Reseñas

BANCALARI MOLINA, Alejandro. Orbe Romano e Imperio Global. La Romanización desde Augusto a Caracalla. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2007, 331 págs.

El Imperio Romano ha sido desde siempre un tema fascinante para los investigadores de todos los tiempos y desde diversas perspectivas, debido a que se ha reconocido a éste como un sólido fundamento para la construcción de nuestra civilización actual. Es de conocimiento público el gran legado cultural que ha recogido, modificado y transmitido hasta nuestros días, con diferentes transformaciones experimentadas a lo largo del tiempo.

El título de la obra que exhibimos nos muestra que el proceso de romanización no sólo debe exponerse como una cuestión exclusivamente de índole histórico, sino que es conjuntamente, un fenómeno de masas, social, cultural y de ámbito horizontal y vertical. De multitudes incrustadas en una urbe que lentamente se transforma en un orbe, en un estilo único, que trasciende más allá del ámbito político, diplomático y de la dominación hegemónica, es por tanto, como propone Alejandro Bancalari, un modelo de sociedad.

La romanización como un fenómeno histórico y sociológico es complejo y delicado de asumir de forma absoluta e inmutable, pues en el mundo antiguo no existió una palabra equivalente a romanización, tampoco el concepto. Pero sí se adoptaron términos como Civis Romanus, Orbis Romanus y Romanitas para representar la idea de ser romano, la idea de pertenencia a la Urbe y al Imperio, pues Roma co-existió con las provincias más allá de argumentos gubernamentales. A esto es posible añadir, el deseo de los habitantes de las provincias de pertenecer y sentirse romanos.

La temática a la cual dedicaremos estas líneas, va dedicada a recoger la construcción de la idea de romanización en los primeros siglos de nuestra era, y cómo esta es posible encontrarla en el trabajo del autor publicado por Editorial Universitaria el año 2007, y al cual dedicaremos éstas páginas.

Haciendo una revisión general, es notorio el propósito de presentar la construcción de un modelo Imperial, y para lo cual se busca una terminología que permita abarcar e imponer un sello distinto del proceso que Roma llevó a cabo, tanto en Europa como en las orillas del mar Mediterráneo. Para ello utiliza como soporte la idea de Imperialismo, concepto que el autor aclara es de reciente acuñación, pero cuyo uso en este trabajo ayuda a configurar otro concepto que facilita la tarea de describir y comprender la construcción de una estructura innovadora por parte de Roma, la cual denominamos como Romanización.

El marco temporal al que se ciñe el autor comprende desde Augusto a Caracalla, esta es la etapa en la cual se centra la obra, la cual corresponde a la etapa posterior de la conquista e incorporación de los nuevos territorios, entendiendo entonces al Imperio como hijo de la Republica, momento en el cual los habitantes de las provincias empezaron su identificación con la Urbe, comprendiendo y deseando los beneficios que trae aparejados la ciudadanía, asimilando así su cultura, sus formas de desarrollo social y sus estructuras políticas. De este modo es claramente comprensible que imperialismo y romanización forman parte del mismo proceso histórico, empero el autor los distingue y separa en el sentido de que el imperialismo es la fase inicial de la romanización.

Una vez entendido el concepto de Romanización, el autor se lanza a la tarea de explicar cómo este proceso se lleva a cabo. Detallando cada una de las variables y factores, destacando esencialmente el desarrollo de centros urbanos a lo largo del Imperio, debido a que estos focos de concentración humana son vitales para permitir el intercambio cultural y religioso entre los conquistadores y conquistados, asimismo es un punto de encuentro con las elites provinciales que forjaron los pactos de colaboración e integración con Roma. Además entre ellas se forjan las redes de interconectividad entre los diversos núcleos urbanos que facilitaron los flujos de intercambio comercial tanto dentro como fuera del imperio, y que a su vez permitieron el rápido movimiento de tropas para la defensa de las fronteras imperiales, entre otros factores que pueden encontrar en la obra aquí citada, y que justifica la tarea de Roma como propulsora de un modelo multicultural integrador e inclusivo para todos los habitantes del Imperio. En palabras del autor: “La asimilación romano-provincial no significa un rompimiento o un quiebre radical con la cultura e identidad de estas sociedades. Siguen existiendo espacios que las mantienen. Lo medular de la nueva realidad generada por la romanización, es un proceso doble: por una parte, sentirse colectivamente romano o, mejor dicho, romano-provincial y, por otra, crear una nueva entidad e identidad común a los dos pueblos” (p. 95).

