Relaciones en cuanto a la experimentación humana en Alemania y Japón durante la II Guerra Mundial

Relations regarding human experimentation in Germany and Japan during World War II

Introducción

La experimentación con seres humanos es un tema delicado que requiere un marco ético riguroso para garantizar las mejores prácticas. Los códigos éticos y las normativas legales, como el Código de Nüremberg (1947) y la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial (1964), resumen los principios éticos en investigación sobre seres humanos. La experimentación, método común de las ciencias experimentales y las tecnologías, consiste en el estudio de un fenómeno, reproducido en las condiciones particulares de estudio que interesan, generalmente en un laboratorio, eliminando o introduciendo aquellas variables que puedan influir en él. Los hechos son objetivos, pero al momento de redactarse, parten desde una perspectiva, la cual puede encontrarse sujeta a juicios de valor posteriores aplicados al contexto de la época.

Aunque no exista una intención de subjetividad, los hechos son interpretados y planteados desde el punto de vista del autor, el cual, inmerso en una cultura y contexto determinados, pasa desapercibida. La experimentación con humanos sólo puede ser aceptable si se garantiza que los potenciales beneficios superan a los riesgos y se protege frente al daño a terceros. Si bien están claramente caracterizados los seres humanos especialmente vulnerables a la experimentación, por título biológico o jurídico –como son los embriones, fetos, niños, mujeres gestantes, ancianos, deficientes mentales, pacientes terminales, personas internadas en instituciones penitenciarias o benéficas, pobres, minorías étnicas o sexuales—, la experimentación humana fue un hecho constatable durante la Segunda Guerra Mundial.

El presente ensayo tiene como objetivo analizar las prácticas de experimentación humana en Alemania y Japón, comparando y contrastando sus métodos y objetivos, En este sentido, se examina el impacto que la situación posterior a la Primera Guerra Mundial tuvo en la experimentación humana durante la Segunda Guerra Mundial. A través del texto, se busca proporcionar una visión objetiva de un tema complejo y controvertido, y al mismo tiempo invitar al lector a reflexionar sobre la importancia de comprender la historia desde diferentes perspectivas. Se explora entonces cómo los hechos históricos pueden ser interpretados, y cómo la cultura y el contexto influyen en la narrativa.

Consideraciones historicas

Desde la perspectiva de Peter Burke (2007) “la cuestión empírica de las diferencias entre el mensaje transmitido y el mensaje recibido por los espectadores, oyentes o lectores en diferentes tiempos y lugares es, sin duda alguna, de importancia histórica” (p. 150). Los hechos son objetivos, pero al momento de redactarse, parten desde una perspectiva, la cual puede encontrarse sujeta a juicios de valor posteriores aplicados al contexto de la época. Aunque no exista una intención de subjetividad, los hechos son interpretados y planteados desde el punto de vista del autor, el cual, inmerso en una cultura y contexto determinados, pasa desapercibida.

Podemos evidenciar esto cuando hablamos de períodos tan delicados como la Segunda Guerra Mundial, la versión oficial de ese período se corresponde con el punto de vista vencedor, predominando su cultura, valores e ideologías, mientras las del bando vencido son desacreditadas y censuradas. La situación de Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial resultó ser crítica, ya que cargaba con los costes de guerra, tratados desiguales, ruina económica e inflación, una moral baja con el desencanto de la democracia por la ineficiencia de la República de Weimar, resultando ser un terreno fértil para la proliferación de ideas radicales. Doctrinas como el fascismo y el nazismo emergen en este periodo, ya que supieron sacar provecho de una sociedad angustiada.

Hitler resultó ser un producto de su contexto, decidido a conseguir la prosperidad de su nación popularizó su ideología con sus compatriotas, compuestas por el “antisemitismo popular y el burdo darwinismo social […] llevaban varias décadas circulando por Europa” (Briggs & Clavin, 1997, p. 287). El Führer no estuvo solo, Joseph Goebbels hizo lo propio en el campo de la propaganda, para ello “convenció a Hitler que le diera el mando no solo de la prensa, la radio, el cine o el teatro, sino de los libros, las artes visuales y la música” (Briggs & Clavin, 1997, p. 297).

Hitler descargará su poder de oratoria en un público esperanzado deseoso de estabilidad, exaltado por la emoción. Gracias a sus años de desventura en Viena, Hitler pudo comprobar el diario vivir de los alemanes pobres, por lo que supo, en base a su experiencia, cómo elaborar un relato coherente con los anhelos, miserias y la profunda carencia cultural que la sociedad alemana mostraba, para ello emprendió la tarea de ‘nacionalizar’ a sus compatriotas, siendo un paso crucial la educación de estos.

