Introducción
El estudio busca dar evidencia de los modos y costumbres de la visita de los fieles peregrinos al santuario de San Sebastián, para ello se consultan fuentes como la crónica de el periódico El Sur, relatos de viajeros e informes de la gobernación del Departamento de Rere. Respecto del primero el artículo periodístico Apuntes de una peregrinación publicado en el diario El Sur el 20 de enero de 1904, se complementa con lo expuesto por el presbítero Raphael, que visitó el santuario en 1902 y del libro El Santuario de San Sebastián de Yumbel de Reinaldo Muñoz Olave, con estas tres fuentes (y otras complementarías) se alcanza una mejor perspectiva de cómo se vivía la religiosidad popular en el santuario yumbelino durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX.
El estudio se periodiza entre 1870 y 1910, periodo de gran explosión en el número de fieles que visitaban el santuario, se estima que principalmente por el impacto que generó la construcción del Ferrocarril del Sur, proyecto que se iniciara en 1869 y que permitiera la conexión con la zona central y la Frontera (zona sur). Gracias al desarrollo de esta tecnología, se generaría una verdadera revolución por la frecuencia y expansión del culto, generando que el número de peregrinos comenzará a multiplicarse, trayendo consigo mayores desafíos y oportunidades, pero también problemas y amenazas. Tras la aparición en 1920 del automóvil, se complementa con vehículos particulares el flujo de peregrinos.
Desarrollo
Crónica de una peregrinación en 1904
En el número 7.846 del diario El Sur, un periodista que utilizaba el seudónimo de Miau, escribe una crónica de su peregrinación a Yumbel efectuado en el mes de enero de 1904. Con el título de Apuntes de una peregrinación, el cronista da una interesante descripción de la ciudad y del culto que se realizaba en aquellos años. Consideramos, en ese sentido pertinente revisar dicha narración, contrastándola con otras fuentes y datos, para que de este modo podamos tener una mejor perspectiva de cómo se practicaba la devoción en aquellos años.
El narrador comienza:
“(…) Acaba de dejarme el tren ordinario que marcha a la frontera, en la pobre i desmantelada estacion de Yumbel. La nube de peregrinos que ha bajado junto conmigo se revuelve por aquí i por allí en el adén, orientándose para marchar en seguida a la ciudad. El sol caldea con fuerza la llanura de arena que nos rodea i un vientecillo del sudeste, cargado de remolinos de polvo que ciegan i atosigan, me hace pensar, desde luego, en las dificultades que va a ofrecer la peregrinación.
- ¿Hácia qué parte está el pueblo? Pregunto al conductor de la carretela en donde he tomado asiento.
- ¡Allí detrás de aquellos cerros! – me contesta, mostrando el horizonte con el palo de la huasca.
- ¿Mui lejos?
- ¡Ta cerquita, patrón! Vá ver su mercé, como llegamos en un suspiro. Empezamos a caminar al trote largo, bajo las inclemencias del tiempo, cada vez mayores, i las incomodidades incesantes que nos produce a los quince viajeros que veníamos adentro i los seis que ocupan el pescante, [soportando] los saltos mortales que da la carretela en los hoyos del camino.
El trayecto ofrece un espectáculo pintoresco, con la procesión insaciable de peregrinos de todos los sexos i edades que a pié, a caballo, i en carretas entoldadas caminan hacia la ciudad. A la brillante luz del sol lucen sus vivos colores las mantas campesinas; el azul i el lacre ondean en los vestidos i en los pañolones; sobre el soterrado de nuestros huasos blanquea la paja de los chupallas, i el copihue i el culén se enredan por encima de los boldos” (El Sur, 20/01/1904).
En esta primera parte del trayecto que toma nuestro cronista, hace una somera descripción del ambiente de peregrinaje, que comenzaría desde la salida de la Estación Yumbel, hacia la ciudad santuario. Un primer punto, que debemos tener en cuenta, es reconocer la importancia del ferrocarril como un elemento que permitió que la devoción aumentara en flujo, como también en el tiempo de traslado. Con el inicio de la construcción del Ferrocarril del Sur en 1869, se establecería el proceso de instalación de las líneas férreas uniendo los puntos de Talcahuano – San Rosendo – Chillán, de forma paralela (Marin, 1916, p.176). En el caso particular que nos compete, sería con la construcción de la estación del ferrocarril para la ciudad de Yumbel en 1873, la que sería en definitiva el hito que permitiría una mayor facilidad para el movimiento de los peregrinos. Desgraciadamente, nuestro cronista en 1904, nos da una escueta descripción de la estación, definiéndola solamente como “pobre i desmantelada”.
No obstante, revisando un memorial escrito por el director de Ferrocarriles del Estado Benjamín Vivanco, al ministro de Industria y Obras Públicas de 1891, notamos que hace una descripción de las necesidades de la reparación de tendidos telegráficos, rieles, la mantención o reparación de algunas estaciones del ferrocarril del país. Hace igualmente una descripción de las necesidades que presentaba el sistema ferroviario para la Provincia de Concepción1, específicamente de las estaciones de Buenuraqui, Cabrero, Yumbel, San Rosendo y Concepción mismo; haciendo mención que en la estación de San Rosendo: “no hai nada hecho. En esta última estacion es de gran necesidad de construir casas para el caminero mayor i los empleados de la estación” (Vivanco, 1891, p.30). Creemos que, por esta descripción, es plausible que el poblado de Estación Yumbel, para 1904, debió haber sido una muy modesta comarca, con un par de casas junto con la ya dicha estación de ferrocarril, y muy posiblemente algunas de estas casas, fueran propiedad de los funcionarios de dicha estación, en un muy claro estado de deterioro.
La presencia del tren dentro del itinerario de la peregrinación significó una mayor aceleración en los tiempos de las rutas que tomaban los peregrinos, al punto que comerciantes de Talca, Chillan o Concepción, podían llegar fácilmente a la ciudad santuario durante una jornada. Por ejemplo, en el Correo del Sur del 10 de enero de 1891, en su itinerario de los movimientos de los trenes programados para ese mes, se da mención que el tren expreso, cuya salida estaba programada los lunes, miércoles y viernes, siendo la estación de Talca el inicio de la ruta, iniciaba su trayecto a las 12:20 PM. Este era un tren nocturno que tomaba algunas estaciones, de las cuales una de ellas era la ciudad de Chillan que, según este itinerario, llegaba cerca de las 3:05 de la madrugada, posteriormente el tren pasaba por las estaciones de Bulnes, Itata, Cabrero y finalmente llegando a la Estación Yumbel a las 4:38 am, tras pasar esta localidad, el tren seguía su trayecto, hasta llegar finalmente al puerto de Talcahuano a las 7:05 de la mañana del mismo día. Por otra parte, el ordinario que hacía la ruta Talca – Talcahuano, comenzaba su salida en la ciudad de Talca a las 7:55 pm, a diferencia del anterior descrito, este tren tenía que pasar por varias pequeñas estaciones, como San Javier, Linares, Parral, San Carlos, etc. Este recorrido llegaba a la ciudad de Chillán a las 11:55; y pasaba por la estación de Yumbel a la 1:50 de la madrugada, finalmente llegaba a la estación de Talcahuano a las 5 de la mañana; es muy posible que este tren funcionara todos los días (El Correo del Sur, 10/01/1891).