Bajo este criterio Bancalari Molina distingue once directrices esenciales para la romanización las cuales son: 1) integración de la aristocracia local y provincial, 2) la ciudadanía romana, 3) derecho romano y derecho local, 4) sistema político: el imperio, 5) una economía global, 6) un mundo educativo, 7) la tecnología, 8) una plataforma comunicacional, 9) un ejército permanente, 10) el culto imperial: una verdadera religión de Estado, y 11) la vida urbana.

A través de un relato que se equilibra magistralmente entre lo especializado y amena lectura, se evidencian distintos niveles de romanización que el autor diferencia en cuatro zonas: Hispania, Galia, África y Grecia junto con Asia Menor. De estas cuatro zonas, Hispania fue la más romanizada, y Grecia y Asia Menor las menos. El eje coyuntural de este proceso fue la temprana incorporación de las élites locales al mundo romano, donde estos supieron mantener el poder político preexistente, respetando a la nobleza en sus prerrogativas e influencia; los nobles fueron los primeros que obtuvieron la Civitas Romana.

No es posible entender este proceso de construcción del imperio sin los testimonios provenientes de auténticos protagonistas de la época analizada, los cuales se han recogidos y que han llegado a nuestros días. Discursos y opiniones de personajes como el rey Agripa II, Elio Arístides, Apiano, Mitrídates VI o Tácito, por citar a algunos; dan una visión de aquellos aspectos distintivos, como la estabilidad político-administrativa, el rol “civilizador” de Roma y la pax romana, en contraste con el rol opresor oculto detrás del imperialismo.

Con el otorgamiento de la ciudadanía romana y la real participación de ellos en el Senado y, en consecuencia, en la administración imperial, se produjo una integración que desde el punto de vista político-social significó la estabilidad imperial (p. 102), de este modo las élites provinciales empezaron a adoptar la lengua, los nombres, las costumbres, el vestido y los valores romanos. El cambio de la nobleza provincial influyó en el resto de la población. El fenómeno de la romanización fue complejo, uniforme en su conjunto y a la vez único para cada región, de este modo, la obra no propone esquemas únicos, sino que estudia los lineamientos generales que dieron al imperio unidad dentro de una vasta diversidad.

Al forjar un Imperio bajo un modelo dominante e inspirador desde el centro del Mediterráneo, el autor se basa en una serie de argumentos que ya hemos mencionado, para sustentar la idea de una Roma como un “Imperio Globalizador”, que recoge y da vida al ideal alejandrino de un imperio que controla todo el orbe y que ejerce una gran influencia sobre todo el mundo conocido hasta entonces. No es antojadizo lo que el autor defiende, considerando que los romanos mismos estaban convencidos de que su imperio abarcaba a todo el mundo, junto con la uniformidad de usos y costumbres como el idioma, unidad monetaria, pesos y medidas, sistema burocrático, entre otros. Indudablemente, su rol romanizador tuvo una impensada proyección más allá de la duración del imperio mismo, incluso traspasando las fronteras del tiempo y del espacio mismo.

El mundo romano fue “una unidad política, jurídica, administrativa, social, económica y cultural con cerca de 80 millones de habitantes” (p. 268). “A partir de esta proyección y realidad de Roma, en calidad de conquistadora de la ecúmene y de una hegemonía universal, es sustentable proponer al orbe romano como el primer imperio global” (p. 257).

