dos sujetos de origen obrero (uno era operario textil y el otro peón rural), que pudieron acceder a una explotación que les permitió escapar al destino de la venta de fuerza de trabajo. Ambos vivían, al momento de la entrevista, de la producción predial. Sobre todo de la venta de maíz y algodón, y también de la venta de algunos animales que criaban en el campo. Sin embargo, encontramos que esto era posible porque existía un fuerte apoyo financiero estatal (a través del INTA) que subsidiaba y sostenía la producción. No solo brindando asesoramiento técnico y maquinaria. Además, la producción se vendía, previo acuerdo gestionado por el INTA, a una cooperativa de La Banda. Es decir, merced a estos acuerdos preferenciales gestionados por el Estado lograban escapar a la competencia capitalista que podría afectar sus precios. Asimismo, observamos que uno de los mayores gastos que implicaba la producción, la contratación de mano de obra, encontraba solución o bien en el uso de la mano de obra familiar, que no por ello deja de ser mano de obra explotada (entrevistado 15); o bien en los subsidios otorgados por el gobierno (entrevistado 16).
En estos últimos casos reseñados se observa una realidad diferente de la de aquellos entrevistados que subsistían merced a la venta de su fuerza de trabajo en el mercado, que hasta ahora habían sido mayoritarios. Nos encontramos frente a pequeños productores que pueden desarrollar una explotación agropecuaria de la que extraen los ingresos para vivir. Todos, sin embargo, reconocen un pasado como obreros, situación que habría cambiado gracias al desarrollo de la producción propia en sus predios. Este fenómeno extraño de ascenso social, sin embargo, no puede explicarse sin el apoyo financiero del Estado, que claramente es el que ha permitido (y permite) el desarrollo de la producción predial. Algo que mitiga (momentáneamente, mientras el Estado mantenga la asistencia) las necesidades, pero que no modifica su extracción social, claramente obrera en ambos casos.
La siguiente y última entrevista, número 17, fue realizada en el marco de una capacitación caprina a cargo de ingenieros del INTA, brindada a docentes rurales de educación secundaria. El objetivo era fortalecer los “sistemas productivos campesinos”, para así evitar que los jóvenes debieran irse a trabajar fuera de la provincia. Los docentes actuarían como mediadores entre el chico y la familia. Los técnicos del INTA plantearon que había que “respetar los conocimientos nativos”, aunque no se privaron de impartir lecciones sobre conocimientos técnicos básicos destinados a evitar la mortalidad animal, a planificar las pariciones y a evitar que se escape el ganado. Uno de los ingenieros me comentó que había comenzado a vincularse con el “campesinado” desde la década de 1980, como miembro de INCUPO (Instituto de Cultura Popular) y la Iglesia de Añatuya, a partir de un proyecto del Obispado local. Ellos habrían contribuido, según sostuvo, a formar las primeras centrales campesinas con proyectos similares a los que desarrolla actualmente el INTA, y habrían contribuido a la formación del MOCASE.
En un descanso de la capacitación me acerqué a charlar con los muchachos que preparaban el asado para el almuerzo. Todos tenían una experiencia como peones golondrinas, algo que a esta altura ya parecía la vivencia más común en las “comunidades campesinas” de Santiago del Estero. Me comentaron que habían trabajado en Mar del Plata y otras localidades de la Provincia de Buenos Aires, como así también en La Rioja. Allí habían trabajado en las cosechas de papas, aceitunas y en el desflore de maíz. Comentaron que casi todos sus conocidos iban a trabajar a las cosechas, ya que vivir de la producción agropecuaria propia era muy difícil. En sus predios prácticamente no tenían animales, porque “necesitás plata para hacerte de los primeros y plata para mantenerlos, entonces sí o sí tenés que salir [a trabajar fuera de la provincia].” Ellos ya no viajaban a emplearse como peones golondrina, aunque no pudieron escapar de su destino de obreros: uno era chofer de un remis; el otro hacía changas y cobraba la Asignación Universal (tenía cuatro hijos y cobraba $130 más $40 por cada uno). Una fuente alternativa de empleo era la estatal. En ese momento, comentaron, muchos jóvenes se encontraban trabajando en la obra de reconstrucción del dique de Figueroa. Sin embargo, las dolencias físicas adquiridas tras una vida de peón golondrina resultaban un obstáculo para acceder a este tipo de trabajos: uno de ellos se había hecho los estudios médicos para ingresar a trabajar en la obra, pero no lo habían llamado. El otro también había querido entrar, pero no pudo. Desde ya, de poder optar entre la cosech a y el trabajo estatal, elegiría lo primero: “en la papa pagan por tanto, conviene trabajar acá, en la obra, porque es fijo, allá vas pero nunca sabés cuánto vas a cobrar.” Ambos tenían familia en Buenos Aires, casi todos ahí la tienen, dijeron. Pero no les envían dinero.
