El Imperio Alemán y la Guerra del Pacífico (1879-1883): análisis del actuar de su legación en Chile1

The German Empire and The War of the Pacific (1879-1883): Analysis of the actions of its legation in Chile

Resumen

El presente artículo analiza el actuar diplomático alemán realizado por funcionarios desde su legación en Santiago de Chile bajo el contexto de la Guerra del Pacífico (1879-1883). Este conflicto generó muchas diferencias y temores en América, situación que fue replicada en Europa a través de las Grandes Potencias, destacando en esta investigación el Imperio Alemán. Para llevar a cabo este trabajo se utilizaron fundamentalmente fuentes primarias ligadas a la institución de la diplomacia germana en la capital chilena junto a diversas fuentes bibliográficas que nos permitieron caracterizar el pensamiento decimonónico. Esto permitirá comprender y reconstruir historiográficamente el rol asumido desde Berlín durante la guerra más importante en esta costa del Pacífico en el siglo XIX.

Summary

This paper analyzes the German diplomatic actions carried out by officials from their legation in Santiago de Chile under the context of the War of the Pacific (1879-1883). This conflict generated many differences and fears in America, a situation that was replicated in Europe through the Great Powers, standing out in this investigation the German Empire. To carry out this work, primary sources linked to the institution of German diplomacy in the Chilean capital were used, together with various bibliographic sources that allowed us to characterize nineteenth-century thinking. This will allow to understand and historiographically reconstruct the role assumed from Berlin during the most important war on this Pacific coast in the 19th century.

Palabras claves

Guerra del Pacífico – Diplomacia – Grandes potencias – Geopolítica – Imperio Alemán

Keywords

War of the Pacific – Diplomacy – Great Powers – Geopolitics – German Empire

Introducción

La investigación de conflictos bélicos llevada a cabo en la actualidad se diferencia bastante de la forma de hacer historia realizada en el siglo XIX a consecuencia de un importante desarrollo metodológico. Es por ello que en términos generales la historiografía analiza desde distintas perspectivas los orígenes, desarrollo y consecuencias de un conflicto bélico tomando como focos de atención elementos clásicos como la política interna, la capacidad armamentística, el número de habitantes y el poder económico de los países involucrados. En este sentido, los diversos tipos de enfoques que enriquecieron la disciplina histórica han permitido desarrollar nuevas líneas de investigación que profundizan en otros elementos igualmente relevantes para la comprensión de una coyuntura específica como fue la Guerra del Pacífico2.

Ahora bien, el análisis de este periodo sin duda se puede extrapolar a otros países por los intereses comerciales europeos en la zona en disputa. Dichas pretensiones escalaron a tal nivel que incluso se discutió una intervención armada en el conflicto por parte de las Grandes Potencias, pero el rechazo del Imperio Alemán a sumarse en una alianza para dar fin a la Guerra del Pacífico desechó esta opción. Berlín actuó contrario a los intereses de sus pares hegemónicos europeos —misma situación con los Estados Unidos— y preferencial por la causa chilena en el desarrollo de la Salpeterkrieg3, pese a su lejanía de más de doce mil kilómetros. Bajo tal contexto nos preguntamos, ¿qué justificó el apoyo germano?

Es por ello que para el desarrollo de esta investigación se tienen en consideración las siguientes interrogantes: ¿cuáles fueron los principales antecedentes que a juicio de los plenipotenciarios germanos en Chile produjeron la Guerra del Pacífico? ¿por qué los diplomáticos alemanes en Santiago junto al Imperio Alemán no se posicionaron con la postura planteada por el resto de las Grandes Potencias? Por último, ¿qué significaba el triunfo de Chile o de la alianza de Perú y Bolivia para la política exterior de las Grandes Potencias?

Del mismo modo, se definió como objetivo general describir el actuar que tuvo el Imperio Alemán durante el periodo beligerante entre Chile, Perú y Bolivia. Asimismo, se establecen como objetivos específicos identificar los antecedentes que, a criterio de la legación alemana en Chile, provocaron la Guerra del Pacífico; determinar por qué el Imperio Alemán no se posicionó con la postura mayoritaria de las Grandes Potencias, y, por último, analizar las consecuencias de una victoria chilena o del bando aliado en la política exterior de las casas de gobierno más relevantes del siglo XIX.

A partir de lo planteado, se establece como hipótesis que el actuar y visión de los plenipotenciarios germanos en Chile fue símil con lo realizado por el Káiser en Berlín, puesto que la mirada consular en Santiago se mostró conveniente a la causa chilena. Esta actitud fue replicada favorablemente por la cancillería del Imperio Alemán al boicotear propuestas de las Grandes Potencias junto a compras encubiertas concretadas por parte de Estados colaboradores para reforzar a la causa de Perú y Bolivia.

Ahora bien, como la mirada central de este artículo está enfocada en la visión diplomática alemana de la Guerra del Pacífico, es necesario plantear conceptos teóricos que nos servirán de ejes temáticos en el desarrollo del corpus central de la investigación. Uno de ellos será esencial y corresponde a las relaciones internacionales4. Por otra parte, el análisis de los informes enviados por el ministro plenipotenciario germano en tierras chilenas hacia el Imperio Alemán durante el periodo beligerante hace ineludible el uso de la diplomacia, puesto que es esencial para nuestro interés investigativo5.

Otro elemento necesario para esta investigación es la mirada geopolítica. La visión del politólogo sueco Rudolf Kjellén es fundamental para ello por su análisis de los Estados como seres super individuales (Strausz-Hupé, 1945, p. 61). Una proyección ineludible que se infiere del concepto anterior es el interés económico que tuvieron las Grandes Potencias del siglo XIX en expandir la búsqueda de nuevos socios comerciales, lo que nos lleva a considerar a la geoeconomía6.

Por último, una variable infaltable en la investigación corresponde al estudio cualitativo. Esto se explica por la fuerte influencia de intelectuales adeptos al racismo científico que estuvo presente en el seno de la diplomacia europea en el siglo XIX. Es por ello que es necesario profundizar los elementos que componen la historia cultural, siendo el historiador británico Peter Burke un referente importante en la materia7. De igual manera, para dar un contexto más cercano a la realidad decimonónica referente al estudio de la raza y para profundizar en el pensamiento de la época, la obra del médico chileno Nicolás Palacios se hace sin duda ineludible (Palacios, 1904, p. 58).

En lo que respecta al estado de la cuestión, sin duda se deben considerar para nuestra investigación los numerosos trabajos contemporáneos de historiadores que, a través de nuevas metodologías de investigación, lograron profundizar el estudio de la Guerra del Pacífico8. Esta innovación permite analizar diversas perspectivas historiográficas que al ser comparadas con las obras clásicas de los historiadores chilenos Gonzalo Bulnes y Diego Barros Arana, difiere bastante en su contenido por su influencia positivista.

Ahora bien, una primera visión sobre la Guerra del Pacífico se encuentra en los numerosos trabajos de los historiadores británicos Simon Collier y William Sater, los cuales analizan el caso de Chile, afirmando que la década de los setenta del siglo XIX representó para la política exterior chilena una lucha constante en lo referente a la disputa territorial con Bolivia, la cual se profundizaría por el poderío económico encontrado en la zona en disputa correspondiente al desierto de Atacama (Sater y Collier, 1998). Del mismo modo la obra del historiador peruano Heraclio Bonilla profundiza sobre el origen de la guerra, explicando que ésta fue a consecuencia de un incumplimiento por parte de Bolivia de tratados bilaterales y que la inclusión de Perú en el conflicto, más allá del pacto secreto firmado en 1873, se debió a la posibilidad de que se concretara una alianza entre La Paz y Santiago que fuese en contra de sus intereses (Bonilla, 1980). De igual forma estudios realizados por el historiador sueco Wilhelm Ekdahl a comienzos de siglo XX son interesantes por el enfoque cualitativo utilizado al indagar sobre la composición racial de las fuerzas armadas en combate (Ekdahl, 1919), lo que nos permite analizar las variables científico-normativas que regían en la centuria decimonónica.

En lo que respecta a las relaciones internacionales y particularmente en relación con la política exterior de Chile, su estudio hace necesario destacar las distintas etapas y objetivos que ocurrieron a lo largo del siglo XIX, siendo estas entendidas a partir de un comienzo proteccionista (reconocimiento internacional y problemática territorial9) para culminar con una posición integradora (adherirse al escenario multilateral para defender sus intereses10). Para el estudio de este proceso específico, se deben tener en consideración a nuestro criterio tres historiadores. En primer lugar, el trabajo de Carlos Bustos es necesaria para comprender a modo general y actualizada la magnitud de los objetivos internacionales chilenos desde su independencia hasta finales del siglo XIX (Bustos, 2018). Asimismo, la obra de Mario Barros Van Buren es indispensable para profundizar en la política exterior de La Moneda, especialmente por la labor diplomática ejercida en Europa durante la Guerra del Pacífico (Barros Van Buren, 1990). Por último, la obra del Dr. Mauricio Rubilar es necesaria para el estudio específico de las relaciones internacionales chilenas con Colombia y los Estados Unidos durante el desarrollo de la guerra con Perú y Bolivia (Rubilar, 2012).