Paula Fuentes Santibáñez.
Magíster (c) en Historia de Occidente

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El Imperio Romano siempre ha sido un tema fascinante de investigar desde diversas perspectivas, reconociéndose sus orígenes como una aldea más en medio de Italia y su notable crecimiento y expansión hasta configurar un gran imperio que abarcó todo lo conocido hasta entonces y que perduro por muchos siglos mostrando solidez y estabilidad. Por ello es que se ha reconocido a éste como un sólido fundamento para la construcción de nuestra civilización actual. Es de conocimiento público el gran legado cultural que ha recogido, modificado y transmitido hasta hoy, con diferentes modificaciones experimentadas a lo largo del tiempo.

Es posible pensar que al ubicarnos en este rincón del planeta, lejos de la influencia directa del legado romano, nos encontremos con múltiples dificultades para poder abordar temáticas relativas al estudio del legado clásico de Roma; pero eso no nos impide llevar a cabo un trabajo de observación periférica de una serie de problemáticas que nos permiten desarrollar un trabajo investigativo cuyos resultados permitan estar al acceso de quienes deseen conocer una arista de la civilización romana. Naturalmente, al igual que una estructura necesita levantarse desde sus cimientos, es necesario obtener nociones de los orígenes de la cultura occidental para obtener una proyección de los procesos que hoy experimentamos.

La temática a la cual dedicaremos estas líneas, va dedicada a recoger la construcción de la idea de romanización en los primeros siglos de nuestra era, y cómo esta es posible encontrarla en el trabajo del profesor Alejando Bancalari Molina, titulado Orbe Romano e Imperio Global: la Romanización desde Augusto a Caracalla, al cual dedicaremos éstas páginas.

Haciendo una revisión general, es notorio el propósito de presentar la construcción de un modelo Imperial, y para lo cual se busca una terminología que permita encapsular e imponer un sello distinto del proceso que Roma llevó a cabo en tres continentes. Para ello utiliza como soporte la idea de Imperialismo, concepto que el autor aclara es de reciente acuñación, pero cuya raíz semántica naturalmente es de origen romano, y cuyo uso en este trabajo en específico ayuda a configurar otro concepto que facilita la tarea de describir y comprender la construcción de una estructura innovadora por parte de Roma, al cual denomina como Romanización. Para dicha tarea se fundamenta tanto en las diversas interpretaciones modernas que se han implementado para describir este fenómeno y su puesta en marcha durante los primeros siglos del periodo imperial; Ya sea para explicar, como bien dice el autor, la labor civilizadora de Roma sobre las áreas sometidas bajo su hegemonía, o también como una forma de ejercer dominio colonial sobre los dominados. Sea cual fuere el caso, el resultado del contacto de este tipo de relación entre dominador y dominado lleva al concepto que el autor del libro denomina de manera provisional a la “romanización” como sinónimos de “aculturación” y “asimilación”.

Una vez entendido el concepto de Romanización, el autor se lanza a la tarea de explicar cómo este proceso se lleva a cabo. A través de sus páginas y en cada capítulo va detallando cada una de las variables y factores, destacando esencialmente el desarrollo de centros urbanos a lo largo del Imperio, debido a que estos focos de concentración humana son vitales para permitir el intercambio cultural y religioso entre los dominadores y los sometidos, asimismo es un punto de encuentro con las elites provinciales que forjaron pactos de colaboración e integración con Roma, muchas de las cuales gozaron de importantes beneficios y regalías que le permitieron mantener su estatus. Dentro del proceso acá mencionado, el autor hace énfasis en el respeto por las tradiciones locales por parte del ente dominante, del mismo modo que Roma integra y se apropia de muchas de estas tradiciones culturales, creando hábitos que luego difunde y entremezcla entre sí. Además entre ellas se forjan las redes de interconectividad entre los diversos núcleos urbanos que facilitaron los flujos de intercambio comercial tanto dentro como fuera del imperio, y que a su vez permitieron el rápido movimiento de tropas para la defensa de las limes, entre otros factores que pueden encontrar en la obra aquí citada, y que justifica la tarea de Roma como propulsora de un modelo multicultural integrador e inclusivo para todos los habitantes del Imperio. Del mismo modo, lleva a cabo una mirada cronológica del proceso que denomina “proyección de la ciudad al imperio” en donde pone énfasis en la configuración de un mundo dirigido por Roma y en el cual tiene como punto culmine el edicto de Caracalla. Por cierto, esta tarea impulsada por Roma es el resultado de un largo trabajo de siglos, y es conforme al crecimiento del imperio que las políticas en la era imperial van encaminadas a la “romanización”, y eso el autor lo especifica con claridad.