El entrevistado 1725, con quien conversé al finalizar la capacitación, tenía al momento de la entrevista 21 años. Vivía en Caspi Corral, Figueroa, con sus padres. Tenía 11 hermanos. Trabajaba como chofer de una combi, con la que trasladaba a los obreros empleados en la obra de remodelación del dique de Figueroa: “…gente que viene de Tucumán, están alquilando, trabajan aquí, están alquilando aquí en Caspi Corral y yo los llevo desde aquí, desde Caspi Corral hasta el km 0.” Anteriormente había trabajado en el despanojado de maíz, en Buenos Aires, y en la papa, en Rosario: “una vez al año, 3 años seguidos me he ido. Sería a principios de año, enero, febrero, esa fecha.” Cuenta que “la mayoría de los jóvenes se van a trabajar afuera, y las mujeres también, se van a trabajar a la ciudad, en Santiago, La Banda (…) de empleadas domésticas, niñeras. Ya casi no quedan jóvenes en la zona, digamos, todos se van a trabajar afuera.” Los que no han migrado trabajaban en el dique: “el 50% de los jóvenes están trabajando ahí ahora y el otro 50% sale a trabajar afuera.”
Su padre era policía y su madre cobraba la pensión por madre de siete hijos. Su hermano menor cobraba una pensión por discapacidad, de $500. En el predio tenían algunas cabras y chanchos, destinados al autoconsumo. Según el testimonio “ahora los precios de la carne se fueron a las nubes y conviene mucho más criarlos para el consumo”. Era difícil vivir de la cría sin el dinero para mantener los animales, “porque los animales necesitan vacunas, alimentos, si no trabajás en otra cosa o no tenés una entrada no los vas a poder sustentar.” Eran poseedores con ánimo de dueño de las tierras donde vivían, algo muy común: “…las escrituras del terreno no las tiene nadie en la zona.” El entrevistado terminó la escuela secundaria a los 17 años y hubiera querido estudiar una carrera universitaria pero, dada su condición obrera, eso resultó imposible. Tuvo que salir a trabajar, y en esas condiciones no pudo estudiar:
...desde los 17 años que terminé la secundaria empecé a trabajar (…) Si querés seguir estudiando tienes que ir a la ciudad, a Santiago. Ahí tienen las universidades, tienen varias carreras, pero no se puede, porque si vas tenés que alquilar algo donde quedarte allá y pagar una cuota mensual, creo. Así que directamente no se ha podido, y no se puede hasta el día de hoy. Ya hace varios años que terminé la secundaria y no pude seguir estudiando nada.
Esos son los límites que le impone, al entrevistado 17, el lugar que ocupa en la estructura social. Situación que se puede generalizar a casi la totalidad de los entrevistados que hemos consultado. A partir de los testimonios recabados hemos podido constatar que las familias que brindaron su testimonio (salvo algunos casos puntuales) viven del trabajo rural estacional de alguno o varios de sus integrantes. Como vimos, las tareas realizadas son variadas: trabajan en el despanojado de maíz, en la cosecha de papa, arándano o de espárrago. En todos los casos ello implica largos viajes que los alejan del hogar por varios meses. Asimismo, hemos visto que el Estado ocupa un lugar destacado en la reproducción familiar, otorgando subsidios bajo diversas modalidades, que se encuentran muy extendidos. Es común que en cada uno de los hogares haya un ingreso por pensiones (madre de siete hijos o incapacidad), jubilaciones, y que todos cobren la Asignación Universal por Hijo. Otra forma en que el Estado se hace presente es a través del empleo público, y también subsidiando la producción predial de la que muy pocos viven. Otras fuentes de ingresos, que complementan el ingreso por la venta de fuerza de trabajo en las cosechas, son las “changas” (albañilería, transporte), trabajo asalariado informal de gran inestabilidad. Como queda evidenciado a partir de los relatos, la producción predial (sobre tierras que no son formalmente de su propiedad) se destina sobre todo al autoconsumo. La porción que pueden vender no implica un ingreso constante ni sustantivo. Es decir, complementa el ingreso obrero extra-predial. Por otro lado, queda claro que los casos puntuales de familias que viven del trabajo predial (ya sea de la producción agropecuaria o de la elaboración de artesanías) lo hacen porque cuentan con las más variadas formas de subsidios estatales. De otro modo, eso no sería posible. También hemos visto que en prácticamente todos los casos considerados los padres, e incluso también los abuelos de los entrevistados, eran peones golondrinas. Además, hemos visto la preocupación de muchos de los entrevistados porque sus hijos deben marcharse a vivir de manera permanente fuera de la provincia, ya que allí carecen de oportunidades laborales. Obviamente, tanto dentro como fuera de la provincia su destino es continuar la vida obrera de sus padres o abuelos. Mayoritariamente se emplean, otra vez, en las cosechas, pero también en trabajos asalariados urbanos.