Su discurso no se encontraba dirigido exclusivamente a adultos, su obra personal Mein Kampf fue una lectura obligatoria en las escuelas, instruyendo desde temprana edad a las nuevas generaciones. Por distintos medios, que variaban desde el miedo hasta la persuasión con palabras elocuentes consiguió su cometido; la sociedad alemana le brindó su apoyo al Führer. Con ese respaldo, Hitler se adentró en el terreno del darwinismo social llevándolo a ser política de estado, sosteniendo que era un deber asegurar el porvenir fomentando la natalidad y cuidado de niños sanos, al tiempo que pretendía eliminar o disminuir la reproducción de los considerados no aptos, comunistas, judíos, mestizos y enfermos.

Además de los actos cometidos en contra de los sectores de la población mencionados, Hitler aplicó medidas legislativas para los propios alemanes considerados ‘defectuosos’. Es así como impuso la esterilización obligatoria a quienes fuesen diagnosticados con discapacidad o enfermedad mental, o bien a aquellos con malformaciones físicas, ya que estos elementos podían ser hereditarios. “Las esterilizaciones comenzaron en 1934 y, en la práctica, terminaron al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con un saldo final de casi 400.000 personas esterilizadas” (Hernández-Negrín, Pérez, Padilla, Negrín, 2017, p. 38).

Hitler preparó un programa de ‘asesinatos por misericordia’ para eliminar organismos defectuosos. A través de un gobierno autoritario y con la complicidad de médicos, se pusieron en práctica las teorías de eugenesia y eutanasia que costó la vida de miles de ciudadanos alemanes, a quienes se supone debían proteger. Del otro lado del mundo, su aliado político e ideológico recibió menos atención. Japón incursionó también en el campo de la experimentación humana, aunque orientada para otros fines: el desarrollo de armas bacteriológicas.

El interés en el conocimiento de la biología para la guerra lo explica Wilson (2002, p. 143), “lo que más destaca de la Guerra Biológica es su invisibilidad hasta que ya es relativamente tarde, pues mientras no haya una alarma, este bioataque puede pasar inadvertido”. Si bien su empleo es planificable, es preciso resaltar que los agentes patógenos son mutables y escapan del control del ser humano, cuestión que no inhibe la curiosidad por esta área, probando los efectos de diversas sustancias tóxicas, sus tratamientos y su uso en combates, es decir: a medida que las sociedades evolucionaban, sus estrategias y técnicas para matar lo hicieron también.

La idea del empleo formal de estos microorganismos como armas comienza junto con el desarrollo de la microbiología en el siglo XIX, siendo Alemania, Gran Bretaña y Francia los pioneros en la investigación de las diferentes enfermedades. Pero en Japón, durante la década de los años ’30 y ’40 es donde se efectúan las primeras investigaciones del empleo de microorganismos como armas, considerando sus efectos sobre animales y humanos. Probadas en Corea y China, usando a prisioneros y gente local (coreanos y manchurianos) como conejillos de Indias, los cuales muchas veces terminaron en un desenlace fatal. Se infectó con tuberculosis, difteria, carbunco (ántrax), cólera, sífilis, gonorrea, viruela, entre otras, a las víctimas, y luego se probaban diferentes tratamientos o simplemente se veía la evolución natural de la enfermedad (Wilson, 2002).

Japón estableció escuadrones de investigación médica en los territorios invadidos, utilizando como sujetos de prueba prisioneros de guerra y población local, ya que eran considerados como seres inferiores o enemigos del emperador. Dentro de los centros de investigación japoneses, el Escuadrón 731 es uno de los más destacados. Greco & Welsh (2016, p. 446) exponen que: “Entre 1937 y 1945, esta unidad comenzó una ‘investigación’ médica abusiva, no ética y criminal, incluyendo vivisección, infección deliberada, exposición al frío y a la radiación de prisioneros, mayoritariamente chinos. Más de 200.000 prisioneros murieron”.

Una vez finalizada la guerra, una serie de cambios constituyeron las bases de la realidad actual. Por una parte, los eventos sociológicos y políticos ejercieron una influencia poderosa como agentes de transformación. Específicamente Hitler, al desencadenar la Segunda Guerra Mundial, no solo selló su propio destino, sino también el del racismo en general. Su iniciativa forzó a sus oponentes a establecer una clara distinción entre "nosotros" y "ellos". Con el tiempo, la ideología profundamente racista del nazismo llevó a la desaprobación del racismo en Occidente, aunque este cambio no ocurrió de inmediato. De hecho, hasta la década de 1960 la supremacía blanca aún prevalecía como una doctrina fundamental en la esfera política estadounidense (Harari, 2016, p. 260).