No es posible entender este proceso de construcción del imperio sin los testimonios provenientes de auténticos protagonistas de la época acá analizada, los cuales el autor va citando y clasificando según la visión que dichas fuentes tienen respecto a la admiración o rechazo que estas fuentes hacen mención al poder e influencia evidente que Roma va ejerciendo. Por ende, se han recogido numerosos discursos y opiniones de personajes como el rey Agripa II, Elio Aristides, Apiano, Mitrídates VI o Tácito, por citar a algunos; dan una visión ya sea destacando aquellos aspectos positivos como la estabilidad político administrativa, el rol “civilizador” de Roma y la paz; en contraste con el rol opresor oculto detrás del imperialismo.

Al forjar un Imperio bajo un modelo dominante e inspirador desde el centro del Mediterráneo, el autor se basa en una serie de argumentos que ya hemos mencionado, para sustentar la idea de una Roma como un “Imperio Globalizador”, que recoge y da vida al ideal alejandrino de un imperio que controla todo el orbe y que ejerce una gran influencia sobre todo el mundo conocido hasta entonces. No es antojadizo lo que el autor defiende, considerando que los romanos mismos estaban convencidos de que su imperio abarcaba a todo el mundo, junto con la uniformidad de usos y costumbres como el idioma, unidad monetaria, pesos y medidas, sistema burocrático, entre otros. Indudablemente, su rol romanizador tuvo una impensada proyección más allá de la duración del imperio mismo, incluso traspasando las fronteras del tiempo y del espacio mismo.

Elías Basualto Cuevas
Magíster (c) en Historia de Occidente


SALAZAR, Gabriel. Villa Grimaldi (Cuartel Terranova). Historia, testimonio y reflexión, LOM Ediciones, Santiago, 2013, 253 págs.

Entre los libros importantes que se publicaron dentro del marco de los 40 años del golpe de Estado en Chile, se encuentra Villa Grimaldi (Cuartel Terranova). Historia, testimonio y reflexión del Premio Nacional de Historia, año 2006, Gabriel Salazar. La obra forma parte de una alianza estratégica entre la Escuela de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile y la Corporación Parque Por La Paz Villa Grimaldi.

El trabajo de Salazar posee varias fortalezas epistemológicas que lo hacen atractivo como problema de estudio. Primeramente, el autor plantea una tesis de trabajo que resume bajo la nomenclatura de triple shock. Con este concepto se intenta explicar que el proyecto ideológico fundante de la dictadura cívico militar que quebró violentamente la institucionalidad en 1973, se valió de una task force para llevar a cabo el “trabajo sucio” de eliminar y anular cualquier oposición a la implementación de un modelo político y económico de corte neoliberal que buscaba transformar Chile desde los ámbitos humano, financiero y constituyente (p. 58). Esa fuerza de tarea recibió el nombre de Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