Discusión
Los datos precedentes permiten poner en cuestión la caracterización predominante de la población rural de Santiago del Estero. Considero que, dada la evidencia empírica presentada, la noción de “obrero rural con tierras” presentada en la introducción de este trabajo y que retomaremos en este apartado podría resultar más adecuada para dar cuenta de la situación social de las familias consideradas. No solo porque las condiciones históricas propias del medio evo, que dieron origen al campesinado han dejado de existir; sino también porque la noción de campesinado empleada actualmente parece remitir, en realidad, a sujetos sociales distintos y resulta, por lo tanto, una categoría ambigua e imprecisa.
El campesinado vivió su época dorada bajo el modo de producción feudal, del que fue una de las clases fundamentales. El feudalismo se caracterizaba por ser una economía predominantemente agrícola, en donde el productor directo (campesino) se encontraba obligado a ceder parte del excedente por él producido a los señores feudales, propietarios de las tierras. La apropiación del excedente se daba bajo la forma de trabajo en las tierras señoriales o de rentas en dinero o especie. El campesino, sin embargo, tenía la posesión efectiva (y el control) del medio de producción fundamental (la tierra), y por tanto, disponía de ella de la forma que considerase más conveniente. Es decir, tenía todo lo necesario para asegurar su reproducción y la de su familia, sin que existiese ninguna razón económica para ir a trabajar a la tierra del señor o cederle parte de la producción. Por esa razón, la apropiación del excedente por parte del señor se realizaba a través de una coerción extraeconómica (Harnecker, 2005).
La separación entre posesión (campesina) y propiedad (señorial) del medio de producción fundamental (la tierra), en donde el campesino controla y se apropia efectivamente de su propio trabajo, es lo que hace necesaria la coerción extraeconómica como mecanismo fundamental para garantizar la explotación. Bajo estas condiciones, la comunidad campesina resultaba autosuficiente, encontrando en el trabajo (agrícola o artesanal) realizado en sus parcelas todo lo necesario para su sustento. No podía, sin embargo, abandonar la tierra, a la que estaba sujeta por relaciones de dependencia personal con los señores. Esta situación se mantuvo así hasta la transformación de las relaciones sociales, que modificó las bases jurídicas sobre las que se asentaba la explotación.
El desarrollo de las relaciones de producción capitalistas supuso un gran cambio para las comunidades campesinas. Aunque nadie niega la naturaleza de las transformaciones, existe una discusión abierta en torno a los efectos a largo plazo de la difusión de las relaciones capitalistas sobre la comunidad campesina. De un lado, tenemos a quienes señalan que esta clase comienza a disolverse bajo el nuevo modo de producción. De otro, a quienes postulan la posibilidad de supervivencia del campesinado bajo el imperio del capital. Veamos a continuación los fundamentos de los principales exponentes de ambas posiciones.La revolución burguesa en el campo supuso la eliminación de las formas de propiedad y de dependencia personal vigentes bajo el feudalismo. En un largo proceso de transición, que no asumió en todos lados la misma forma, se fue imponiendo la “liberación” del campesinado de las formas de sujeción personal. La propiedad feudal, heredable por prerrogativas de sangre y no enajenable, se fue transformando en propiedad privada. Así, cuando no era directamente expulsado de la tierra, el campesino se transformaba en un pequeño productor sometido a las presiones del mercado, de la revolución técnica y de los procesos de concentración y centralización asociados a ella. Sometido a la tiranía del mercado, el campesinado se veía atravesado por un proceso de diferenciación interna que ubicaba a los “exitosos”, los que podían acumular, en el terreno de la burguesía, y que expulsaba a los que no a las filas del proletariado.