Bajo el mismo contexto, el estudio sobre las relaciones internacionales en Europa también se hace necesario para explicar el paradigma del siglo XIX representado con el equilibrio de poder propuesto en el Congreso de Viena ocurrido en 1815. Para obtener una mirada global sobre dicho periodo es necesario consultar la obra de la historiadora argentina María Dolores Béjar, donde expone los conceptos más influyentes en el ámbito multilateral, como la crisis económica ocurrida en 1873 y que dio paso a dos nuevas potencias industriales, a saber, los Estados Unidos y el Imperio Alemán (Dolores, 2011). Asimismo, una consecuencia de esta crisis fue el desarrollo del imperialismo. Dicho concepto es profundizado en el trabajo del historiador germano Mommsen Wolfgang, siendo este un buen elemento para comprender los fundamentos supranacionales de la política exterior europea en la búsqueda expansionista de su influencia en América (Mommsen, 1987). De igual manera, un estudio económico profundo de la centuria decimonónica de los países hispanoamericanos se obtiene de la obra del historiador mexicano Carlos Marichal, el cual explica con el estudio de diversas fuentes la denominada primera época de globalización económica (Marichal, 2010).

En consecuencia, la presente investigación permitirá la profundización del estudio de la Guerra del Pacífico a través de los informes de diplomáticos europeos residentes en Santiago por la disputa de recursos estratégicos en la zona de conflicto y del predominio comercial portuario de la costa sudoccidental de Sudamérica que provocó el interés de las Grandes Potencias por el desenlace de la guerra. En el caso de este artículo, el objeto de estudio será la diplomacia del Imperio Alemán. Las fuentes primarias utilizadas en este trabajo corresponden fundamentalmente a las notas diplomáticas enviadas por los plenipotenciarios germanos en Santiago de Chile hacia Berlín con la finalidad de poder analizar su percepción durante el periodo beligerante. Estos archivos se encuentran traducidos al español en la obra editada por la Editorial Andrés Bello, Informes inéditos de diplomáticos extranjeros durante la Guerra del Pacífico11.

Desarrollo

La visión alemana del origen de la Guerra del Pacífico

La disputa territorial entre Chile y Bolivia no se debió exclusivamente por los nitratos encontrados en lo que fue el litoral boliviano en el siglo XIX. La configuración territorial posterior al proceso independentista fue basada en una norma jurídica del derecho romano denominada Uti Possidetis Juris, la cual estableció el mantenimiento de las fronteras delimitadas bajo dominio español12. No obstante, los límites fronterizos establecidos por La Moneda en la Constitución de 1833, no fueron exactos en su delimitación al norte del país13, puesto que se mantuvo una denominación colonial entendida como el despoblado de Atacama14. Estas diferencias se prolongaron durante dicha centuria con mayores ribetes conflictivos en el ámbito diplomático, pero todo finalizó con la firma de tratados que compensaban en cierta forma los intereses de cada república15.

Ahora bien, los hechos planteados corresponden a nuestro criterio a los principales antecedentes que fueron estudiados por parte de los plenipotenciarios alemanes residentes en Chile al comienzo de la Guerra del Pacífico, destacando la opinión del líder de la legación16 Friedrich von Gülich17, el cual se refirió al origen de este conflicto como una “interpretación de los tratados vigentes entre Chile y Bolivia” (APMERFA, 1879, 22 febrero)18. Esta primera visión fue sobria en su contenido por el contexto en el cual fue enviada, puesto que el ejecutivo en Santiago hasta ese momento no había formalizado aún la guerra con sus pares en Lima y La Paz.

Una vez que la guerra fue concretada el 5 de abril de 1879 la percepción diplomática germana fue diferente, puesto que el factor económico ya no era a su entender la causa de la beligerancia. Existían más elementos en el tablero como la geopolítica por la disputa del dominio de la costa occidental de Sudamérica, siendo ésta intensificada por la coyuntura entre Chile y Perú19. Es por ello que el análisis realizado por el ministro plenipotenciario alemán sobre el desenlace de la confrontación nos lleva a una mirada más profunda del significado de la Guerra del Pacífico: “(…) para la Europa civilizada, y en general para la civilización, sería una desgracia la derrota de Chile, y su victoria un acontecimiento feliz” (APMERFA, 1879, 7 abril). Lo planteado por la legación evidencia claramente una postura favorable hacia la causa chilena. Sin embargo, identificar con exactitud cuáles fueron los principales fundamentos que influyeron en esa posición es complejo de determinar. Sin embargo, para lograr una aproximación sobre dicho pensamiento utilizaremos la tesis del politólogo sueco Rudolf Kjellén que, a nuestro parecer, es el más cercano al idealismo manifestado por Gülich en sus misivas hacia Berlín20.

Un elemento relevante planteado por dicho autor fue el análisis del pueblo. Si se lleva a cabo una comparación entre el caso peruano con el boliviano, sin duda que se lograrían encontrar varias similitudes en cuanto al orden institucional y político, pero si ese estudio es realizado con Chile, la situación cambia drásticamente en toda variable, en especial en el desarrollo cualitativo una vez concluido el periodo revolucionario.

Una mirada focalizada en el contexto en el que debieron desenvolverse los beligerantes de la Guerra del Pacífico en su nacimiento como repúblicas, además del límite territorial, consistía en definir el tipo de administración que regirían los nuevos Estados, existiendo preliminarmente dos opciones: la administración española prerrevolucionaria caracterizada por el despotismo ilustrado o, por contraparte, el establishment británico y su estructura monárquica constitucional bajo una economía progresista y un sistema político conservador (Stein, 1993, p. 163). Existió un rechazo transversal por parte de los latinoamericanos hacia la vía absolutista hispana —junto al absolutismo lusitano21—, por lo que se optó mayoritariamente por el modelo inglés, pero bajo una república representativa de gobierno impersonal22.

Para contextualizar mejor este proceso clave para el desarrollo político latinoamericano, se debe tener en consideración lo planteado por el historiador británico Simon Collier (1997, p. 301):

“Las nuevas repúblicas pronto descubrieron que en política existían dos maneras de proceder: podían permitir que el caos continuara indefinidamente, sofocado sólo por interludios breves de tiranía, o bien, aceptar que se instalara por periodos prolongados la dictadura personal”.

De la cita se extraen dos conceptos claves con los que debieron lidiar los gobernantes en la temprana república sudamericana independiente: vivir en la anarquía o en el progreso. El desarrollo político experimentado por los beligerantes de la Guerra del Pacífico es la prueba de lo planteado por el historiador británico como se verá en las líneas siguientes23.

En el origen del Perú independiente se logró mantener —parcialmente— el orden político, social y económico del virreinato (Bonilla, 1991, p. 202). No obstante, el orden institucional limeño no pudo sostener el poder ante lo que representaban los caudillos regionales, por lo que cada gobernante que fuera escogido debía establecer casi por obligación una alianza con cada jefe militar para mantener así la estabilidad de su gobierno formando así lazos clientelísticos (Bonilla, 1991, p. 210). Pese a todo, no fue posible mantener un régimen estable en su territorio a causa de la influencia de las regiones militarizadas, y sólo se pudo esbozar la estabilidad republicana con la llegada del candidato del Partido Civil con Manuel Pardo (1872-1876). Sin embargo, el Estado que recibió se encontraba quebrado y endeudado con la banca internacional (Bonilla, 1991, pp. 215 y 220).

Misma situación se replicó en Bolivia respecto al orden hacia el gobierno y de las instituciones del Estado por parte civiles junto a las fuerzas armadas, puesto que posterior a su independencia vivieron en constantes revoluciones y golpes militares (Bonilla, 1991, p. 226). La única diferencia relevante ocurrió en el manejo de la deuda externa ya que, en contraste con su par limeño, La Paz no se endeudó con créditos en la banca internacional y prefirió el fortalecimiento de su mercado interno a base de, entre otras cosas, el tributo indígena utilizado desde el periodo colonial (Bonilla, 1991, p. 225).