Para la semana donde caía el 20 de enero, significada para la empresa de Ferrocarriles del Estado (que para aquella época eran los responsables del uso y mantenimiento del sistema ferroviario en el sur de Chile) un mayor ajetreo, pero también una muy buena oportunidad de negocios. En una nota del diario El Sur del 22 de enero de 1886, nos menciona:
“(…) El tren de pasajeros del norte [dirección a Talca] llegó ayer con media hora de atraso, a causa de la mucha cantidad de pasajeros que subió en la estación de Yumbel de vuelta de visitar a San Sebastián. Según hemos oído, la milagrosa imájen ha producido la modestia suma de quince mil pesos” (El Sur, 22/01/1886).
El desarrollo de la maquinaria de vapor y en específico de la revolución del ferrocarril, generó que un viaje de Talca a Yumbel, que antaño con trasporte animal (un caballo, por ejemplo) podría haber demorado entre dos a tres jornadas, si se iba ligero de carga, con el ferrocarril podría tardarse apenas 4 horas con 18 minutos si se iba en el expreso nocturno o unas 6 horas en el tren ordinario. Es evidente que, para Ferrocarriles del Estado, el culto de San Sebastián determinó un verdadero desafío en la logística, tomando en cuenta el gran número de peregrinos que iban y venían a la estación de Yumbel, ante la gran demanda de viajeros, Ferrocarriles del Sur, aumentaba en número de viajes al punto que según la descripción del presbítero Raphael, que en 1902 viajó a Yumbel relata:
“(…) pero la gran afluencia de peregrinos no se deja sentir sino desde la víspera del 20, día de la fiesta del Santo. Los trenes se hacían pocos para contener aquella multitud, que en alas de un espíritu de fe, (…) Ahora como en los años anteriores la empresa de los ferrocarriles se ha visto obligado a hacer servir los carros de carga para pasajeros, colocando en ellos bancas; y durante dos días, dos de los trenes de la frontera, que solo llegan hasta San Rosendo, han pasado a la estación de Yumbel repletos, a la ida y a la vuelta, de gente de la frontera que venía y volvía de la piadosa peregrinación” (Raphael, 1902, p.3).
Como se puede apreciar, las dificultades que presentaba para Ferrocarriles del Estado, la sobredemanda que generaba festividad de San Sebastián, era un fenómeno que se podía observar, prácticamente desde el momento que se habilitó la conexión férrea en el sur de Chile (Barra, 2013, p.46). Ante la creciente demanda, en parte posiblemente por la oportunidad económica que significaba, muchos yumbelinos comenzaron a prestar servicios de trasporte de sangre, como el carro que describe el cronista del Sur, carente de medidas de seguridad necesarias, en un camino que según la descripción era ante agreste.
“¿Cuántos son los devotos que visitan el Santuario de San Sebastián durante el año?”
Con esta pregunta se plantea el historiador eclesiástico Reinaldo Muñoz Olave en 1925, a pesar de ello, su respuesta es superflua:
“No es fácil respuesta, nos han contestado varios de los señores ex - párrocos y otras personas conocedoras, a quienes hemos interrogado sobre el particular. No hay modo de llevar estadística completa, ni aun aproximada, ni siquiera de los que concurren al día de la fiesta del Santo” (Muñoz, 2020, p.75).
La poca exactitud de los sacerdotes a la hora de proporcionar datos fidedignos del número de peregrinos es compleja hasta hoy en día, tomando en cuenta, que ahora existes medios tecnológicos más prácticos para poder hacer un conteo de personas más preciso.
No obstante, dos años antes del viaje de nuestro cronista del diario El Sur, un joven presbítero de nombre Raphael, hace un reportaje para la Revista Católica de ese entonces, con el título La peregrinación nacional de San Sebastián de Yumbel, en dicha crónica, Raphael narra desde su perspectiva, las costumbres y singularidades de la fiesta, del perfil de sus peregrinos y la manera como ellos valían su devoción al mártir romano. Es con Raphael, quien nos da una estimación del número de peregrinos que pudieron haber llegado en ese año de 1902:
(…) el número de 18.000 peregrinos, casi toda gente pobre, viniendo de todas distancias a depositar a los pies de la imagen venerada del Santo mandas, cuyo total asciende a muchos miles de pesos, muestra que aún no ha desaparecido la tradicional fe de nuestro pueblo” (Raphael, 1902, p.3).
Reinaldo Muñoz Olave, nos da otro interesante dato, durante las fiestas de San Sebastián del año 1909, se registraron en la Estación Yumbel entre 10 a 8 mil boletos de pasajeros (Muñoz, 2020, p. 77). Como en el apartado anterior notamos que el gran flujo de peregrinos que se movían desde distintas partes en dirección Yumbel, generaba para Ferrocarriles del Estado una gran demanda en el uso de los ferrocarriles, muy probablemente aumentaban sus flujos para poder suplir dicha demanda. Siguiendo en su peregrinación, el cronista de El Sur, sigue en su viaje en la carretela dirección a Yumbel, pasando por el río Claro, que en ese entonces no contaba con un puente.
(…) Es un ejercicio formidable, una homérica ola humana a la que marcha con nosotros, todo un rebaño de [personas] que viene, a veces de mui lejos, a cumplir año tras año las mandas de San Sebastián. Llegamos al rio Claro, pequeña cinta de plata que refresca estos arenales, i aquí hacemos el primer descanso. Los animales sedientos se lanzan al agua cristalina, en tanta que nuestros compañeros de viaje desenfundan de un canasto: fiambres i cerveza. Antes la negativa que hago de beber en el vaso nada salubre que han recorrido los demás con sus labios grasientos. A quien me advierte:
- Fijese de guata, ñor: hai que tomar nomas, porque si no el santo se enoja.
Los tres kilómetros que faltan para llegar a Yumbel, se me hacen insoportable. Al mal, a la tierra, al mal camino, une el grosero charrataneo que ha improvisado el vino dentro de la carretela, del cual necesariamente tengo que participar” (El Sur, 20/01/1904).