En segundo lugar, para probar su tesis, el autor traza una estructura de análisis que va desde lo general a lo particular, es decir, desde la teorización en clave histórica de los procesos políticos y sociales del pasado de Chile que explican el uso y abuso de la violencia política desde el Estado (p. 27), hasta el establecimiento de centros de detención, tortura y exterminio para los que eran calificados por la Junta Militar de Gobierno como “enemigos de la nación”. Para Salazar, parte de esa explicación la encontramos a partir del tercer golpe tiránico de la historia de Chile1, es decir, al menos desde 1932 los militares habrían sido eximidos por la clase política de participar activamente en el desarrollo nacional, lo anterior implicó que su mentalidad se mantuviera incólumemente atada “a la cultura oligárquico-mercantil de la clase dirigente chilena del siglo XIX y comienzos del XX” (p. 48). En este sentido, tal como han documentado los archivos desclasificados del gobierno estadounidense, ante cualquier proyecto de carácter revolucionario, como fue el caso de la Unidad Popular, los militares chilenos se hallaban abiertamente receptivos a ideas fuerzas que los volvieran a transformar en protagonistas de la historia de Chile. Los hechos han demostrado que el gobierno estadounidense aprovechó de manera extraordinaria ese vacío ideológico de las FF.AA. y de Orden, pues bajo el rótulo de la Doctrina de Seguridad Nacional, esa ausencia de principios políticos se fue llenando de nociones anti-marxistas (pp.48-49). El paso siguiente parecía ser simple. Junto con operaciones de inteligencia de mediano y corto plazo, que incluyeron asesoría y entrenamiento en guerra antisubversiva de cientos de oficiales chilenos en instituciones armadas estadounidense, así como el desembolso de abultadas sumas de dinero que fueron entregados a medios de comunicación o a los principales dirigentes de partidos políticos de centro derecha del país, los Estados Unidos y los sectores conservadores chilenos se abocaron a la tarea inicial de desestabilizar y finalmente de derrocar mediante el uso de las armas, al gobierno constitucional de Salvador Allende.

Siguiendo esta misma argumentación, Salazar explica que una vez producido el golpe de Estado de 1973, para las nuevas autoridades golpistas se hizo extremadamente necesario desmantelar lo más prontamente posible el Estado nacional de carácter desarrollista que con aciertos y errores se había instalado en Chile desde los años 40 del pasado siglo XX. Había que sustituirlo, mediante el uso de la fuerza, por otro de índole neoliberal. En este caso, uno de los mayores inconvenientes de la Junta Militar de Gobierno no pasaba solamente por efectuar cambios político-constituyente, como fue, mediante un solo bando, pasar desde un régimen republicano a uno dictatorial, sino que lo más relevante para ellos era extirpar de manera rápida y eficiente desde la sociedad el “cáncer marxista”, que se había enquistado hacia marzo de 1973 en al menos un 43% de la población chilena. En las urnas, esos “marxistas” chilenos habían demostrado ser un importante factor de resistencia a la tradicional clase política y económica y, eventualmente, ellos podrían transformarse en un bastión obstructivo para la implementación de las políticas sociales que traía consigo la implantación del nuevo modelo económico neoliberal.

Como último objetivo epistemológico, Salazar se plantea conocer bajo la mayor profundidad posible las estructuras, fines y lógicas de acción de la DINA. Para alcanzar este propósito, metodológicamente el autor intentará superar la tradicional construcción soportada bajo el testimonio de las víctimas. Por consiguiente, mediante el análisis de documentos oficiales de la dictadura y especialmente de las declaraciones judiciales que en los últimos años han aportado a los jueces los propios victimarios, Salazar se propone reconstruir el complejo y oscuro entramado burocrático de la DINA. Así, mediante la utilización de técnicas etnográficas de carácter biográfico, el autor logra dar cuenta de una importante cantidad de antecedentes que permiten conocer y explicar cualitativamente no solo la burocracia institucional de la DINA, sino que también los factores que explicarían el origen de los excesos cometidos en contra de miles de chilenos (p. 76).