Fue solo al concluir la Segunda Guerra Mundial que se revelaron los detalles del exterminio de los judíos y la persecución de los gitanos, armenios, homosexuales y otros grupos considerados "inferiores" por una raza autoproclamada "superior". La desacreditación del racismo en ese momento generó la creencia que nunca más resurgiría. La conclusión de la Segunda Guerra Mundial promovió la idea en la comunidad internacional de una sociedad en la que la discriminación y los prejuicios habían sido definitivamente derrotados. Sin embargo, hoy en día el racismo reaparece como un fenómeno presente en nuestra sociedad, se hace relevante recordar que la discriminación implica la eliminación de las condiciones necesarias para un trato igualitario entre personas que, formalmente, poseen los mismos derechos (Cisneros, 2001, p. 181).

En relación a los experimentos realizados, los japoneses que fueron arrestados por las tropas soviéticas respondieron como criminales de guerra en Jabarovsk. Por otro lado, los hombres arrestados por las tropas estadounidenses recibieron un indulto total a cambio de compartir la información adquirida en sus años de investigaciones. ¿Por qué Estados Unidos hizo esto? Por dos razones: la información médica obtenida era valiosa, la cual sería difícil obtener siguiendo los medios convencionales, y por el temor ante un inminente enfrentamiento con la URSS, por lo que la información podía brindarles una ventaja poderosa.

Muchos de los perpetradores de los actos descritos anteriormente vivieron en libertad, gozando del respeto y admiración de sus conciudadanos, siguiendo sus vidas con normalidad, estudiando nuevas carreras como si nada hubiese ocurrido. El mismo doctor Ishii fue recibido con los máximos honores, ocupando el cargo de presidente de la Asociación Médica y del Comité Olímpico de Japón, muriendo de un cáncer de laringe en 1959 tras haber sido gobernador de Tokio (Tostado, 2014).

En Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial se iniciaron los juicios contra los crímenes de guerra, se declaran los Derechos Humanos, se establecen los juicios en Nuremberg y en Helsinki se dictaminaron los límites a la experimentación en seres humanos. Es en Nuremberg cuando se establecen principios mínimos para la experimentación con seres humanos en base al “consentimiento informado y voluntario de las personas sometidas al experimento (…), la necesidad de evitar todo sufrimiento físico y mental innecesario, y la evidencia de que el experimento sea necesario y que conllevará un beneficio para toda la sociedad” (Sierra, 2011, p. 397).

“El siglo XX ha constituido el periodo más extraordinario de la historia de la humanidad, ya que en él se han dado, juntos, catástrofes humanas carentes de todo paralelismo, fundamentales progresos materiales, y un incremento sin precedentes de nuestra capacidad para transformar, y tal vez destruir, la faz de la tierra” (Hobsbawm, 2007, p. 7).

Consideraciones de contexto

La búsqueda de acomodo de los hechos a la propia conveniencia se justifica moralmente con el darwinismo social, cuestión que explica la supremacía de “unos” sobre “otros”, al aplicar las ciencias naturales a eventos políticos o históricos. Linton (1956, p. 59) expone: “Casi desde un principio trataron de justificar tal estado de cosas y de demostrarse a sí mismos que la subyugación de los demás grupos era un hecho natural e inevitable”. Cuando a las potencias europeas se les rebatía este argumento, se apoyaban en su misión civilizadora. “Los imperialistas afirmaban que sus imperios no eran enormes empresas de explotación, sino proyectos altruistas que se realizaban en pro de las razas no europeas” (Harari, 2016, p. 332).

“Fue Spencer, no Buckle, Darwin o Taine, quien inventó la inolvidable expresión ‘supervivencia del más apto’ que más entrado el siglo utilizarían políticos y militaristas que no hubiesen contado con su aprobación. El ‘darwinismo social’ empleaba algunos conceptos de Darwin (…) en relación con procesos políticos, no naturales” (Briggs & Clavin, 1997, p.190-191).