Este proceso de transición, del agro feudal al agro capitalista, ha sido analizado por algunos marxistas clásicos, que identificaron esta tendencia a la disolución de la realidad campesina. Engels muestra la heterogeneidad social tras el concepto “campesinado” (Engels, 1974). Señala que en su interior se ocultan dos realidades diferentes. De un lado la del “campesino” rico y medio, que liberado de las trabas feudales, ha podido acumular, convirtiéndose en propietario de medios de producción que explota mano de obra asalariada. Ese campesino ya no es tal, se ha convertido en un burgués agrario. Del otro lado, una masa que Engels identifica como campesinos en sentido estricto, que se diferencian tanto del burgués agrario como del campesino feudal. Este sector es definido por Engels como propietario o arrendatario de tierras liberado de las trabas feudales, que no explota fuerza de trabajo pero recurre a la mano de obra familiar para las faenas rurales. Sin embargo, ese “campesinado” se enfrenta a las presiones del mercado que, por efecto del endeudamiento y la incapacidad para acoplarse a la acumulación capitalista, lo ponen frente a la realidad de su inminente expropiación. Es por ello que Engels lo define como “futuro proletario”. Este autor introduce así una categoría raramente utilizada en la época: la de pequeña burguesía, la capa de la burguesía que posee medios de producción pero que por efecto de las tendencias de la acumulación se encuentra próxima a perderlos (Sartelli, 2009). De esta manera, Engels observa los dos procesos que se encuentran detrás de la disolución del campesinado por efecto del avance de las relaciones de producción capitalista. En primer lugar, la liberación del campesino, que se transforma en propietario de medios de producción: burgués, si alcanza la escala que le permite explotar trabajo asalariado; pequeño burgués, si vive de su propio trabajo y el de su familia; semi-proletario, si debe complementar el trabajo en su parcela con la venta en el mercado de su propia fuerza de trabajo. Un segundo proceso es el de la expropiación del pequeño propietario: el burgués o pequeño burgués agrario que pierde en la competencia, se pauperiza y debe eventualmente proletarizarse.
Estos procesos también fueron documentados por Kautsky (1984), quien descubre que si bien no se produce un proceso lineal de proletarización de los pequeños propietarios, la tendencia se mantiene de una forma más compleja. En particular, por la transformación de la pequeña producción en un complemento de la gran hacienda, a la que provee de fuerza de trabajo. Aquí, la persistencia de la pequeña explotación resulta funcional a los requerimientos de fuerza de trabajo temporarios de la gran explotación, que se vale de un semi-proletariado cautivo dispuesto a trabajar por un salario en cuanto las necesidades de mano de obra se hacen más acuciantes. Esta situación, a su vez, incrementa las tendencias a la proletarización y a la desaparición de la pequeña propiedad.
Lenin, que a diferencia de Kautsky escribió sobre un momento previo de la transición del agro feudal al capitalista, coincidirá, en líneas fundamentales con lo expuesto por los autores precedentes. La liberación del campesinado en Rusia fue posterior al proceso en Europa occidental, y al momento en que Lenin escribía, el campesino ruso no se encontraba completamente liberado de las trabas feudales. La sujeción personal continuaba vigente, por ejemplo, en las deudas originadas en una liberación a medias, donde el campesino debía pagar por su tierra (y su libertad). Aunque se habían anulado las razones jurídicas que ataban al siervo a la tierra, ésta se entregaba ahora en arrendamiento o se vendía, de manera tal que el campesino endeudado y con un grado de acumulación que no le permitía obtener los bienes necesarios para su subsistencia, se encontraba obligado (por razones económicas) a trabajar para el terrateniente que lo remuneraba parte en tierras, parte en productos o dinero. Por esta razón Lenin habla de relaciones semi- serviles, que en la medida en que el salario va convirtiéndose en el medio de subsistencia principal del “campesino” y las máquinas van reemplazando sus rudimentarios métodos de labranza, derivan en relaciones plenamente capitalistas. A pesar de que no se había producido aún la liberación completa del campesinado en la Rusia de Lenin, razón por la cual se habla todavía de campesinos ricos, medios y pobres, las tendencias que ya se adivinaban llevarían a la diferenciación social que ubicaría de una lado a la burguesía (o pequeña burguesía) y del otro al semi-proletariado o proletariado (Lenin, 1973; Harnecker, 2005; Sartelli, 2008 y 2009).