Bajo ese marco de estudio, se desprenden al menos tres conclusiones historiográficas fundamentales: a) En este proceso, jugó un rol esencial el sostén discursivo y las representaciones simbólicas del binomio de mando Augusto Pinochet (dictador) – Manuel Contreras (jefe de la policía secreta); b) la tradicional verticalidad de mando de las instituciones castrenses permitió a los subordinados ejecutar rápida y sin cuestionamientos éticos las órdenes superiores y c) la efectividad en el cumplimiento de esas órdenes que justificaban el desmantelamiento de los partidos y movimientos de carácter marxista, se basó en un discurso más artificial que real, de carácter pernicioso, el cual cruzó la mentalidad y las acciones de los victimarios, tanto militares como civiles.

En síntesis, el trabajo de Salazar teórica y metodológicamente es un aporte historiográfico fundamental para el conocimiento histórico de los procesos, imaginarios y legados de la dictadura cívico militar chilena, especialmente en lo que respecta a la comprensión del uso efectivo y sistemático de la violencia de Estado bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

Jorge P. Olguín
Doctor (c) en Historia, Universidad de Chile
Académico de la Universidad Central de Chile


SERRANO DEL POZO, Gonzalo. 1836-1839. Portales y Santa Cruz. Valparaíso y la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 2013, 286 págs.

Desde comienzos de este nuevo milenio, diversas temáticas historiográficas - la historia política, pasando por la biografía, la historia social y hasta la historia económica- han encontrado replanteamientos que buscan superar las visiones decimonónicas y del siglo XX sobre los actores, procesos y espacios en los cuales se desenvuelve la vida humana. La necesidad de articular pasado-presente, connatural para quienes entendemos a la historia como una disciplina crítica y problematizadora del pasado de las sociedades, ha estado detrás de distintos esfuerzos que apuntan a una relectura de muchos de los tópicos que se creían superados por haber sido investigados y desarrollados por distintos autores en los siglos anteriores. La preocupación por la construcción del Estado, de la Nación, de la ciudadanía y las modernas formas de representación, con sus significados y significantes, con sus permanencias y cambios, ha estado también vigente al igual que la preocupación por el estudio de la Independencia, por su carácter fundante dentro del esquema republicano, y de los conflictos bélicos que también definieron una buena parte del imaginario nacionalista decimonónico. Por supuesto, hoy día es posible matizar la afirmación que hiciera décadas atrás Mario Góngora, en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, de que Chile era una “tierra de guerra”, en relación no sólo a la existencia de conflictos durante el siglo XIX, sino además al carácter modélico de éstos para una elite centralizada en Santiago que buscó entregar un sentido unidireccional a los acontecimientos. En la actualidad, tenemos claro que los Estados se construyen por algo más que los conflictos, pero sin duda éstos son catalizadores importantes en su momento de recursos, emociones, discursos y reacciones de todo tipo. En tal sentido, en particular en lo que se refiere a las múltiples variables y soportes que están detrás de una guerra y sus combatientes, es que es posible apreciar un significativo avance historiográfico al momento de revisarse el nacionalismo2, la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana3, la Guerra del Pacífico4 y la tríada de guerras civiles (1851, 1858-59, 1891) que también afectaron al Estado nacional decimonónico chileno.