Los casos anteriores distan bastante del origen republicano chileno, puesto que en menos de dos décadas que siguieron a su independencia fue posible implementar un modelo político constitucional símil a los utilizados en Europa (Collier, 1991, p. 238). La clave para su consecución fue la adopción del sistema portaliano de gobierno, la cual es definida por la historiografía como “el establecimiento del orden (institucional), una autoridad fuerte y centralizadora a causa de la predominante falta de cultura cívica y del analfabetismo de la población” (Góngora, 1986, pp. 41-43)24. La Moneda era un ejemplo en el orden de sus finanzas con el pago de su deuda en el exterior. Sin embargo, estas acciones no fueron fortuitas, puesto que parte este proceso comenzó con el ministro de hacienda Manuel Rengifo que ejerció en dos periodos (1830-1835 y 1841-1844). Bajo su liderazgo en el ministerio se implementó, entre otras acciones, una medida mixta entre liberalismo y pragmatismo económico, donde se destacaron la simplicidad tributaria, leyes arancelarias junto al establecimiento de almacenes fiscales en Valparaíso (Collier, 1991, p. 247). Esta bonanza financiera permitió al Estado chileno progresar económicamente al invertir en capitales mineros en Bolivia y Perú con la extracción de salitre y plata, respectivamente (Collier, 1991, p. 254).

En este sentido, hay que complementar que durante el proceso independentista en cierta forma Perú y Bolivia comenzaron con las mismas condiciones políticas y económicas heredadas por el antiguo régimen colonial, a la cual deben sumarse las abundantes riquezas de sus territorios con los yacimientos de salitre, la posterior era guanera y el indispensable sector minero, siendo ésta última el recurso más explotado en Potosí. Todos los productos mencionados eran muy apetecidos en el mercado europeo. Distinto fue el caso de Chile, puesto que el aprovechamiento de sus recursos estratégicos en comparación a sus vecinos norteños era menor si se compara con la extracción y exportación de cobre. Además, no existía una estabilidad comercial en la productividad agrícola, puesto que sus exportaciones a gran escala eran causadas por coyunturas específicas y no representaba necesariamente un mercado de una regularidad considerable25. Sin embargo, fue posible atraer al mercado internacional con la implementación de medidas económicas liberales junto a beneficios aduaneros, pero sin duda los principales fundamentos correspondieron a su estabilidad política, institucional y responsabilidad fiscal, respaldada con el pago de su deuda en el extranjero, dando así una imagen de un Estado saludable.

Bajo ese mismo contexto, un aspecto importante a considerar en materia económica corresponde a las relaciones internacionales, las cuales tienen una relación directa con la composición del territorio de un Estado por su espacio, tamaño y su forma (Marichal, 2010, p. 70). En este sentido, si se realiza un análisis general sobre los beligerantes bajo la mirada geopolítica, esto da como resultado que los únicos países que tendrían una ventaja comparativa para los intereses del Imperio Alemán eran básicamente Chile y Perú por lo que representaban sus puertos en la expansión de su influencia comercial y política al océano Pacífico. Sin embargo, si se realiza un estudio focalizado en las condiciones geográficas y geoeconómicas la situación comienza a inclinarse a favor de Santiago, puesto que la forma del país, pese a ser angosta, su largo de norte a sur se extiende 4300 kilómetros donde destacan principalmente las condiciones portuarias chilenas para el tráfico marítimo en Punta Arenas, Valdivia, Talcahuano y Valparaíso26.

Estos antecedentes sobre la estabilidad institucional del Estado de Chile junto a las ventajas geográficas hacia los intereses comerciales alemanes, son a nuestro criterio parte de los fundamentos de la tesis de Gülich para favorecer a la causa chilena a partir de lo planteado en un informe posterior sobre las causas que provocaron la Guerra del Pacífico al Káiser Guillermo I:

“(…) La causa verdadera de la guerra actual es, sin embargo, mucho más profunda; es la amarga envidia, el odio vivo que impera contra Chile desde hace muchos años en Perú y Bolivia. Ambos países, continuamente destrozados por revoluciones y bajo pésima administración, envidian el progreso material de Chile, su vida política ordenada, sin ser alterada por insurrecciones, su alejamiento de los excesos entre anarquía y despotismo y su ascenso sin impedimentos a un peldaño cultural más elevado” (APMERFA, 1879, 23 septiembre).

El argumento referente a la cultura es interesante por el trasfondo que dio a entender Gülich, puesto que esta condición no es menor, debido a que el desarrollo cultural se logra en determinadas sociedades y simboliza en gran medida el progreso o derrumbe de un Estado (Burke, 2004, p. 233). Esta variable es concordante en el análisis sobre los beligerantes por parte de la diplomacia germana, la cual estaba basada en las teorías del racismo científico27. Todos estos elementos se infieren de lo planteado por parte del plenipotenciario alemán al destacar las diferencias raciales de la infantería en combate:

“La gran confianza que existe con la valentía del soldado chileno, que, sin lugar a dudas, a lo que parece, es extraordinario (…) el soldado boliviano es, al igual que el peruano, principalmente de origen indio, muy pocos con mezcla de sangre europea” (APMERFA, 1879, 12 julio).

La distinción que realizó Gülich al resaltar las cualidades las fuerzas armadas de Chile, no se pueden explicar más allá de su contexto, puesto que no realizó un juicio sobre la composición racial del soldado chileno. Sin embargo, su pensamiento se puede aproximar a partir de lo planteado por un ex combatiente de la Guerra del Pacífico, nos referimos a el médico chileno Nicolás Palacios que, al igual que el plenipotenciario germano, era adepto al racismo científico:

“Por el modo como usted habla del roto, parece que participara la idea, muy común a la fecha, de creer que el roto es como una raza aparte, inferior en Chile, como si nuestra patria encerrara dos razas distintas, rotos y no rotos. Felizmente no hay nada de eso. Desde el chileno más infeliz al más encumbrado, todos somos, en proporciones diversas, las mismas sangres europea y americana” (Palacios, 1904, p. 58).

Lo planteado por Palacios es concordante con el idealismo de Gülich, puesto que ejemplifica el espíritu de la época con los fundamentos racistas del siglo XIX. Más aún, el hecho de manifestar tanto interés en la composición europea de la población chilena demuestra el interés de proyectarse culturalmente a Europa, en específico con la sangre alemana, símbolo del progreso de un Estado28.

Ahora bien, bajo el mismo contexto del racismo científico que alteraba las relaciones sociales y diplomáticas, ésta coexistía con la denominada política científica en Latinoamérica, destacando las influencias específicamente del positivismo de August Comte y Herbert Spencer29. Los planteamientos de dichos autores vendrían a establecer una nueva liberación del Antiguo Régimen español a través de la independencia de las mentalidades (Zea, 1976, p. 78). Sin embargo, se produjeron diferencias en la implementación de estas ideas por cuestiones netamente políticas, puesto que la inestabilidad gubernamental en Perú y Bolivia hizo imposible siquiera esbozar su implementación, la que sólo ocurriría una vez concluida la Guerra del Pacífico30. En el caso de Chile su integración fue más sencilla por la estabilidad como Estado, pero sin duda el elemento clave ocurrió con la llegada de los liberales al poder ejecutivo que permitió expandir la frontera intelectual —limitado por el periodo conservador— con fundamentos ilustrados a través de la figura de José Victorino Lastarria, siendo este el fundador de la Academia de Bellas Letras en 1873 con la finalidad de adoptar nuevas ideas en el seno de la élite gobernante basadas en el método científico y así profundizar los ideales del liberalismo (Hale, 1991, p. 20).

Estas condiciones son a nuestro criterio los principales fundamentos que llevaron al ministro plenipotenciario germano a informar a Berlín que el Estado chileno está en 331. Sin embargo, también creemos que hay una perspectiva mayor que corresponde a una adaptación de nuevas innovaciones tecnológicas que difieren en su implementación en cada país. Se podría profundizar con el desarrollo telegráfico nacional y ultramarino de Chile por la conexión con el Viejo Mundo en 1872, pero sin duda el mayor símbolo de progreso social y económico fue la integración del ferrocarril32. Este fenómeno modernista se convirtió en un objeto de discusión en el seno de la élite regente en Santiago, Lima y La Paz para lograr un mejor desarrollo en su economía, donde compartieron el liderazgo para la construcción de líneas ferroviarias, el ingeniero estadounidense Henry Meiggs33.

La labor de Meiggs fue sin duda magistral en el sistema ferroviario andino, en especial el caso chileno. Sin embargo, las innovaciones tecnológicas adoptadas por los diversos jefes de Estado como el mencionado sistema de trenes se debe agregar la implementación por parte de Chile del sistema de vapores para el transporte marítimo a nivel nacional, americano y europeo con la Pacific Steam Navigation Company34.