Contra estos autores, que postulaban las tendencias a la descomposición de la sociedad campesina y de las relaciones sociales sobre las que se asentaba, se erigió una posición crítica. Su mayor representante, que sirvió de base a todos los que aún hoy siguen sosteniendo la pervivencia del campesinado bajo un capitalismo plenamente desarrollado, es Alexander Chayanov. Este intelectual ruso sostenía que la economía campesina se sustentaba en el trabajo del propio productor y su familia. El ingreso se obtenía fundamentalmente a partir del trabajo familiar y su magnitud quedaba determinada subjetivamente según una ecuación entre necesidad y valoración del esfuerzo necesario. Es decir, dependía del tamaño y composición de la familia y sobre todo, del grado de esfuerzo familiar, de su autoexplotación. La Unidad Económica Familiar sería “la explotación económica de una familia campesina o artesana que no ocupa obreros pagados sino que utiliza solamente el trabajo de sus propios miembros…” (Chayanov, 1975: 15-31). Asimismo, según este autor, la economía campesina se encontraba aislada, motivo por el cual no se veía influenciada por factores externos. Este tipo de organización económica podría existir, por lo tanto, en cualquier formación social. Esta teoría tiene algunas incongruencias. En primer lugar, se presenta a la economía campesina como un sistema estático, aislado, que podría sobrevivir pese a las presiones externas (es decir, al capitalismo) sobre todo a partir de la autoexplotación familiar. Estos campesinos, sin embargo, participan del mercado capitalista en el que venden parte del producto obtenido en su parcela. Por lo tanto, no escapan a la competencia capitalista, que necesariamente afectará su modo de existencia. La incorporación de tecnología en las explotaciones capitalistas con las que el campesino compite lo conducirá a un abaratamiento de las mercancías que lleva al mercado. Por tanto, para mantener su capacidad de compra y abastecerse de los bienes que no produce en su unidad productiva, deberá intensificar la autoexplotación. Pero ello claramente tiene un límite: en algún momento el “campesino” deberá incorporar tecnología (es decir, acumular), o perecerá en la competencia. La autoexplotación familiar no es infinita y, por tanto, llegado cierto punto, no alcanzará con “trabajar más” para replicar la producción capitalista (cada vez más eficiente y, por tanto, más barata). En caso de que pudiera acumular, la incorporación de maquinaria y el aumento de la escala de producción, lo llevarían en algún momento a la necesidad de contratar obreros asalariados. Mientras que cuando no pueda dar ese paso, parte de la familia “campesina” deberá proletarizarse para obtener de otra manera los ingresos que perdió por el abaratamiento de las mercancías agrarias.
Se cae así en el supuesto de la autonomía campesina, que deriva, nuevamente, en un proceso de diferenciación interno que Chayanov se obstina en negar. En tanto el campesino participa del mercado capitalista, no puede evitar las presiones que lo obligan a acumular (y convertirse, tarde o temprano, en un burgués) o perecer (lo que lo lleva al terreno del proletariado). La posición de Chayanov resulta entonces en una abstracción teórica, no exenta de contradicciones internas, que los propios datos de la realidad ponen en cuestión. Sin embargo, Chayanov, que escribió durante los primeros años de la Revolución Rusa, se encontraba frente a una realidad en la que el “campesino” tenía vigencia, a pesar de su heterogeneidad y de las tendencias a su disolución. Un problema mayor deriva de extrapolar su modelo a nuestra realidad, en la que las tendencias que ya en la Rusia de principios de siglo estaban atacando la comunidad campesina se han desarrollado plenamente. Sin embargo, sus posiciones persisten aún bajo formas subjetivistas como el neo-campesinismo, que aceptan la posibilidad de existencia de “campesinos sin tierras”, o campesinos que obtienen el grueso de sus ingresos de la venta de fuerza de trabajo, o campesinos que emplean directa o indirectamente decenas de obreros en cada cosecha. Considero que las categorías delineadas por el materialismo histórico, vigentes tanto para medios urbanos como rurales, resultan mucho más apropiadas para explicar las múltiples realidades que el “campesino” esconde.