La descripción del camino que unía la Estación Yumbel con la ciudad santuario, junto a la primera descripción del perfil de sus fieles, nos da a entender el carácter pobre y campesino que tenía la fiesta religiosa de San Sebastián en esa época. Otro punto a recalcar es el gran número de peregrinos, que como relataba en 1902 Raphael, alcanzaba la no modesta cifra de 18.000 personas. Por su parte, Muñoz Olave, nos comenta lo siguiente:
“(…) Las visitas al Santuario tienen lugar principalmente en los meses de enero y febrero. Al mes de enero lo llama comúnmente el mes de San Sebastián, (…) Las mandas de ir a Sebastián entiende el pueblo pagarlas válidamente con tal que las cumplan dentro de un mes, sobre todo si alguna causa atendible no les permite ir el día de la fiesta: al día 31 de enero lo llaman “San Sebastián chico”. (…) Ya están perfectamente marcadas varias fechas en que concurren peregrinaciones numerosas, formadas por gremios o colectividades de personas que no pueden acudir el día del Santo: son ellos los mineros, los argentinos, los segadores y los vendimiadores” (Muñoz, 2020, p.75).
Para el caso particular de 1925, año cuando se publicó la primera edición de El Santuario de San Sebastián de Yumbel, su autor agrega:
“(…) La gran peregrinación, que ya dejamos descrita, es en los días 19, 20 y 21 de enero; esa pasó seguramente de veinticinco mil personas estos dos últimos dos años, como lo diremos pronto. Tres o cuatro días después acuden los argentinos, algunos años en número considerable. Estudiadamente se vienen después de pasadas las fiestas, con el fin de hacer su visita en mayor sosiego. Muchos de ellos exigen más comodidad y dan alguna cantidad de dinero por el mejor servicio que se les presenta. (…) En el mes de Abril, una vez terminadas las vendimias, llegan los peregrinos vendimiadores. La provincia de Concepción es esencialmente vinícola y para la recolección en sus viñas necesita auxilio de brazos de forasteros, tal como los trigueros del sur necesitan de segadores supernumerarios. Terminadas sus faenas, los vendimiadores forasteros, desde todos los puntos de las regiones circunvecinas, pasan a saldar cuentas con el Santito. Él los ha defendido en sus rudas labores y les ayudó con su protección mientras cumplían sus contratos; y ellos le muestran su agradecimiento honrándolo en su Santuario con una humilde visita y con variadas manifestaciones de piedad, y, muchos, con una limosna para el culto del Santo” (Muñoz, 2020, p.76).
Es difícil poder precisar, si para 1904 o antes, esta costumbre de visitar el santuario, en distintas fechas fuera aplicada, aunque lo más probable es que así lo fuera, ya que un punto importante del culto religioso de San Sebastián de Yumbel, era su composición campesina, y sabiendo que, para la fecha del 20 de enero, muchos de estos campesinos estaban trabajando en sus respectivas faenas agrícolas, es muy lógico que por ello no pudieran viajar a Yumbel para el día del Santo. Según lo expuesto por Muñoz Olave, que miles de vendimiadores tras terminar sus faenas fueran a dar gracias al Santo, durante los primeros días de abril, entregando sus respectivas ofrendas fuera posiblemente de hecho, uno de las de las fuentes de origen de la tradición del 20 de marzo, que se practica en la actualidad y que nacería a partir de la década de 1940 (Herlitz y Muñoz, 2019, p. 41).
Otro punto importante, que sale descrito en la narración del cronista de El Sur, es la presencia del alcoholismo dentro de la festividad, como se ve en su descripción, cosa que ya embarcados en la carretela los pasajeros quien acompañan al cronista, ya estaban en un claro estado de embriaguez. Esta temática muy interesante la abordaremos más adelante.
Una panorámica poblacional del Yumbel de 1904
Nuestro cronista, prosigue su viaje en la carretela y finalmente alcanza la zona sur de la ciudad:
“(…) Por fin, estamos a hondear el hermoso cerrito (repleto) de viñedos en que se recuesta la ciudad por el entente, i tras una jornada de media hora, aparece a mi vista las primeras casas de la población. La carretela se va deteniendo aquí i allá, para que desciéndan los viajeros i a mi turno, tócame bajar frente al portón del Gran Hotel que me ha indicado el cochero como el mejor de la localidad”.
“La maitre de la mansión recibirme entre risueña i desconfiada, al ver el corto equipaje que llevo, pero concluye por arreglarme en un cuartucho que ni celda de cárcel que la iguale. Quitado el polvo del camino, me lanzo a recorrer la ciudad” (El Sur, 20/01/1904).
Yumbel, para el censo de 1907, tenía como población 2.565 habitantes que vivían dentro de la ciudad2, repartidos tanto en el Pueblo Viejo (610 habitantes), como en el Pueblo Nuevo (1955 habitantes)3. En aquel tiempo la ciudad de Yumbel era la cabecera del Departamento de Rere, cuya extensión territorial incluían las actuales comunas de San Rosendo, Yumbel, Cabrero, Tucapel y una parte de Antuco.
A modo de sarcasmo, el cronista hace una referencia al aspecto carcelario que presentaba su habitación donde pasaría estos días en Yumbel, y si bien este comentario es más anecdótico, nos permitirá poder observar otro aspecto de esta festividad, que fue la problemática de alojamiento y alimentación que tenían los peregrinos. Si bien la festividad de San Sebastián de Yumbel se caracterizó por su precariedad y pobreza (si analizamos el punto de vista citadino de dónde provenía el cronista del El Sur), no es menos cierto que la parroquia dentro de sus limitaciones, disponía de medios y espacios para poder dar algún alivio a los agotados peregrinos que venían de muy lejos.
Durante el mes de enero de 1886 a instancias del padre Juan Baldomero Pradenas, se hacía inicio a la construcción de una Casa del Peregrino, que tenía como idea ser algún alberge que pudiera ser utilizado para la comodidad de los miles de fieles que visitaban la santa imagen; esta iniciativa igualmente, fue continuada por los padres Escolapios, quienes le remplazarían entre 1886 a 1890 (Cerro y Herlitz, 2019, p. 161).
“(…) La casa para peregrinos (…) principiará a prestar sus importantes servicios para que este destinada. Para ello ha habido que apurar los trabajos; y aunque no ha sido posible terminarlos completamente, sin embargo, las mujeres y niños encontraran alberge seguro, y todos los peregrinos pobres que lo soliciten, hallaran en ella comida durante los días 19, 20 y 21” (El Deber, 07/01/1886).