En consecuencia, además del progreso en infraestructura político-administrativa como fueron las líneas telegráficas en un sistema de gobierno constitucionalista estable, un desarrollo intelectual de la aristocracia basada en el positivismo junto a una economía sana y responsable en el pago de su deuda externa, son fundamentos suficientes para que un diplomático del siglo XIX que recorrió por casi treinta años el inestable continente americano afirmara que ”(…) en la inmensidad del océano Pacífico, a más de cinco mil millas de distancia de Alemania, Chile es el único faro de civilización cristiana, el único país que puede pretender el nombre de un Estado cultural cristiano” (APMERFA, 1879, 13 noviembre).

El impacto de la guerra en el escenario internacional europeo

Mientras se desarrollaba la beligerancia en el sector andino del Pacífico por parte de las fuerzas armadas de Chile, Perú y Bolivia, existía a su vez una guerra que se produjo intensamente en el campo diplomático. El tablero mundial realizaba sus movimientos con cautela por parte de las Grandes Potencias para mantener u obtener beneficios una vez finalizada la coyuntura bélica.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que el interés de Europa en la zona en conflicto, estuvo presente desde comienzos de la década de los setenta por dos razones. La primera de ellas se desprende por la crisis económica ocurrida en 1873 en Austria que se extendió hasta fines del siglo XIX afectando a importantes comercios europeos, entre ellos el alemán (Marichal, 2010, p. 41). Esto dio como resultado que se fortaleciera el idealismo de extender sus lazos comerciales a lo largo del globo a través del imperialismo y así reforzar sus economías, por lo que el resultado de la Guerra del Pacífico era sin duda una oportunidad importante que se debía considerar por las Grandes Potencias. Asimismo, la segunda razón corresponde a una condición sine qua non de la geoeconomía con el mantenimiento pacífico de los países sudamericanos, puesto que los gabinetes más importantes —en particular el británico35— tenían una importante inversión de capitales y deudas contraídas por la banca internacional con Perú, por lo que una victoria de Chile era una opción que se debía evitar a toda costa, incluso si eso suponía intervenir directamente en el conflicto36.

Esta situación sólo se intensificó en la alta política americana con la publicación en la prensa británica sobre una posible intervención militar europea liderada por el Imperio Alemán para así poner fin a la guerra y no alterar el orden regional, como bien lo notificó Gülich:

“La información proveniente, según parece, de un diario inglés acerca de una supuesta propuesta del gabinete de Berlín a las Grandes Potencias de una cuasi-intervención conjunta sobre los desórdenes en la costa occidental de Sudamérica, ha provocado una fuerte conmoción en la prensa hispanoamericana y, parcialmente, protestas bastante enérgicas” (APMERFA, 1879. 30 julio).

Sin embargo, esta posible intervención armada por parte de Alemania era a nuestro parecer poco probable, debido a que no existían intereses germanos en juego que se vieran comprometidos por el desenlace a favor de alguno de los beligerantes. No obstante, las condiciones de posguerra eran sin duda importantes para Berlín. A grandes rasgos, el triunfo del bando aliado representaba mantener la influencia económica británica en distintos mercados sudamericanos, mientras que un triunfo de Chile significaba redefinir el nuevo orden comercial a nivel portuario e industrial de la costa sudoccidental del Pacífico37.

Ahora bien, únicamente la hipótesis de intervenir militarmente por parte de Europa trajo consigo el rechazo transversal del continente americano, incluido la de los Estados Unidos. Esto provocó que los diversos jefes de gobierno europeos fueran más cautelosos con lo que se comunicaba a la opinión pública, puesto que tendrían como respuesta serias consecuencias económicas38. En este sentido, se volvió ineludible la búsqueda de estrategias que salvaguardaran sus intereses a través del actuar diplomático, pero esto no descartaba en lo absoluto como último recurso una intervención militar.

Estos factores incidieron a nuestro criterio en una mirada geopolítica brillante realizada por la legación germana en Santiago39, debido a que se mantuvo siempre una actitud positiva hacia el triunfo de Chile en la guerra, la cual finalmente tendría consecuencias favorables hacia los intereses del Imperio Alemán en Sudamérica con la supremacía del Pacífico bajo dominio chileno (APMERFA, 1879, 7 abril). Dicho escenario era sin duda el ideal para las pretensiones germanas. Sin embargo, aún estaba lejos de concretarse, puesto que Gülich consideró muy probable la entrada a la guerra de Argentina para ayudar a un aliado político como Perú (APMERFA, 1879, 7 noviembre). Este temor sólo se acrecentó por las misivas enviadas por su colega diplomático en Buenos Aires, Theodor von Holleben, quien compartía la hipótesis del bloqueo en la entrada oriental del Estrecho de Magallanes (APMERFA, 1879, 28 noviembre).

En este sentido, si por el sólo hecho de que se produjera la Guerra del Pacífico ya representaba una amenaza para los intereses de los principales gobiernos en Europa, un bloqueo que impidiese el tráfico comercial era significativamente peor. Sin embargo, esto representaba un peligro mayor para Chile, porque si se concretaba la hipótesis del bloqueo argentino, una intervención directa en el conflicto por parte de las Grandes Potencias sería inevitable. Es por esto que Gülich propuso al Káiser Guillermo I que se realizara una declaración rechazando cualquier boicot marítimo en la entrada al Pacífico en conjunto con sus pares europeos hacia la cancillería bonaerense y así mantener lejano intromisiones que cambiaran el rumbo de la guerra (APMERFA, 1880, 21 febrero)40.

Ahora bien, una vez que el conflicto alcanzó un punto en el cual Perú y Bolivia no podían contener el avance de las fuerzas armadas chilenas, la situación se volvió aún más tensa diplomáticamente, puesto que ya no existía la posibilidad real de una intervención directa en el conflicto sin pasar a llevar los derechos legítimos de la guerra que sustentaban la causa de Chile. Es por ello que comenzaron a moverse los hilos diplomáticos de las cancillerías de Inglaterra, Francia e Italia a través de sus ministros residentes en Perú, los cuales se enfocarían en utilizar sus influencias en la posterior redacción de los tratados de paz que debían firmar el bando aliado con La Moneda con la finalidad de no ceder territorio como compensación de guerra (APMERFA, 1880, 28 noviembre).

Sin embargo, todas las pretensiones interventoras recibieron por parte del canciller chileno, José Manuel Balmaceda, una respuesta categórica:

“Chile fue agredido de improviso por dos naciones conjuradas para perderlo, con doble población y con grandes recursos. Nuestros enemigos han golpeado a todas las puertas y han solicitado el auxilio de los pequeños y de los poderosos. Nosotros no hemos solicitado aliados, no hemos solicitado mediaciones, ni hemos pedido a extraños el dinero invertido en la contienda. Nos ha bastado pedir sus economías al trabajo, su brazo a los obreros, su fe al pueblo y el patriotismo a todos para cumplir la obra de sacrificio y de honor debida a nuestra justicia y a nuestro derecho. Solo hemos emprendido la guerra y en ejercicio de nuestra soberanía y en la esfera de nuestra legítima libertad internacional, solos la habremos de concluir” (Bustos, 2018, pp. 171-172).

Lo expuesto por la cancillería chilena demuestra múltiples adjetivos relevantes, pero sin duda se destaca lo referente al periodo de posguerra con la firma de tratados de paz, los cuales sólo se concretarían bajo los lineamientos planteados por Chile y no por mediaciones parcializadas de los Estados Unidos ni de las Grandes Potencias.

La firme posición chilena a nuestro criterio fue bien recibida por parte de la legación alemana en Santiago, puesto que sólo con la estabilidad política y desarrollo cultural de Chile —que ya consistía en un elemento considerable que lo distinguía del resto de países hispanoamericanos—, la forma de llevar la guerra fue un complemento esencialmente perfecto. Mientras las fuerzas armadas chilenas vencían en territorio extranjero, lo realizaban de acuerdo al derecho legítimo de la guerra y bajo lo estipulado en la Primera Convención de Ginebra de 186441, situación que no respetó el Perú y que a juicio de Gülich, el temor de que lanzara torpedos de manera irresponsable hacia buques neutrales era una opción bastante real (APMERFA, 1880, 28 mayo).

La premisa de Gülich finalmente se comprobaría con lo ocurrido el 7 de junio de 1880 pero bajo un método distinto, a partir de lo informado a Berlín:

“(…) La ciudad de Arica estaba ciertamente fortificada, y esto de una manera inauditamente terrible, que al parecer, no está muy de acuerdo al Derecho Internacional. Los fuertes mismos de la ciudad de Arica, ésta misma y sus alrededores próximos habían sido fortificados con minas de dinamita de tal consideración, que si el altamente enérgico avance de las tropas chilenas no hubiese sorprendido a la guarnición aliada del fuerte de Arica, todo el ejército chileno sitiador habría volado por los aires. (…) El terrible baño de sangre que ocurrió en Arica, y que afectó igualmente a aliados y a los chilenos, es según mi humilde opinión, culpa de los aliados y no de los chilenos. Arica estaba bloqueada por tierra y por mar por los chilenos” (APMERFA, 1880, 1 julio).