En ausencia de relaciones de dependencia personal, la propiedad de la tierra que trabaja transforma al campesino en propietario de medios de producción. Esto lo ubica en el terreno de la burguesía. En la medida en que el propietario no puede, por su escala, abandonar el proceso productivo, nos encontramos frente a la capa más baja de la burguesía: la pequeña burguesía. Una personificación social que se caracteriza por la posesión de medios de producción pero que vive de la apropiación de su propio trabajo, aunque eventualmente pueda explotar trabajo ajeno (Marx, 2004).
Esta capa de la burguesía se ubica en un lugar ambiguo, de pasaje. En la frontera que divide a explotadores de explotados. Por eso la pequeña burguesía siempre está en “un proceso de formación (descomposición o recomposición) hacia el proletariado o hacia la burguesía” (Marín, 2003: 46). Si logra acumular y desligarse del trabajo manual, se convertirá en un burgués hecho y derecho. Si perece en la competencia, deberá asalariarse (total o parcialmente), transitando un camino que lo lleva hacia el proletariado o clase obrera: aquellos que carecen de medios de producción y de vida y que solo cuentan con su fuerza de trabajo para ser vendida en el mercado y obtener, de ese modo, los bienes necesarios para subsistir.
En el ámbito rural siempre ha sido común la existencia de obreros con tierras. Ya sea porque la dinámica de la acumulación expropia parcialmente a las capas más bajas de la clase dominante, o porque la burguesía rural cede porciones de terreno a ciertos estratos de población para asegurarse el acceso a la mano de obra en los momentos en que el ciclo agrícola lo demande. Lo que une a estas capas a la clase obrera es la explotación como determinación general de su existencia. Es decir, que como el resto de la clase obrera, solo pueden sobrevivir (directa o indirectamente) de la venta de fuerza de trabajo, en tanto carentes (en este caso, parcialmente) de medios de producción y de vida.
Cabe distinguir al obrero con tierras del semi-proletario. Para distinguir a unos de otros es necesario diferenciar el uso de la tierra como unidad doméstica de su uso como unidad productiva. En el primer caso, la parcela se destina a la producción de bienes de uso para el consumo familiar, y su aprovechamiento no se distingue del que puede hacer una familia urbana o periurbana. Así como los miembros de la familia obrera urbana abocados al cuidado de la unidad doméstica pueden producir bienes en lugar de adquirirlos en el mercado (confeccionar prendas de vestir, amasar pan), lo mismo se observa en muchas familias rurales. Esa producción es apenas un complemento mínimo que no modifica la forma de reproducción familiar, que se asienta, directa o indirectamente, en la venta de fuerza de trabajo. Distinto es el caso de aquellos que además de la unidad doméstica cuentan con una unidad productiva, en donde producen bienes que pueden vender en el mercado -valores de cambio-. En este caso, como en el de la pequeña burguesía, nos encontramos frente a propietarios de medios de producción. Sin embargo, en tanto esa propiedad no permite la reproducción y obliga a uno o más miembros del núcleo familiar a vender su fuerza de trabajo fuera de la unidad productiva, nos encontramos frente a una capa de la clase obrera: el semi- proletariado.
Conclusiones
A partir del análisis de casos concretos y empleando una metodología cualitativa, en el artículo hemos problematizado la noción de campesinado utilizada la mayoría de las veces para remitir a la población rural de Santiago del Estero. Recuperando un viejo debate de las ciencias sociales, hemos puesto en cuestión el concepto de campesinado con el que, la mayoría de las veces, se pretende dar cuenta de la situación rural de la provincia considerada. En este sentido, consideramos que las nociones de clase obrera, pequeña burguesía o semi-proletariado resultan de mayor pertinencia explicativa. No solo porque las condiciones históricas propias del modo de producción feudal, que dieron origen al campesinado han dejado de existir; sino también porque la noción de campesinado remite, en realidad, a sujetos sociales distintos y resulta, por lo tanto, ambigua e imprecisa.