A partir de 1890, los padres Escolapios terminan sus funciones, siendo remplazado nuevamente por el padre Juan Baldomero Pradenas, en 1900 específicamente, Pradenas continua con la construcción de un inmueble, ubicada a continuación de la casa parroquial hacia el fondo, de 40 metros con doce de ancho, que dedicó a alojamiento de mujeres y unas grandes ramadas, que ofreció para alojamiento de hombres. Otra parte del extenso sitio parroquial lo convirtió en guardadora de carretas y de los caballos de la gente de campo (Cerro y Herlitz, 2019, p. 164). A este respeto, también Muñoz Olave hace mención de la obra de Pradenas:
(…) Ni las autoridades, ni las personas influyentes podían remediar una situación que, todo el mundo veía, no honraba a los yumbelinos y era una desesperante opresión de los pobres y de los débiles. El remedio lo ideó y lo aplicó la caridad: (...) Por supuesto que aquel servicio era absolutamente caritativo y no exigía por la retribución. No salieron fallidos los cálculos del párroco: el galpón y la ramada se vieron repletos de huéspedes desde el día de su estreno, y tuvo el cura la satisfacción de oír de boca de los beneficiados las manifestaciones de la más cordial gratitud (Muñoz, 2020, 154).
Tras retirarse de la parroquia en 1902, Pradenas es remplazado por Abraham Romero, quien siguió y extendió la obra que Pradenas iniciara en la década del ochenta del siglo XIX. Una característica importante de la hospedería, como lo llamaba Muñoz Olave, era que los peregrinos no pagaban nada, y entre sus servicios además de un humilde y precario alojamiento, también disponían de comedores (Fotografía 3) donde los peregrinos podían disponer de comida caliente dos veces al día (almuerzo y cena), todo esto costeados con las limosnas que los fieles dejan al Santo (Muñoz, 2020, 155).
Una plaza llena de vida y suciedad
Al igual que en la actualidad, el comercio ambulante fue una parte importante dentro de la festividad de San Sebastián, mezclándose la devoción, los relicarios y diversos recuerdos religiosos, con la venta pagana de diversos objetos, baratijas y dulces. Para la primera década de 1900, la festividad con su ruidosa feria (a diferencia de hoy en día), solamente se concentraba en la Plaza de Armas y sus contornos aledaños. El flujo de peregrinos, como veremos a continuación se dirigía precisamente al templo parroquial, no debemos olvidar, que para esa época aun no existía el Santuario (construido a partir de 1968, a instancias del Arzobispo Monseñor Manuel Sánchez) y donde en la actualidad se concentran todas las actividades religiosas (González, 2011, pp. 43-44).
El cronista del El Sur, prosigue en su paseo por Yumbel:
“(…) Yumbel se estiende de norte a sur en un terreno bajo circundado al este i sur este por el estero de Cambrales, apoyándose por el oeste en los históricos cerros del Centinela i de Quintana. Su plano es irregular, pudiendo decirse que, como en Rengo, no hai sino una sola i larga calle. Los edificios son antiguos, las calles i aceras no tienen pavimento, el alumbrado es triste i mortecino, el agua escasa i el aseo público no se conoce” (El Sur, 20/01/1904).
Yumbel en aquel entonces presenta una apariencia típica de los pueblos de la zona central, edificios generalmente de un piso, construida de adobe de larga longitud, por tratarse de la zona nueva que se construyó tras el terremoto de 1835, posiblemente la mayoría de las edificaciones circundantes a la plaza de armas fueran construida alrededor de la década de 1840 a 1850 (Herlitz y Muñoz, 2019, pp. 72-73). Una constante durante mucho tiempo fue la falta de un buen sistema de alcantarillado que, para los días de la fiesta, se volvían un verdadero problema que podría generar hasta una epidemia.
“(…) el elemento que se hacía más escaso es el agua. Las medidas que adopta el municipio para suministrar esta primera necesidad de la vida, son insuficientes, para estos no corresponde a satisfacer al grandioso número de peregrinos que alzan a este pueblo. He aquí por tanto otro manifiesto olvido que acusa al gobierno de los diputados de este país, de una falta absoluta de cumplir con un sagrado deber y una reconocida gratitud” (Raphael, 1904, p. 3).
A falta de una buena distribución de agua potable, que de por sí los habitantes de Yumbel tampoco disponían, se sumaba el hecho que durante los días de la fiesta el 19, 20 y 21 de enero, el número incesante de personas generaba un gran nivel de caos en los suministros de agua como también del ya muy pobre sistema higiénico de la ciudad, que en aquellos años era prácticamente inexistentes; un ejemplo lo podemos notar en enero de 1887, a raíz de que la epidemia de cólera había ya llegado a la Provincia de Aconcagua, las alertas en todo el país se habían encendido, Yumbel por obvias razones no fue la excepción:
“(…) como es sabido, el 20 del actual debe celebrarse en Yumbel esta fiesta, que trae todos los años a que la ciudad un número crecidísimo de visitantes. En las circunstancias actuales, en que se trata de mantener con todo el rigor posible las buenas condiciones hijiénicas de las distintas poblaciones, esa esa aglomeración de peregrinos seria altamente inconveniente. Suponiendo el caso desgraciado de que el cólera alcanzara a estas provincias, pueden calcularse los estragos que haría entre los visitantes de San Sebastián de Yumbel, jente en su mayor parte de esa cuyo hábitos de hijiene son escaso o nulos. Creemos, pues, indispensable que se suspendan o se posterguen las mencionadas fiestas hasta tanto la epidemia de colérico haya desaparecido del país” (El Sur, 20/01/1904).
Si bien el caso de la epidemia de cólera, lo podemos considerar un caso especial, ya que salvo este y la reciente epidemia de Covid-19, han sido las dos únicas veces que la festividad ha sido cancelada. Fuera de eso, entre los vecinos ya existía una gran preocupación por las constantes inconvenientes sanitarias que generaba el gran número de peregrinos en una ciudad que carecía de una infraestructura higiénica básica; pero desgraciadamente, para las autoridades yumbelinas de la época, la verdadera amenaza ocurría al caer la noche donde la fiesta, el desenfreno y el alcoholismo se apoderaban de la ciudad.
Prosigamos con la descripción del cronista de El Sur, del centro de la ciudad y el mercado feriante que había alrededor de la plaza de Armas:
“(…) Ordinariamente su población de cinco mil habitantes hace durante el año vida opaca i retirada; pero asi que llega Enero, todo cambia completo. En el momento de mi visita se nota en las calles una animación de día de fiesta con la afluencia enorme de los peregrinos i del comercio ambulante que viene expreso de Concepción, de Talca i de Chillan. En la plaza de Armas ha comenzado a instalarse una feria de artículos de consumo, de baratijas i del santo, a las cuales se agregan, al caer la noche, puestos de frutas i licores. Frente a la plaza, en el costado poniente levanta sus muros blanquecinos i su humilde campanario de madera, la iglesia parroquial” (El Sur, 20/01/1904).
A diferencia de la actualidad, donde los puestos comerciales se expanden a lo largo de las 4 calles principales de la ciudad, alcanzando algunas una longitud de cerca de un kilómetro, el comercio ambulante en aquellos años se concentraba alrededor de la plaza de armas, caracterizándose por el surtido de su mercadería.