Ante este panorama, alentador claro está, vale la pena preguntarse cuál es el sentido de una nueva publicación sobre la Guerra contra la Confederación, en circunstancias que ya contamos con la compilación de Donoso y Rosenblitt y el sugerente trabajo de Gabriel Cid. Me parece que las razones pueden ser varias, pero apuntan en concreto a un aspecto esencial: el rescate del punto de vista regional a un conflicto cuyas principales características han sido elaboradas e interpretadas desde Santiago fundamentalmente. Es en dicha línea que se sitúa el trabajo de Gonzalo Serrano, originalmente una tesis doctoral en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, y que ahora ha salido de las prensas para establecer un diálogo que supera tanto la visión centralista del conflicto, como también la visión chilenizada del mismo, como bien hacen notar Eduardo Cavieres y Scarlett O´Phelan en la presentación a este trabajo (pp. 9-15). En sus cinco capítulos (y anexos), el libro muestra como principal protagonista no a la guerra en sí misma, sino más bien al puerto de Valparaíso y a las relaciones comerciales y políticas que vincularon a esta ciudad con los otros dos protagonistas de la Confederación: Perú y Bolivia. Como las guerras tienen caras visibles, cobran relevancia en este estudio las vinculaciones entre Diego Portales y Andrés de Santa Cruz, como bien lo indica el título del libro, a través del análisis de sus cartas, que evidencian, más que diferencias, una visión de mundo similar, marcada por el pragmatismo, el autoritarismo y el liberalismo en el plano económico. A través de dichas fuentes se intenta comprender también las diferentes lógicas que se entrelazan al momento de iniciar, desarrollar y culminar una guerra. Ello, lo ha permitido el estudio documental realizado por el autor en los archivos de los tres países involucrados, trabajando con inteligencia información oficial, epistolarios y prensa.

Interesa destacar cómo los propósitos políticos y comerciales de Portales y Santa Cruz (para Valparaíso y Cobija-Arica respectivamente) terminan en buena medida direccionando las acciones gubernamentales de los países en pugna, y cómo el comercio no sólo no es ajeno a la guerra –pues se compenetra muy bien con ella a través de la colaboración y la especulación- , sino tampoco al desarrollo urbano y económico de la ciudad de Valparaíso, aspecto que se destaca en este trabajo y se matiza adecuadamente cuando se hacen notar los aspectos positivos y también negativos de este mismo fenómeno. En tal sentido, son originales e interesantes los aspectos destacados en los capítulos IV y V del libro aquí comentado

Asimismo, es interesante el balance que se realiza sobre el desplazamiento de Concepción por Valparaíso en esta coyuntura bélica, pues es esta última ciudad la que termina transformándose, en este escenario, en la segunda en importancia después de Santiago, la ciudad capital de un Estado ya centralizado y centralista. Por ello, mientras “Concepción se hallaba postrada a raíz del terremoto de 1835, Valparaíso era levantada por una legislación que buscaba modernizarlo y hacerlo atractivo a los extranjeros” (p. 261). Objetivo que claramente se cumplió con el paso de las décadas.

En suma, estamos ante un libro original, no sólo revisionista (a pesar del completo balance historiográfico realizado en la introducción, pp. 17-41), sino además investigativo, propositivo y contingente, pues demuestra que la historia y la historiografía tienen mucho qué decir sobre los conflictos actuales y el resurgimiento cada cierto tiempo de los discursos nacionalistas y belicistas. Sus cerca de 300 páginas se leen con agrado y demuestran que la disciplina, cuando se comprende bien, puede ser más que un panegírico chauvinista o una mera cantera de erudición.

Dr. Marco Antonio León L.
Departamento de Ciencias Sociales
Universidad del Bío Bío


  1. Para Salazar a lo largo de la historia de Chile han existido cuatro golpes de Estado de fundamento tiránico: 1829, 1891, 1925 y 1973.
  2. Gabriel Cid y Alejandro San Francisco (eds), Nación y Nacionalismo en Chile. Siglo XIX. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2009, 2 volúmenes.
  3. Carlos Donoso y Jaime Rosenblitt (eds.) Guerra, región y nación: la Confederación Perú-Boliviana, Universidad Andrés Bello-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2009. Gabriel Cid, La Guerra contra la Confederación. Imaginario nacionalista y memoria colectiva en el siglo XIX chileno. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2011.
  4. Carlos Donoso y Gonzalo Serrano (eds.) Chile y la Guerra del Pacífico. Ediciones Bicentenario, Santiago, 2011.