A nuestro parecer, es igual de relevante el hecho de llevar a cabo una guerra civilizada por parte del ejército chileno, puesto que simbolizaba aún más su crédito como un Estado civilizado y que se complementaba con la estabilidad política de Chile. Por lo que la posibilidad de estrechar vínculos con la administración en Santiago era un buen proyecto para sus intereses en esta zona del Pacífico (Rouquié, 1984, p. 16).

Sin embargo, lo planteado por el ministro alemán también vendría a reafirmar su tesis sobre que Chile se encontraba culturalmente superior a sus pares en Perú y Bolivia en todo aspecto42. Es a partir de este momento en que la posición del Imperio Alemán se posiciona de manera contundente a favor de la causa chilena a través de su canciller Otto von Bismarck, puesto que a través de un mensaje por telégrafo hacia la legación germana en Santiago expuso sus condiciones hacia el ejecutivo en Santiago para el apoyo diplomático de su gobierno en Europa:

“(…) El gobierno imperial no acepta una intervención que se tiene proyectada por otros países (Inglaterra, Francia e Italia); espera, mientras tanto, que la vida de los súbditos alemanes en el Perú sean tratados conforme al derecho (refiriéndose a la entrada del ejército chileno en dirección a Lima)” (Barros van Buren, 1990, p. 396).

El gobierno chileno al asegurar que se cumplirán todas las condiciones propuestas por Bismarck, éste inmediatamente brindó instrucciones hacia el embajador alemán en Londres para que rechazara cualquier tipo de intervención en la Guerra del Pacífico (Barros van Buren, 1990, p. 396). Este apoyo es notable para salvaguardar los intereses de Chile durante el transcurso de la guerra, puesto que al asegurar la condición de neutralidad —al menos de facto— en Europa y así evitar una intervención militar, era un soporte importante para la causa chilena43. Sin embargo, hay que destacar que esto fue en principio una actitud unilateral por parte del Imperio Alemán a favor de Chile al ir en contra los intereses de varias potencias europeas44. Por otra parte, también existieron acciones bilaterales entre Santiago y Berlín45 que fueron sin duda gravitantes para el desarrollo de la guerra a favor de los intereses chilenos46 y que bajo este contexto eran también los de Alemania47, puesto que debía aún combatir contra la influencia económica de los Estados Unidos que buscaba desplazarlos (APMERFA, 1881, 5 diciembre).

Si bien es cierto que el apoyo político de Alemania evitó una intervención militar europea, esta situación no se replicó con el resto de las Grandes Potencias en el ámbito diplomático, puesto que continuaron moviendo piezas para favorecer a los vencidos y así ir en contra de las exigencias de Chile. Esto se comprueba con la misiva enviada ya el 30 de marzo de 1883 por parte de la legación alemana en Santiago donde se describe el accionar de la diplomacia italiana para interceder ante el gobierno chileno con la figura plenipotenciaria de Gio Battista Viviani.

La misión Viviani llevaba consigo las voluntades de los gobiernos de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y la propia Italia, la cual tenía como finalidad proponer a Chile como pago legítimo de los costes de la guerra la cesión territorial exclusivamente de Tarapacá (APMERFA, 1883, 30 marzo), que a nuestro criterio se debió necesariamente por la ausencia de capitales esencialmente británicos en la zona, por lo que el desmembramiento soberano del Estado peruano no tenía un valor monetario real al cual sostenerse. Sin embargo, esta propuesta no pudo siquiera ser considerada por el ejecutivo en Santiago, puesto que poco después de haber pisado suelo chileno se le informó a Viviani telegráficamente desde la embajada de los Estados Unidos en Lima que esa opción se había descartado (APMERFA, 1883, 30 marzo).

Esta acción de la diplomacia estadounidense se explica por el temor existente por la posibilidad de alterar los ánimos con Chile y pusiera en riesgo el acuerdo que se llevaría a cabo con el Perú meses más tarde bajo la administración de Miguel Iglesias con la firma del tratado de Ancón de 1883. Sin embargo, una vez firmado este documento, éste se vio cuestionado por Inglaterra y Francia e intentaron imponer sus influencias a favor de sus intereses, pero la posición firme del Imperio Alemán hacia la causa chilena terminó por imponerse y rechazando tal opción, logrando así establecer de manera perpetua los límites entre Lima y Santiago (APMERFA, 1884, 28 abril).

Las consecuencias

El desenlace de la Guerra del Pacífico era sin mayores cuestionamientos la mayor preocupación para los beligerantes en lo que respecta a la futura conformación territorial. Esta incertidumbre era compartida de igual forma por Europa, pero bajo una mirada focalizada en lo económico. Sin embargo, establecer una posición hacia uno de los bandos en particular se definía más por un interés fundado al haber realizado grandes inversiones que por las causas justas que eran regidas bajo el derecho internacional del siglo XIX. Esto lo inferimos a partir de lo planteado por lo enviado a Berlín por la legación alemana en Chile:

“(…) Para el europeo no comprometido es algo indudable. Todos los Estados cultos del mundo, interesados en la verdadera civilización, pueden desear solamente un triunfo definitivo de Chile, porque representa en esta guerra los intereses de la civilización. Perú está, en lo que respecta a sus clases más altas, hundido en la corrupción, que se levanta contra todos los valores y su derrota total otorga la esperanza de mejores condiciones a los extranjeros en Perú y un mejoramiento de la situación del pueblo peruano mismo” (APMERFA, 1880, 22 abril).

Al referirse Gülich sobre los intereses de la civilización, como vimos en líneas anteriores, hace clara referencia a la madurez política y financiera de Chile (Blakemore, 1992, p. 158), pero para ser más exactos, esto se establece por la integración de la cultura europea en el seno de la aristocracia chilena con la integración de ideas ilustradas como el positivismo. Pero a nuestro criterio, este análisis está más vinculado a la seriedad que conllevaría estrechar vínculos esencialmente comerciales con Santiago por su consolidación en el escenario internacional en esta ribera del Pacífico, puesto que la descripción realizada sobre Perú define a grandes rasgos la anarquía vivida por los diversos gobiernos a lo largo del siglo XIX y la necesidad de un renacimiento como país48.

En este sentido, sin duda que el apoyo diplomático sostenido por parte de las Grandes Potencias durante el conflicto hacia el bando aliado, específicamente con Perú por el rechazo a la entrega de territorio como compensación a Chile, se debieron a razones económicas que involucraron inversiones pasadas como fueron los británicos con el ferrocarril y los franceses con la banca (Freeman, 1991, p. 77). Sin embargo, esta prioridad cambió luego de las victorias del ejército chileno en dirección hacia Lima, puesto que, ante la imposibilidad de ejecutar una intervención directa en la guerra por las inevitables consecuencias comerciales, estaba presente el temor que se desarrollara un ensañamiento contra los inmigrantes europeos de las naciones interventoras en suelo americano (APMERFA, 1879, 22 febrero).

Estos escenarios hicieron relativizar en los diversos gabinetes europeos que era una mejor opción mantener su hegemonía en el continente y acercar posiciones durante el periodo de posguerra bajo las condiciones chilenas en esta zona del Pacífico que poner en riesgo la totalidad del mercado americano frente a la amenaza que representaba ser desplazados por la influencia política y económica de los Estados Unidos (Dolores, 2011, p. 18).

Por lo que a grandes rasgos la posición favorable del Imperio Alemán hacia Chile se debió a un interés superior en la búsqueda de la expansión de su influencia en América. Sin embargo, la posición germana no era la única que veía el trasfondo del conflicto, puesto que a nuestro criterio el caso de España era similar por las consecuencias económicas contraídas por la guerra de 1866. Su incipiente tráfico comercial en la Hispanoamérica independiente estaba creciendo paulatinamente al dejar a un lado los prejuicios coloniales entre ambos continentes bajo la premisa de business are business, a un posterior derrumbamiento económico como represalia americanista (APMERFA, 1879, 12 julio). Sin embargo, la reacción del ejecutivo español fue a nuestro parecer intelectualmente razonable, puesto que no quiso obtener un rédito económico en particular con ninguno de los beligerantes, puesto que aseguró su neutralidad al diplomático chileno Blest Gana (APMERFA, 1880, 27 diciembre), situación que sólo se confirmaría con la negación de Madrid al desembarco hacia Perú del vapor India de puertos españoles (Barros, 1990, p. 412).