“(…) La plaza de armas principalmente es sus avenidas al lado oriente, se halla convertido en un vasto i surtido almacén, formado por más de doscientos comerciantes ambulantes que han instalado allí sus pequeñas tiendas, en donde puede encontrarse todo cuanto se quiere, desde el juguete mas insignificante hasta los artículos de valor” (El Deber, 20/01/1886).
Como se puede ver, ya desde antes de la segunda mitad del siglo XIX, el comercio ambulante estaba muy relacionado a la fiesta religiosa, se ubicaba específicamente en y alrededor de la plaza de armas. Caracterizado por una mercadería diversa, como hoy en día, su comercio se enfoca a un público más correspondiente a la cultura campesina y, si bien esta natural práctica económica y social muchas veces bien alejada al origen religioso del evento, ha estado presente a lo largo de la historia en cada lugar donde se concentre un gran grupo humano a rendir culto, sea este por conocimiento, como el caso del antiguo culto al Oráculo de Delfos o una peregrinación a lo largo de las montañas del norte de España, como es el caso del Camino de Santiago (Molina, 1999, pp. 124-125).
Otro elemento a destacar a nuestro análisis es la descripción que da el cronista de El Sur al templo parroquial, donde da mención que para 1904, esta contaba con una “humilde campanario de madera”. Si bien, la edificación data de 1859, en ninguna fuente hace alusión a su torre campanario. Igualmente, muchos han confundido ciertas fotografías donde aparece el templo con su torre campanario, muy conocida por la comunidad, pero en dichas fotografías se las data erróneamente de 1910, siendo que, según Mario Rocha, dicha torre sería construida a partir de 1916 (Fotografía 4) (La Prensa, 20/01/1990). Solamente existe en la actualidad una fotografía que de momento se tiene el consenso que data de 1910, sacada de una serie de fotografías por un peregrino que visitó el santuario durante el 20 de enero de 1910; en dicha imagen (Fotografía 5) podemos observar que, a diferencia de la anterior, la parroquia carece aparentemente de una torre. Si nos apoyamos en la descripción dada en 1904 del cronista de El Sur; muy posiblemente el campanario debió haber sido una modesta torre de madera, no muy alta, ubicada posiblemente al costado oriente del templo junto a uno de los patios interiores del colegio San Sebastián. Es difícil precisar el año exacto de la fotografía 4, por carecer de una fecha que nos de la exactitud del día y año de su captura. Afortunadamente, contamos con otra fotografía, que el consenso general data dentro de la década de 1930 (Fotografía 6), si observamos podremos ver que su fachada es totalmente distinta a la fachada frontal del templo vista en los dos casos mostrados anteriormente. Esto nos da prueba suficiente que la fotografía 5 seria entre 1916, año que se construyó la torre del campanario (si nos basamos en el relato de Mario Rocha) y la remodelación que sufre la fachada durante los primeros años de la década de 1930 (aunque muy bien puede haber ocurrido a finales de la década del 20 también). Tanto las fotografías 4 como la 5 responden a un estilo arquitectónico del neobarroco, especialmente en el frontón o tímpano del templo, que responde a ese estilo arquitectónico. Por su parte, en la fotografía 6, que corresponde a la fachada del templo en los años 30, su estilo arquitectónico es una mezcla del neobarroco con elementos del neoclásico, pero con una clara predominancia del primero.
Fotografía 4: Fachada de la parroquia sacada después de 1916. | |
Las Flechas de San Sebastián
En esta parte del relato el cronista hace una descripción del interior de la parroquia y como los devotos hacían culto a la sagrada imagen; nos gustaría que prestaran atención a la descripción que el cronista da a la escultura del santo; dicho esto, prosigamos con el relato:
“(…) Las puertas de las tres naves, están abiertas i aunque hoy sólo en la víspera de la gran festividad, el flujo de peregrinos que entra i sale del santuario es enorme. Mezclados con ellos penetro al interior, al cabo de algunos instantes la corriente de hombres i mujeres que se revuelve i codea en todas direcciones, logra clarear un poco en la nave derecha i me deja libre el paso para llegar al altar del Santo patrono.
Allí, abajo arcos de gasa, de flores i de luces, deslumbrante de adornos, aparece San Sebastián en el momento de su atroz martirio, atado al árbol del dolor, con los ojos fijos en el cielo y las tres flechas clavadas en el cuerpo.
La multitud humanas se arrodilla, murmura un breve de rezo de [salvación] al milagroso patrono i desfila enseguida frente al altar, desvanecida con el aroma del momento, el brillo de los candelabros encendidos i las ardorosas exaltaciones de la fe. Afuera, cuando salgo, ya no parpadea el sol en los tejados; el crepúsculo Vespertino l invade todo, i se siente ya sonar la guitarra en las ventanas. El trémulo chisporrotear de las sartenes nos llega también a los oídos. Los gritos destemplados de una cantora rompen el aire con la célebre zamacueca, i de aquí a una hora todo este mundo de peregrinos estará bañados ruidosamente su alegría bajo las estrellas” (El Sur, 20/01/1904).
En el primer párrafo podemos apreciar la ingente cantidad de devotos que asistían a esa tarde el día 19 de enero de 1904, si bien desde el momento de su construcción en 1859, el templo fue pensado para dar cabida a la gran cantidad de fieles que visitaban al año la ciudad santuario, y en especial en el día de San Sebastián, ya a inicios de la primera década de 1900 podemos notar que su capacidad ya estaba desbordada para esa fecha e inclusive para el día anterior, como muy bien describe nuestro cronista. En aquellos años la imagen no se ubicaba en la nave central, que es la más grande de las tres, sino en la nave oriental (donde actualmente se encuentra una imagen del Sagrado Corazón), como se puede percibir en la fotografía 7. Dicho altar de madera estaba rodeado por una reja metálica, que posiblemente fuera una respuesta al intento de sacrilegio que sufrió en febrero de 1878, y que fue muy bien descrito por Muñoz Olave en su libro (Muñoz, 2020, p. 69).
En la descripción de la imagen que hace el cronista en 1904, igualmente menciona un detalle que muy bien se puede pasar por alto, y es el hecho que la sagrada imagen tenía en ese momento 3 flechas; en la actualidad la imagen dispone de 5 flechas, como es descrito en la introducción que hace Renée Salazar Ortega en la reedición de El Santuario de San Sebastián de Yumbel, publicado en el 2020. En dicha introducción, Salazar nos entrega una interesante descripción de la imagen de hoy en día:
“(…) figura masculina de pie dispuesta sobre un trozo de madera (columna vertical) haciendo alusión a un tronco de un árbol sobre una base de madera. Las extremidades superiores están dispuestas de manera contraria una de la otra, la derecha abajo y la izquierda arriba. Posee cinco flechas de bronce: una en el muslo derecho [recordar que lo describe desde el punto de vista del observador], dos en el torso, específicamente en el pecho y en el costado derecho abajo, otra en el brazo derecho en la parte superior, y por último una en el antebrazo cercana al codo izquierdo (…) la figura mide 70 cms. de alto” (Muñoz, 2020, p. 48).