A partir de los testimonios presentados, hemos observado que la mayoría de los entrevistados sobrevive merced al trabajo asalariado (en sus diferentes variantes: trabajo rural estacional, empleo estatal, “changas”) de uno o más de los miembros de la familia, o a diferentes formas de asistencia estatal (subsidios al desempleo, pensiones, subsidios a la pequeña producción). También se ha visto que en varios hogares cumplen un rol importante las jubilaciones, que no son más que el salario que recibe la clase obrera por el trabajo pasado realizado. Asimismo, los ingresos obtenidos a partir de la producción predial se destinan mayormente al autoconsumo y en los casos en que existe algún excedente que puede ser vendido, este no representa, en la mayoría de los casos, un ingreso constante ni sustantivo. Por otro lado, las pocas familias que pueden subsistir gracias a los ingresos prediales, reconocen que no podrían hacerlo sin la batería de subsidios estatales del más diverso tipo. Asimismo, todos, incluso quienes viven de la producción predial, tienen un pasado obrero: sus abuelos, ellos mismos y también sus hijos han vivido toda su vida del trabajo asalariado, especialmente del empleo estacional en las cosechas.
Por ello, se considera que las nociones referidas en el apartado anterior, especialmente la de “obrero rural con tierras”, permite dar cuenta, de manera más precisa, de la realidad social que atraviesa al habitualmente llamado “campesinado” santiagueño. En efecto, de los testimonios se desprende que la mayoría de los casos considerados remiten a obreros rurales con tierras y, en menor medida, a semi- proletariado rural y pequeña burguesía. Es decir, aunque obtienen del predio en que viven parte del sustento material que les permite reproducirse, no parece ser esta, en la mayoría de los casos, la fuente de ingresos principal sino un complemento de los ingresos obreros fundamentales. Asimismo, los datos también permiten relativizar el carácter no obrero de quienes obtienen una parte considerable de los ingresos de la producción predial. Es destacable, como mencionamos, que la pequeña burguesía rural se forma a partir de familias de origen obrero que llegan a esa condición a partir de los subsidios que perciben por medio de distintos organismos estatales.
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- Al momento de presentar el artículo, los datos correspondientes a población rural del CNP 2010 no se encontraban procesados, por ello remitimos a los del CNP 2001
- Se clasifica como población rural a la que se encuentra agrupada en localidades de menos de 2.000 habitantes y a la que se encuentra dispersa en campo abierto.
- Rubén de Dios (2006), por ejemplo, sostiene que en el año 2002 la estructura agraria santiagueña contaba con un 67,8% de EAP (Explotaciones Agropecuarias) campesinas. Asimismo plantea que los departamentos que contaban con la mayor cantidad eran: Atamisqui (96,64%); Salavina (93,76%); Loreto (92,77%); y Figueroa (90,72%).
- Con el término “clase social” me refiero, en primer lugar, a un conjunto de personas. Este colectivo se define por el lugar particular que ocupa en la totalidad social, en tanto término de una relación que establece un antagonismo con otro colectivo social. Esa relación se genera a partir de la mediación de un objeto (los medios de producción), y su función es hacer posible la explotación (la apropiación de parte del producto del trabajo de otros). En ese sentido, el antagonismo expresa la disputa por el excedente social, que constituye la génesis del conflicto social. Los individuos que conforman una clase social pueden o no ser conscientes de ello (Sartelli, 2009).
- Entrevista en El Hoyón, Atamisqui, Santiago del Estero, 6-5-2010.
- El despanojado o desflore de maíz es una tarea fundamental para la obtención de semillas híbridas de maíz. Para mayor detalle puede consultarse un trabajo de mi propia autoría (Desalvo, 2009).
- Subsidio otorgado a los desempleados con contraprestación laboral.
- Entrevista en El Hoyón, Loc. Cit.
- Idem.
- Entrevista camino a La Paloma, Atamisqui, Santiago del Estero, 6-5-2010.
- Entrevista en La Paloma, Atamisqui, Santiago del Estero, 6-5-2010.
- Idem.
- Idem.
- Se trata de un subsidio destinado a los hijos de las personas desocupadas.
- Entrevista en La Paloma, Loc. Cit.
- Pensión que cobran las madres que hayan tenido 7 o más hijos, se encuentren vivos o no.
- Entrevista en Villa Atamisqui, Atamisqui, Santiago del Estero, 18-05-2010.
- Idem.
- Idem.
- Entrevista en San Gerónimo, Loreto, Santiago del Estero, 13-05-2010.
- Idem.
- Idem.
- Entrevista en Barrio La Autonomía, Figueroa, Santiago del Estero, 10-05-2010.
- Idem.
- Entrevista en Caspi Corral, Figueroa, Santiago del Estero, 18-05-2010.