En tal sentido, lo realizado por España para volver a reasentarse en el mercado sudamericano eran los principales temores a los cuales se verían inmersos las Grandes Potencias si se realizaba una intervención militar en la Guerra del Pacífico, lo que sumado al contexto de una crisis económica que intensificó la búsqueda del comercio ultramarino y del desarrollo de las relaciones internacionales con los diversos Estados americanos y del temor de la pérdida de su influencia con los Estados Unidos, nos deja en evidencia el estado de globalización en el cual se encontraba inmerso el escenario internacional decimonónico y del significado que tenía la victoria de Chile principalmente para el Imperio Alemán, al considerarse historiográficamente como el fin del proceso de aprendizaje político chileno y transformarse en la potencia naval en la costa del Pacífico (Rubilar, 2012, p. 86).

Consideraciones finales

La Guerra del Pacífico, más allá de lo estrictamente bélico, se puede analizar desde diversas perspectivas como un fenómeno que involucraron los elementos económicos y diplomáticos como fundamentos de discusión en Europa, en particular fue el caso del Imperio Alemán con el apoyo hacia la causa chilena. Un primer punto que se debe considerar en esta materia son los reclamos expuestos por la administración de Aníbal Pinto al exterior con su visión de los antecedentes que provocaron el conflicto con la obra propagandística de Diego Barros Arana. Sin embargo, el aporte in situ por parte de la legación alemana en Chile son a nuestro criterio la base del apoyo germano.

Por un lado y bajo la mirada de la diplomacia, el Imperio Alemán realizó un análisis preliminar sobre los motivos que provocaron la guerra desde una mirada más cercana a la imparcialidad al no tener grandes capitales invertidos en esta zona de la ribera del Pacífico, prueba de esto fue la determinación inicial donde se indicó preliminarmente como causa del conflicto el incumplimiento de tratados y no a cuestiones imperialistas esbozadas por las cancillerías del bando aliado. Este primer punto sin duda demuestra la objetividad asumida por el Káiser Guillermo I, pero las indagaciones realizadas y enviadas por la misión diplomática en Santiago a Berlín estableciendo las causas silentes del conflicto fueron sin duda la sustancia que promovió el acercamiento germano a la posición chilena.

De las evidencias expuestas, es posible responder a la primera pregunta de investigación. La vida política ordenada de Chile era un complemento excepcional al desarrollo cultural con la integración de diversas fuentes ilustradas como el positivismo, pero el elemento trascendente en este aspecto era sin duda la vinculación de la diplomacia germana al racismo científico. A criterio de la legación alemana, la homogeneidad de la población chilena desde el roto más desvalido y cercano a la indigencia, hasta el aristócrata que dirige los hilos del gobierno compartían la misma sangre europea teutónica que llevó al país más austral del mundo a convertirse en el Estado modelo de Hispanoamérica, situación que contrastaba con Perú y Bolivia, los cuales pese a tener abundantes riquezas apetecidas por el comercio europeo, no pudieron ser explotadas eficientemente para transformarse en Estados económicamente poderosos por el predominio de los pueblos indígenas y de otras razas que “degeneraban” su población.

El análisis anterior nos establece las bases para poder responder lo referente a la segunda pregunta de investigación. Teniendo en consideración el racismo germano, esto nos acerca en primera instancia a entender su inclinación hacia Chile, pero el contexto en el cual estaba inmerso, que era una crisis económica, es a nuestro parecer motivo suficiente para ver este actuar como una elección del mercado correcto en una coyuntura en la cual podía obtener un rédito financiero. Esta posición hacia el lado comercial por parte del Imperio Alemán en la Guerra del Pacífico, se sostiene por su interés en explotar yacimientos salitreros de la zona en disputa específicamente en Tarapacá que ya se proyectaba bajo dominio chileno, la cual se destacaba por una política económica liberal e intensificada por la llegada de los mismos al gobierno, es un fundamento más que suficiente para sostener que el boicot realizado por el Káiser Guillermo I y su canciller Otto von Bismarck a una intervención directa para terminar el periodo beligerante era exclusivamente por la posición futura de Santiago como una figura consolidada en el escenario internacional, pero más aún, por su categorización como potencia naval y puerta de entrada al Pacífico.

Por último, para dar respuesta a la tercera pregunta de investigación correspondiente a las consecuencias del periodo beligerante se deben considerar sin duda la hegemonía británica y francesa en el bando aliado y específicamente con Perú. Al gran endeudamiento en el exterior por parte de Lima con la banca europea se debe considerar el agravante de no pagar a los acreedores desde 1876. En este sentido, la derrota del bando aliado contra Chile conllevaría sin duda como compensación de costos de guerra a ceder parte de su soberanía por no existir finanzas para poder indemnizar a La Moneda, lo que comprendería ceder parte de su territorio con los yacimientos de nitratos. Esto significaba que los capitales anteriormente mencionados perderían sus pretensiones de explotar una industria altamente cotizada por sus pares en Europa y dejándolos a plena disposición del nuevo dueño en Santiago. Por lo que a nuestro criterio el triunfo del bando aliado correspondía a mantener los intereses geoeconómicos sudamericanos intactos, mientras que el triunfo chileno significaba reestablecer el orden monopólico del salitre y guano.

En definitiva, se establece que la hipótesis formulada en el comienzo del presente artículo se confirma, puesto que la visión planteada por la legación germana en Chile sobre la Guerra del Pacífico no fue únicamente un relato focalizado en el ámbito militar, puesto que las acciones realizadas por los diplomáticos alemanes junto al Káiser Guillermo I estuvieron en directa relación en mantener el rumbo del conflicto en base a las condiciones chilenas y desligándose de los intereses de las Grandes Potencias restantes a partir de los informes enviados por sus ministros en Santiago, situación que a nuestro criterio es más que suficiente para hablar de un aliado político importante que lo diferencia de un Estado que simpatizó con la coyuntura ocurrida en esta ribera del Pacífico en el siglo XIX.