El cuestionamiento que deberíamos hacernos es el siguiente: ¿Por qué en 1904 la imagen que es descrita por el cronista tenía tres flechas y en la actualidad son cinco? Si bien no disponemos de todo el material para poder determinar las razones que expliquen el por qué durante esa época la imagen solamente utilizó tres flechas, tenemos una hipótesis: al revisar diferentes imágenes pictóricas referentes al Santo, algunas de ellas datadas entre 1920 a 1950; podemos notar que, a diferencia de la actualidad, la imagen religiosa en aquella época disponía de una especie de vestido o taparrabo ornamentado, conocido como mandil, donde los fieles en su devoción colocaban en la cintura de la imagen. Esta práctica muy vinculada a la tradición colonial de vestir con finas ropas a los santos pudo haberse originado durante la segunda mitad del siglo XIX o un poco antes, desgraciadamente no disponemos de descripciones de esta naturaleza antes de 1900. A pesar de ello, y como comprobaremos más adelante, este relato de 1904 se podría considerar, como el indicio más antiguo hasta la fecha donde se demuestra la existencia de esta tradición hoy ya desaparecida.
Si observamos la fotografía 8, que es una ilustración que aparecía en el interior del libro de Reinaldo Muñoz Olave, en su segunda edición publicada en 1927, podremos ver que la imagen representada solo dispone de tres flechas. Si bien en la iconografía cristiana y, en el caso específico de San Sebastián, las flechas hacen referencia al sufrimiento de Cristo. En algunos casos estas poseen sólo tres flechas, lo que permite hacer la similitud con los tres clavos martiriales que llevaba Cristo (Muñoz, 2020, p. 50). A pesar de ello, y con esta explicación iconográfica, creemos que la razón de las flechas de San Sebastián fueron otras y más relacionado con la estética; si vemos la fotografía 10, donde se aprecia a una niña arriba de una silla y a su espaldas un lienzo con la imagen de San Sebastián de Yumbel; en los dos caso (fotografías 8 y 10), ambas presentan las siguientes similitudes: 1) el número y orden de posición de las flechas y 2) que ambos utilizaban un diseño de mandil que cubría el bajo vientre hasta las rodillas, que a su vez este termina envolviendo el árbol (que de por si esta adherido a la imagen del Santo), esto siempre a la altura del vientre. Esto igualmente lo podemos ver en la fotografía del altar sacada antes del terremoto e 1939 (fotografía 7), si se observa la imagen del santo, está cubierto su parte baja con un mandil de color claro (posiblemente blanco), desgraciadamente por la calidad de la imagen, no se pueden percibir la posición de las flechas, pero al conocer que estas son removibles, la imagen nos ayuda a comprobar, que durante este periodo, a razón del mandil, tanto la flecha del muslo izquierdo, como la flecha en el bajo vientre a la izquierda de la misma, fueran retiradas de forma permanente, para dejar espacio al mandil, como se puede percibir en los tres ejemplos ya descritos (fotografías 7, 8 y 10). De esta forma podemos dar alguna respuesta a este cuestionamiento de las tres flechas.
20 de enero: el día del Santo
El 20 de enero amanece en Yumbel, en ese año de 1904, nuestro cronista hace una descripción del clima seco de esa mañana y como los vecinos de la ciudad decoran y embellecen la plaza con elementos patrios que recuerdan las fiestas de septiembre:
“(…) La ciudad ha despertado vestida de gala, empavosados los edificios con el tricolor nacional, como los días de septiembre. El comercio ha abierto sus puertas mui temprano, los baratillos ambulantes, las ventas i los puestos se ven invadidos por una circulación mas grande que la de ayer, al cabe”.
“Sopla del sudeste, es mismo vientecillo incómodo de todos los días, levantado torbellinos de polvo; pero en cambio, brilla el sol en el amplio azul del claro cielo. A las 10, la campana de la iglesia llama a misa a los rehacios, entretenidos hasta ese momento en curiosear por la plaza. En las tres naves la concurrencia desborda, llena la arena i se estiende hasta el centro de la calle”.
“Cuéstame un trabajo enorme atravesar esa compacta muralla humana, pero al fin [el] paso entre pellizcos i pisotones, logrando quedar a pocos metros del púlpito. La nave central la ocupa las mujeres; los hombres están a la derecha i a la izquierda” (El Sur, 20/01/1904).
En esta parte del relato podemos observar cómo los fieles hacen ingreso al templo en una gran cantidad, al punto que el cronista comenta que para poder llegar a una buena posición (el pulpito), tiene que entrar a base de “empujones y pellizcos”, dando una idea del gran número de peregrinos que trataban de entrar a el templo. Siguiendo el relato, el cronista describe la solemnidad de la misa, el pago de las mandas y finalmente la procesión del santo alrededor de la plaza de armas de la ciudad:
“Un rumor constante de toses, de exclamaciones ahogadas, de gritos fervorosos en que prorrumpen las devotas, interumpie el silencioso recogimiento de la misa. Un orador sagrado sube al púlpito i esplica la historia de San Sebastian, su vida i su martirio. La jente escucha extasiada los detalles de la cruenta odisea que llevó en la tierra el santo patrono, i una vez concluida la misa, empieza la parte mas interesante de esta memorable peregrinación: el pago de las mandas. Primero son los de la nave derecha – en donde está el altar del santo después se vienen los demás.
A distancia de veinte pasos del altar se ven las alcancías. Los peregrinos llegan en tropel, depositan su dinero i se retiran. Otros i otros i otros, en procesión interminable, suceden a los primeros, i todos van i vienen con los rostros satisfechos como quien acaba de ejecutar una gran obra”.
- Este peso es por mi – dice uno en voz alta- esto otro por mi compaire, Pedro.
- Padre mio, San Sebastián, que me aliviaste a mi hijita, aquí te la traigo mi manda, se oye decir a otro.
- San Sebastián bendito, me salvaste del rio
- San Sebastián mártir, a ti te debo la vida.
- San Sebastián, San Sebastián, San Sebastián.
[pasada] seis horas continuas resuena el nombre del glorioso patrono bajo las bóvedas del templo, envuelto en el amor de la fe agradecida, alzado como bandera de redención i de justicia, adorado como panacea universal de los sufrimientos humanos.
Cerca de nosotros para una mujer con los brazos en cruz, arrodillada en la carne viva, sosteniendo en cada mano dos velas encendidas. Mas allá un mocetón robusto avanza desde la calle sangrándole las rodillas desnudas, desplazándose en la dureza del pavimento. Son los exaltados de la fe, aquellos que formularon así su voto i que así lo quieren conseguir” (El Sur, 20/01/1904).
Tenemos que recordar que la misa en este periodo seguía el procedimiento existente antes del Concilio Vaticano II, por ende se decían en latín y los sacerdotes de espalda a los fieles mirando el altar; una de las pocas veces, que los curas hablaba en lengua vulgar era cuando uno de los sacerdotes subía al pulpito y daba un discurso, como en el caso ya descrito por el cronista4. Otro punto importante en este rito es el proceso de la paga de la manda, que en la tradición consistía principalmente en la paga en dinero, pero en algunas ocasiones incluía el pago de especias u objetos de valor, y quizás para algunos repudiados, el pago de manda a través del sufrimiento físico, como el que se describió en el último párrafo de la cita. En 1902, Raphael nos menciona lo siguiente:
“(…) más de cien personas atravesaron descalzos todo aquel trayecto de dos largas leguas, pues, según decían, la manda era así. Había hombres, niños y hasta débiles ancianas que venían de a pie de distancias, de, 15, 20, 30 y hasta más leguas. Una mujer de cerca de ochenta años, acompañada de su hijo mayor y un niño de diez años, venía a pie desde uno de los departamentos de Concepción, recorriendo así una distancia de muchas leguas, para lo cual había demorado 15 días” (Raphael, 1902, p. 3).
A su respecto Víctor de la Barra, en sus tesis de pregrado, nos comenta lo siguiente:
“(…) Dentro de los sacrificios físicos que se han generado (…) se puede encontrar: largas caminatas de rincones extensamente alejados de la ciudad santuario (…); caminar descalzo por caminos en malas condiciones; avanzar arrodillados largas cuadras hasta llegar al lugar de adoración a la imagen de su santo patrono, destruyendo por completo sus rodillas y piernas; quemar cirios en sus manos en señal de sacrificio” (Barra, 2013, p. 100).
Estas muestras más cuestionables de devoción y fe, si bien algunas se han mantenido puras a través del tiempo, se han visto modificadas o simplemente han desaparecido, a su vez durante el devenir del siglo XX se verían otras nuevas, como la tradición de las mujeres de vestir los colores de San Sebastián (traje rojo con solapa amarilla) que hasta en la actualidad aún se puede observar en algunas devotas.
La procesión de la imagen
En esta parte final del rito, los asistentes y la ciudad en general se preparan para dar cumplimiento a la procesión de la sagrada imagen, que consistía en llevar la imagen alrededor de la plaza de armas y posiblemente algunas calles aledañas.
“(…) A las cuatro el santo sale en procesion a la calle, radiante, excelso sobre andas corona las de flores, acompañado del emprendido cortejo de toda la peregrinación. Delante van los sacerdotes i los niños entonando canticos sagrados; unas altas las mujeres i los hombres, felices de mostrar a la ciudad su milagroso patrono. Las damas yumbelinas, despojadas del manto, llenan la plaza.
Las autoridades del pueblo i los hacendados de los fundos vecinos también están allí con sus familias. El ruido mundano de la alegría ha cesado en todas partes; ya no se oyen las guitarras ni el parloteo infernal de los vendedores, ni las disputas en las ventas, ni el incesante tropel de los caballos. La jente que no va en la procesión ha formado filas para verla pasar, i frente a ellos atraviesa San Sebastián, glorioso como un conquistador. Son las seis de la tarde, cuando termina la ceremonia religiosa” (El Sur, 20/01/1904).
Es interesante poder percibir (según el punto de vista del cronista) el nivel de solemnidad que significaba para los yumbelinos de aquel entonces, el momento de la procesión de la sagrada imagen, al punto que las autoridades de la ciudad y connotados vecinos asistían solemnes al evento. A pesar de ello, y como veremos a continuación, otro aspecto intrínseco en esta festividad era lo que ocurría al caer la noche.
Donde converge lo divino con lo profano
“(…) El movimiento de las fiestas profanas, detenido un instante, vuelve a retomar con mayor fuerza i [como hasta la medianoche] Yumbel [se convierte] en un campo de batalla tremenda en el cual no sería prudente aventurarse. El rebaño de Cristo, de morros, de humildes, para quienes el gran predicador galileo describiera el reino de los cielos, toda esa falanje devota i superticiosa de momentos antes, rueda por los suelos ebria, provocadora y sanguinaria. Un vaho de cazuela y de mosto se siente en todas partes.
(…) El aire está lleno de gritos, de aullidos, de imprecaciones. En el trayecto que recorrió la procesión los hombres se golpean, se desangran. A la sombra del templo las parejas de enamorados se acarician i [sic]. Allá arriba en la casa del cura, cuentan, amontonan i fijan la plata de las alcancías.
La noche estrellada tiene una quietud solemne, majestuosa de los campos vecinos llegan emanaciones perfumadas de romerillos i maizales, a lo léjos suena el [río] Claro, i la mancha negra de la cordillera destacase en el oriente como un inmenso promontorio” (El Sur, 20/01/1904).
De esta forma el cronista da término a su descripción, a pesar de ello, hemos decidido detenernos en esta parte para poder dar análisis a un fenómeno que estuvo muy relacionado con la festividad, que no fue otra cosa que las “chinganas” que se formaban alrededor del templo-santuario. Como hemos dicho anteriormente, uno de las preocupaciones de las autoridades era el orden público, además debemos recalcar que, a diferencia de la actualidad, para 1904 no existía ley seca, por ende, la embriaguez campaba a sus anchas en un país cuyo máximo problema social era el alcoholismo, y esto no era para nada ajeno al mundo campesino (Herrera, 2008, pp. 72 – 74).
Otro constante problema que presentaba la gobernación departamental de Rere era la falta suficiente de un completo cuerpo policial que diera abasto a la necesidad de seguridad en un territorio que era de por sí basto.
“(…) Por los antecedentes que orijinales acompaño, se impondrá V.S. de la urjente necesidad que existe para recabar del Supremo Gobierno un auxilio de dos mil pesos para atender al Servicio de policía rural en este estenso departamento, que es hoy teatro de frecuentes depredaciones de los bandidos. Ruego a V.S. se sirva elevar esta representación al Supremo Gobierno a fin de que, si lo tiene a bien, se sirva decretar el auxilio de mi referencia” (AHN: Fondo intendencia de Concepción, vol. 814, nº 2, Yumbel, 03/01/1891).
Para los días de la fiesta del Santo se volvía imperativo el poder suplir con un número suficientes de guardias y policías; siendo común las misivas entre la gobernación departamental de Rere solicitando ayuda y cobertura a la intendencia de Concepción.