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Linkografía

https://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=400047


  1. Las ideas que sustentan este artículo fueron esbozadas en las aulas de la Universidad Católica de la Santísima Concepción en la asignatura Monografía II dirigida por el Dr. Mauricio Rubilar, al cual agradezco en estas líneas sus orientaciones para publicar los resultados en una revista científica. Asimismo, señalo que los errores en el contenido de esta investigación son de mi exclusiva responsabilidad.
  2. La Guerra del Pacífico fue un conflicto bélico del siglo XIX de gran magnitud que involucró a tres países sudamericanos, a saber, Chile contra la alianza de Perú y Bolivia. El desenlace de la guerra produjo al final de la contienda modificaciones territoriales, económicas y sociales.
  3. La historiografía ha nombrado de diversas maneras la Guerra del Pacífico, siendo una de las más comunes y aceptadas la “Guerra del Salitre”, denominación que fue compartida y traducida por la historiografía alemana como Salpeterkrieg.
  4. Esta rama de las ciencias sociales se puede entender a grosso-modo en base dos premisas. La primera de ellas corre por parte de la historiadora estadounidense Barbara Tuchman que la define como Sui Generis —original— dado que al igual que la historia, cada hecho es único e irrepetible, puesto que el sujeto de estudio —el hombre— va en constante evolución. Si bien es cierto que la postura anterior es bastante concisa en su contenido, esta puede variar, tal como lo propone el escritor neoyorquino Alvin Tofler con una definición descrita como Déjà vu —repetición—, fundamentado principalmente por los paralelos entre un conflicto bélico, más allá del mecanismo utilizado —clásica o moderna—, sino en las similitudes que lo provocaron. (Pearson y Rochester, 2001, p. 35).
  5. Una aproximación al concepto de diplomacia correspondería a una “negociación directa entre Estados en un conflicto en particular” (Sepúlveda, 1993, p. 47). Del mismo modo, este concepto se puede definir como “la manera de conducir los asuntos exteriores de un sujeto de derecho internacional utilizando medios pacíficos y principalmente la negociación” (Cahier, 1965, p. 19).
  6. Este concepto tuvo como origen la segunda revolución industrial de 1870, debido a que los Estados europeos que fueron mercantilistas durante el periodo colonial, transformaron su actuar para adoptar un proceso diferente que consistió en la “difusión cultural del capitalismo industrial” (Giacalone, 2016, pp. 64-65).
  7. Para Peter Burke (2004, p. 233), la cultura significa “arte, literatura e ideas […] en suma, cultura era algo que sólo tenían algunas sociedades o, más exactamente, determinados grupos en algunas sociedades”.
  8. Un ejemplo de lo planteado es el enfoque sociocultural que permite un análisis de la Guerra del Pacífico con una mirada más allá del lado belicoso, una muestra es la obra de Valle (2017).
  9. Este periodo se denominó como proteccionista debido a la labor del ejecutivo desde los inicios republicanos de Chile, donde se aprecia los incipientes intereses de los distintos jefes de gobierno en la búsqueda del reconocimiento como Estado independiente por las Grandes Potencias (junto a la Santa Sede), para culminar con la firma del tratado con Argentina en 1856 que aclaró —parcialmente— la cuestión de límites entre ambas repúblicas.
  10. El interés multilateral de La Moneda surgió, entre otros antecedentes, en la Guerra del Pacífico cuando debió interceder diplomáticamente con diferentes naciones para defender sus intereses territoriales obtenidos en la guerra, los cuales eran vistos como imperialistas en diferentes escenarios internacionales, a saber, Conferencias Panamericanas y la Sociedad de Naciones. Dicha connotación se mantuvo hasta el establecimiento definitivo de paz con el Perú con la firma del tratado de Lima de 1929.
  11. Las notas diplomáticas expuestas en la obra para el caso del Imperio Alemán fueron recopiladas del Archivo Político del Ministerio del Exterior de la República Federal Alemana bajo la denominación Amerika Generalia 1, 2, 3, 7, 9, 10 y Chile 1. Para un trabajo más organizado y para evitar la saturación del texto con la descripción de las notas diplomáticas junto al detalle de las páginas correspondientes, se utilizará la abreviación (APMERFA) y sus clasificaciones serán detalladas en la parte final de la investigación junto a toda la bibliografía utilizada.
  12. La monarquía española estableció, entre otras cosas, organizaciones político-institucionales en el continente americano. En el caso de Sudamérica se fundaron en el siglo XVI la Capitanía General de Chile (1541), Virreinato del Perú (1542) y la Real Audiencia de Charcas (1559) (Academia de Historia Militar de Chile, 2014, p. 12).
  13. Este error en la definición de límites de la constitución también ocurrió con la proyección chilena sobre la cordillera de los Andes que dio paso a la protesta de Argentina una década después bajo el gobierno del presidente Manuel Bulnes (1841-1851) con la edificación del Fuerte Bulnes en 1843. Este conflicto se solucionó, parcialmente, con el tratado de paz, amistad y comercio de 1856, el cual estipuló, entre otros aspectos, el respeto a la normativa jurídica Uti Possidetis Juris una vez culminado el proceso independentista. Véase Lacoste (2002).
  14. Los límites entre ambas administraciones políticas de la monarquía española fueron definidos en el siglo XVI al afirmar que la delimitación de la frontera entre el Virreinato del Perú con la Capitanía General de Chile era el “pueblo y cabo de Pasao hasta Sansay, que es lo último del despoblado de Atacama”. (Téllez y Silva, 2016, p. 165). Igualmente, los mismos autores reafirman esta posición con estudios recientes que la establecían específicamente en Antofagasta con el Cerro Moreno (Téllez y Silva, 2018, p. 174)
  15. Para un análisis detallado sobre las diferencias limítrofes entre Chile y Bolivia, véase Ríos (1963).
  16. La definición de este concepto se puede obtener a partir de lo planteado por el diplomático chileno Eduardo Jara Roncati, el cual afirma que el derecho a una legación “de acuerdo con los principios tradicionales del derecho internacional, tanto el establecimiento de relaciones diplomáticas como la apertura de misiones permanentes tiene lugar por consentimiento mutuo. Cada Estado independiente, tiene el derecho de enviar diplomáticos para defender sus intereses en otros Estados y, recíprocamente, la obligación de recibir este tipo de agentes. […] tal derecho es activo respecto del Estado acreditante y pasivo, cuando los agentes son recibidos” (Jara, 1989, p. 20).
  17. Fue un destacado diplomático germano, el cual es reconocido por su labor como encargado de negocios y embajador en diversos países sudamericanos a partir de 1853 hasta 1880. Bajo el contexto de la Guerra del Pacífico, era el representante europeo más longevo en el continente.
  18. Esta hipótesis incluso era sostenida por la diplomacia peruana a partir de lo planteado por la misión Lavalle, la cual validó parcialmente la tesis chilena sobre la necesidad de definir a través de un árbitro a qué Estado correspondía el dominio real de las tierras de los paralelos 23° y 24°. Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú. (1879, p. XII).
  19. Esto se desprende por lo informado por la legación peruana en Chile a su gobierno antes de la formalización de la guerra cuando el presidente Aníbal Pinto le exigió a José Antonio Lavalle que Lima expresara su neutralidad, el cual replicó que “[…] esa declaración de neutralidad del Perú que solicitaba, el Perú no debía, no podía, ni quería hacerla”, situación que no se condice por su interés como posible mediador. Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú. (1879, p. 73).
  20. La importancia de Rudolf Kjellén se debe a que realizó un estudio profundo de lo que serían las bases de la geopolítica alemana en el siglo XIX y XX, por lo que sus planteamientos son lo más cercano a la visión de los intereses representados por la legación alemana en Chile (Strausz-Hupé, 1945, p. 62).
  21. Situación provocada por la influencia de los Estados Unidos, el cual era contrario a que se restaurara el mercantilismo económico y autoritarismo político del orden colonial americano (Freeman, 1991, p. 74).
  22. Bajo la coyuntura independentista existió un gran interés en Sudamérica por adoptar un modelo monárquico, siendo el Imperio del Brasil el mejor ejemplo para ello. Véase Guilherme y López (2009).
  23. Una aproximación a lo planteado por Collier se puede obtener a través de la numismática con el análisis de las leyendas de las monedas nacionales. En el caso de Perú, su lema fue “Firme y Feliz por la Unión”, mientras que el de Bolivia “La Unión es la Fuerza”. Estos enunciados proyectados por la aristocracia de ambos países simbolizaron una felicidad en la unión territorial que no se condice con la inestabilidad política e institucional que mantuvieron desde sus inicios independientes y por gran parte del siglo XIX. Mientras que en Chile su consigna fue “Por la Razón o la Fuerza”, siendo este eslogan más pragmático a nivel interno y comparable con lo que sería el posterior “Ordem e Progresso” brasileño influenciado por el positivismo comtiano a fines de la centuria decimonónica bajo la premisa “el amor por principio y el orden por base; el progreso por fin”. Véase Lagarrigue (1905).
  24. Igual de interesante es la visión de Alberto Edwards sobre este punto, ya que a su criterio el régimen portaliano se afianzó en el país debido a que, en toda Hispanoamérica, Chile era el único Estado que mantuvo su espíritu monárquico al transmitirse en la cosmovisión chilena la idea de que el poder debía ser heredado, puesto que la calidad de estadista de los gobernantes iba en la sangre más que en sus ideales. Esto explicaría, en parte, que Chile sea uno de los pocos países americanos donde una cantidad no menor de sus presidentes está formada por hijos o sobrinos de presidentes (Barros Van Buren, 1990, pp. 334-335).
  25. Cabe destacar que la entrada del comercio internacional de América Latina se comprende entre los años 1850 a 1873 a consecuencia de la fiebre del oro ocurridas en California y Australia, lo que intensificó el intercambio comercial entre el Atlántico y el Pacífico (Marichal, 2014, p. 70).