“(…) con motivo de las fiestas de San Sebastián, llega a esta ciudad un sin número de jentes de toda clase, i como la policía está reducida para guardar el orden, ruego a V.S. se sirva enviarme fuerza armada para que preste sus servicios desde luego en esta localidad” (AHN: Fondo intendencia de Concepción, Gobierno Eclesiástico, vol. 771, nº6, Yumbel, 14/01/1889).
No es de extrañar que una festividad religiosa que tenía la característica de atraer hasta cerca de 20 mil almas en una ciudad pequeña, que para la primera década del siglo XX apenas superaba las 2500 personas, generaría diversos problemas, desde los higiénicos (descrito en páginas anteriores) hasta los de carácter delictual. La presencia de ladrones, llamados coloquialmente en esa época como “pungas”, hacía sus anchas en una feligresía bastante confiada e incauta. Como podemos notar en la cita anterior, la necesidad de disponer de fuerzas policiales suficientes es de larga data, existiendo notas de dichas solicitudes desde la década 1860 (Herlitz y Muñoz, 2019, pp. 42-43).
Otro factor de problema, además del ya descrito con respecto a los ladrones, fue igualmente el alcoholismo, muy presente en la sociedad campesina de aquellos años. Desgraciadamente, tanto Muñoz Olave como Raphael no dan prácticamente detalles al respecto, siendo que el cronista de El Sur, sería una de las pocas fuentes “in situ”, que nos da una idea de cómo pudo haber sido ese ambiente nocturno del 19 y 20 de enero de 1904. Imaginamos que por el ambiente festivo que existía dentro de la ciudad; por la decoración que la población hacia a la ciudad, para un observador actual muy probablemente le recordaría a los acontecimientos que suelen ocurrir durante las fiestas patrias del mes de septiembre.
Conclusiones
La importancia de la valoración del patrimonio tanto material, traducido en todos los elementos arquitectónicos y pictóricos, como de la herencia cultural, traducido en la cosmología simbólica que existe alrededor de la festividad de San Sebastián, significa en resumen la base de una de las identidades que representa a los yumbelinos, sin importar si estos sean o no creyentes de la religión católica.
La intención de este trabajo es acercarnos a ese parámetro, además de desarrollar una base en el estudio más sistemático de este fenómeno religioso y cultural desde una mirada más amplia de las ciencias sociales; por ejemplo, en el estudio de la problemática de seguridad pública y salubridad, que como hemos visto durante el periodo 1870 a 1910 son una fuente muy interesante para el estudio de la historia social.
El estudio de la religiosidad popular (en su variante de festividad religiosa) en su relación muchas veces en conflicto con el alcoholismo y la prostitución (este último no mencionado en el relato, pero que fue existente en la festividad durante muchos años), son temáticas que se pueden estudiar en relación a la transformación que sufre la identidad religiosa-campesina propia a principios del siglo XX a una más citadina y agraria, como se ve en la actualidad.
El estudio enmarca una base para el análisis de esta importante festividad religiosa desde un punto de vista de la historia social y cultural, incentivando a que futuros investigadores puedan indagar y profundizar en este tema.
Referencias
Fuentes
Censo de la República de Chile (1907) Imprenta y litografía Universo.
Archivo Histórico Nacional, Fondo intendencia de Concepción, volumen 814.
Archivo Histórico Nacional, Fondo intendencia de Concepción, Gobiernos Eclesiásticos, volumen 771.
Periódicos
Diario El Sur. Concepción (1886 – 1904).
Correo del Sur. Concepción (1891).
El Deber. Yumbel (1886).
La Prensa, Yumbel (1990).
Bibliografía
Barra, Víctor de la (2013) Un soldado de Dios, religiosidad popular en Yumbel, Tesis para optar al grado de Licenciado en historia, Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción, Chile.
Gonzáles Opazo, Ruth Angélica (2011) Aproximación a una “guerra Santa” la dinámica de un conflicto en el Santuario de San Sebastián de Yumbel, 1999, Tesis para optar al título de Profesor de Educación Media en Historia y Geografía. Universidad del Bío-Bío, Chillán, Chile.
Herrera, Patricio (2008) “Trabajar para beber o beber para trabajar’. Campesinado, alcohol y relaciones socio-laborales en Chile. 1867 – 1910”, En: Alcohol y Trabajo. El alcohol y la formación de las identidades laborales Chile siglo XIX y XX, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, Chile.
Herlitz, Hellmuth y Muñoz, Francisco (2019) Yumbel en el siglo XIX: Construcción de un paisaje histórico, Ediciones del Archivo Histórico de Concepción, Concepción, Chile.
Marín Vicuña, Santiago (1916) Los ferrocarriles de Chile, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile.
Molina, Ángel Luis (1999) Viajeros y caminos medievales, Cuadernos de Turismo 4, pp. 111-126.
Muñoz Olave, Reinaldo (reedición) (2020) El Santuario de San Sebastián de Yumbel, Ediciones Archivo Histórico de Concepción, Concepción, Chile.
Raphael (1902) La peregrinación nacional de San Sebastián de Yumbel, Revista Católica, Santiago de Chile, 15 de febrero.
Vivanco, Benjamín (1891) Memoria presentada al señor Ministro de Industria y obras Públicas por el Director Jeneral de los Ferrocarriles del Estado, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile.
- ←Debemos recordar que, en aquella época, la división administrativa era diferente, siendo que la provincia, tenía una equivalencia similar a la actual región, la provincia de Concepción conformaba los departamentos de Concepción, Lautaro [Coronel – Lota], Puchacai [Florida] y el de Rere [departamento que incluye las actuales comunas de Yumbel, Cabrero, San Rosendo, Tucapel y una parte de la comuna de Antuco]. N de A.
- ←Censo de la República de Chile, 1907, pág. 885.
- ←Al referirse por pueblo viejo, hace alusión a lo que hoy se conoce como la plaza del fundador (ubicado a unos 700 metros al sur de la actual Plaza de Armas de la ciudad), originalmente ahí se ubicaba la plaza fuerte de la ciudad, desde el siglo XVIII y que, tras el terremoto del 20 de febrero de 1835, las autoridades locales decidieron trasladar la plaza a su posición actual, donde se le conocía en 1907 como “Pueblo Nuevo”. N de A.
- ←Otro punto importante a recalcar, es la determinación de la antigüedad del pulpito que aún se encuentra en el templo parroquial de Yumbel y que, siguiendo este relato, da fuerza para apoyar la tesis que fuera construido posiblemente durante la última década del siglo XIX; es importante igualmente recalcar la importancia y preocupación de la preservación de dicha estructura, que ha logrado la no menos hazaña de sobrevivir a tres 3 terremotos: 1939, 1960 y 2010. N de A.