  26. Valparaíso fue el puerto más importante de la costa del Pacífico tanto por sus condiciones geográficas como logísticas. Estas condiciones lograron posicionarlo como uno de los quince puertos más importantes del mundo debido a su actividad y productividad portuaria hasta que finalmente se vio desplazado con la inauguración del Canal de Panamá en 1916 (Durán, 2009, pp. 89-90).
  27. Esta área de las ciencias decimonónicas estuvo fuertemente influenciada por los franceses Hippolyte Taine y de Joseph Arthur de Gobineau, siendo este último un diplomático importante para París. Igual de influyente en la diplomacia fueron los estudios del intelectual inglés Charles Darwin sobre la teoría evolutiva que derivó, entre otras cosas, en la adopción del darwinismo social basada en la selección natural.
  28. Esto es profundizado por el mismo autor al considerar que una inmigración latina forzada lograría únicamente “bastardear” la población rural de Chile que tiene un origen teutónico, la cual sólo se debía reforzar con sangre germana (Palacios, 1918, pp. 59-61).
  29. Los planteamientos de Herbert Spencer influenciaron en la aristocracia americana para que estudiara las peculiaridades enfocadas en la sociedad que vivían dentro de un esquema universal a través de una mirada antropológica de la cual August Comte carecía, puesto que su propuesta consistía en el progreso racial del hombre blanco (Hale, 1991, p. 26).
  30. En Perú la filosofía positivista influyó fuertemente en lo relativo a las reformas educativas y administrativas una vez concluida la guerra con Chile, destacando las figuras de Mario Cornejo, Javier Prado y el educador Manuel Vicente Villarán. En Bolivia el contexto fue similar, pero con la intención de “reparar” a través del positivismo su educación y mentalidad “idealista” que a su criterio fueron las causas de su derrota, teniendo como referente intelectual a Agustín Azpiazu (Hale, 1991, pp. 84-85).
  31. Esta afirmación es similar a lo planteado por la prensa chilena cercana a la primera mitad del siglo XIX con la visión a futuro de lo que sería el país bajo el marco de una nueva celebración de la independencia nacional, afirmando que “[…] el porvenir nuestro, es el presente de Europa”. Editorial El Mercurio, 18 de septiembre de 1844 (Collier, 1991, p. 259).
  32. La llegada del ferrocarril significó un aporte importante en materia económica con la movilización de cargas y la reducción del tiempo de su traslado para las industrias. Sin embargo, también significó un instrumento y medio de difusión cultural en el siglo XIX en Europa y que sin duda se replicaría en Chile. Véase Figes (2020).
  33. Las obras ferroviarias en Perú se realizaron para el uso industrial a partir de 1840 para trasladar el guano extraído a los puertos para su exportación. Este recurso se mantendría en capitales peruanos hasta 1852 cuando la explotación guanera pasó a manos de los acreedores británicos y franceses por la deuda externa del Perú. Del mismo modo lo replicó Bolivia para fortalecer el sector minero en la extracción de plata en Potosí, pero no fue sino hasta la década de 1870 cuando logró reforzar e impulsar su sistema de líneas ferroviarias. Por último, Chile fue el país que tuvo mayor éxito en la integración de este medio de transporte a nivel público e industrial. A lo largo del siglo XIX, La Moneda unió cerca de un cuarto de su territorio con líneas de ferrocarriles con el trabajo de chilenos y de migrantes europeos (Aycart, 1998, pp. 84-85).
  34. Esta compañía fue fundada, en principio, con el apoyo del Estado chileno en 1835 al ingeniero inglés William Wheelwright a través de una concesión de diez años para establecer un servicio marítimo de navegación en todos los puertos del país. En 1840 cumplió su objetivo y se inauguró con dos barcos a vapor nombrados Chile y Perú (Tornero, 1872, p. 199).
  35. Así se lo hizo saber la Foreign Office al ejecutivo en Santiago, al referirse a la beligerancia contra Perú y Bolivia como “la irritación que el mundo comercial necesariamente siente frente a la continuidad de la guerra, por la cual los neutrales estaban sufriendo tan fuertemente” (Kiernan, 1957, p. 62).
  36. A grandes rasgos, esta acción se debió por la irresponsabilidad financiera del Perú desde sus orígenes republicanos que lo llevaron a endeudarse con la banca inglesa y francesa. Esta situación se volvió insostenible y en 1876 la deuda exterior peruana se dejó de pagar (Bonilla, 1991, pp. 215 y 237).
  37. Hasta el comienzo de la Guerra del Pacífico, los intereses europeos en América se enfocaban principalmente en la construcción de ferrocarriles, minería, manufacturas, bienes raíces, plantaciones y en instituciones bancarias, siendo la inversión británica la más importante (Freeman, 1991, p. 77).
  38. Esto se infiere por las consecuencias económicas que tuvo España por la guerra contra Chile, Perú, Bolivia y el Ecuador en 1866, puesto que el tráfico comercial español se vio visiblemente afectado, al punto de que una vez iniciada la Guerra del Pacífico las exportaciones españolas aún no se habían recuperado. (APMERFA, 1879, 12 julio).
  39. Gülich destacó la inteligencia del diplomático chileno en Londres y París, Alberto Blest Gana, por su columna publicada en el diario chileno El Ferrocarril, al referirse sobre la alta política americana por una intervención europea en el conflicto liderada por Alemania (APMERFA, 1879, 8 agosto).
  40. Sin embargo, y pese al interés de la diplomacia peruana y boliviana de integrar a la Argentina en el conflicto, el simple hecho de declararle la guerra a Chile no era posible en esas condiciones, ya que su “orgullo como potencia” no se lo permitía (Barros Van Buren, 1990, p. 363).
  41. Esta convención fue promulgada el 28 de junio de 1879 por el gobierno de Aníbal Pinto, describiendo lo siguiente: “[…] Considerando; que las estipulaciones del Convenio de Jinebra obedecen a elevados sentimientos de humanidad, dignos de ser acatados por toda nacion civilizada; Considerando que el Gobierno del Perú ha manifestado ya su adhesion a las estipulaciones del Convenio: Considerando: que la observancia por ámbos belijerantes de las humanitarias i jenerosas disposiciones que aquél consigna, contribuirá a suavizar los males inseparables de la lucha en que ambos paises se encuentran empeñados”. Consultado en https://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=400047 [Fecha de consulta: 29 de junio de 2020]. Sin embargo, afirmar convincentemente que el ejército chileno no recayó en el incumplimiento de esta convención, pese a no ser descrito estas acciones por los diplomáticos alemanes, es a nuestro criterio poco riguroso de afirmar o refutar con la documentación consultada.
  42. Un punto que destacaría años más tarde la legación alemana sobre la evolución cultural de Chile fue la secularización de las instituciones referentes al matrimonio y registro civil, puesto que estos trámites eran imposibles de sustituir para los alemanes no católicos residentes en territorio chileno (APMERFA, 1883, 3 junio).
  43. Esto también se puede comprender por la misiva enviada por la legación alemana a Berlín exponiendo detalladamente la influencia germana en la zona pretendida por Chile: “[…] Me permito referirme brevemente a los intereses alemanes en juego. Se trata de la provincia de Tarapacá, con el puerto de Iquique, cuya anexión pretende Chile. El muy importante negocio salitrero —tanto en la obtención como en la exportación— se encuentra casi exclusivamente en manos alemanas. Hay solo una firma inglesa, con una participación muy baja de capital; no hay capitales norteamericanos en juego. En el caso de que el capital norteamericano pagase las reparaciones de guerra a Chile, Perú tendría que ceder a cambio la obtención salitrera o por lo menos hipotecar a las aduanas de exportación y con ello, probablemente, en muy poco tiempo quedaría totalmente arruinado el floreciente negocio alemán del salitre”. Aquí se demuestra explícitamente una discusión sobre sus intereses de posguerra (APMERFA, 1881, 22 diciembre).
  44. Aventurarse a establecer las razones del rechazo germano a formar parte de un plan de intervención militar en el continente americano para poner fin a la guerra recae sin duda a lo acontecido diez años antes con la guerra franco-prusiana. La victoria del Reino de Prusia sobre el Segundo Imperio francés entre 1870 y 1871 significaron consecuencias políticas y económicas relevantes. A nivel político, se unificaron los diversos Estados alemanes que dieron origen al Imperio Alemán; mientras que, en Francia, a causa de la derrota, se puso fin a la segunda intentona imperial y se consagró la Tercera República que debió indemnizar a Berlín con una cuantiosa indemnización de doscientos millones de libras esterlinas que la historiografía establece como uno de los factores que causaron la crisis económica en 1873 (Marichal, 2010, pp. 45-46).
  45. Nos referimos en específico a la labor del diplomático en Francia y Londres, Alberto Blest Gana, el cual bajo el contexto de la entrega en puertos alemanes de dos buques de guerra —Sócrates y Diógenes— para la armada del Perú, detuvo su navegación rumbo a Sudamérica. Las redes de contacto contraídas por el plenipotenciario chileno en Europa fueron fundamentales, puesto que su amistad con el príncipe Hohenlohe, otrora embajador de Prusia en París, fue el nexo que hizo llegar al escritorio del Káiser Guillermo I las intenciones de Chile (Barros Van Buren, 1990, p. 410).
  46. Esta ayuda incluso provenía de lugares bastante remotos como lo era la colonia británica de Nueva Gales del Sur —actual Australia— con la figura del líder de la legación chilena Guillermo Eldred, el cual a través de un trabajo proactivo realizó contactos para servir cuando fuese necesario a los intereses chilenos con el envío de buques de guerra (Avilés, 2018, p. 458).
  47. La legación alemana informaba a Berlín que una de las acciones a consagrar en los territorios conquistados por Chile consistía en “[…] conservar la libertad económica en el ámbito de la industria del salitre”, lo que era una motivación adicional para el comercio germano (APMERFA, 1881, 31 diciembre).
  48. Del punto anterior se desprende uno de los fundamentos esenciales para el ministro plenipotenciario germano para apoyar la causa chilena, puesto que el orden financiero de Chile es el único factor que está en riesgo con una extensión de la guerra, a diferencia de Perú, que con una crisis financiera en el exterior años antes del conflicto no tenía nada que perder (APMERFA, 1880, 22 abril).