El racismo se basa en la idea que la pureza de la raza es el ideal a alcanzar, por ello, se muestran hostiles a cualquier grupo que presente características diferentes, ya que este representa el peligro de la hibridación (Cisneros, 2001, p. 185). Estos pensamientos prevalecen especialmente en Europa, considerando la raza blanca superior a todas las demás. A pesar de los argumentos y la evidencia en contra, han existido grupos que aspiran alcanzar una pureza racial, pensando que, de alguna manera, eso traerá un equilibrio o beneficio para alguien.

En el caso de Alemania, el nazismo proponía establecer una raza única eliminando a las demás por medio de una limpieza étnica, en forma de exilio y genocidio. A pesar de las altas cifras de fallecidos, los intentos de Hitler estuvieron lejos de lograr su cometido. En palabras de Darwin (1952) la selección natural: “Es un poder que está siempre pronto para obrar y tan inconmensurablemente superior a los débiles esfuerzos del hombre como lo son las obras de la naturaleza con respecto a las del arte” (p. 74).

“(…) el deseo de traer al mundo personas sanas, inteligentes, fuertes y capaces es tan antiguo como la humanidad. Si nos limitamos a nuestra propia tradición, encontramos ya en los filósofos de la Grecia antigua la misma preocupación. Tanto Platón como Aristóteles se muestran conscientes de que la fortaleza de la ciudad depende crucialmente de la calidad de sus ciudadanos, y afirman que, lejos de dejarse esta al azar, deben tomarse medidas para asegurarla” (Rodríguez, 2014, p. 144).

En este sentido la eugenesia, término acuñado por Francis Galton en 1883, puede entenderse como el “bien nacer”. Basándose en la obra El origen de las especies, surgió la convicción en Galton de que es posible mejorar la raza humana a través de la reproducción. Esta a su vez podía dividirse en dos prácticas contrarias, eugenesia positiva y negativa.

“La eugenesia positiva buscaba conservar las características de los mejores elementos que conformaban la parte hegemónica de la sociedad, así como prohibir el mestizaje para evitar la ‘degeneración’ de una población que se consideraba homogénea. Estas medidas consistían en favorecer la unión entre jóvenes idóneos para la sociedad y patrocinar el matrimonio de la joven pareja con la esperanza de que procrearían hijos sanos, dotados de las cualidades adecuadas.

La eugenesia negativa se caracterizó por limitar los derechos reproductivos individuales en aras de la salud genética de las generaciones futuras, y consistía en la eliminación de caracteres indeseables mediante segregación sexual y racial, restricciones de inmigración (…), prohibición legal de matrimonios ‘interraciales’ y esterilización involuntaria. Otras medidas de eugenesia negativa fueron en un inicio el infanticidio y, posteriormente y hasta la segunda mitad del siglo XX, el genocidio” (Villela & Linares, 2011, pp. 190-191).

López (1989) defiende la eugenesia, afirmando que “para muchos todavía despierta resonancias profundamente negativas, como si con ella se pretendiera una mejora de la especie humana, [...] o la creación de una raza superior [...]. Pero, a pesar de todo y por encima de esos miedos latentes, no hay ninguna dificultad en admitir que el hombre tiene la obligación de trabajar para que la herencia se transmita en las mejores condiciones posibles” (p. 43). Los autores coinciden en ese punto de vista, las ideas de mejoramiento de la especie han estado presentes en las sociedades de manera consciente o inconsciente, lo que se condena es la manera en la que los nazis aplicaron esta idea como política de estado. “En teoría, los investigadores buscan desarrollar procesos que beneficien a la humanidad. En el caso del Tercer Reich, esa humanidad estaba limitada a quienes compartían determinadas características raciales y de nacionalidad” (Litewka, 2006, p. 134).

Es en la antigüedad cuando la barrera que dividía lo físico y lo espiritual no estaba definida, y el bienestar del paciente se consideraba como un todo integral, por eso las labores de médico se relacionan o mezclan en muchos casos con brujos, hechiceros o chamanes, personas especializadas en plantas medicinales, venenos, mitología, tratamientos y rituales. Hipócrates de Cos es el primer referente conocido que diferencia la medicina de la espiritualidad, declarando que las enfermedades responden a causas tangibles en lugar de maldiciones o castigos divinos. El juramento hipocrático representa un símbolo de respeto en la profesión médica, sin embargo, en algún momento de la historia, el conocimiento de herbología y los métodos de curación tradicionales resultaron ser insuficientes y el ser humano empieza a experimentar de forma intencionada con miembros de su propia especie siguiendo las pautas culturales y legales de su época.

“La colección de leyes más antigua conocida - el código Hammurabi - ya estableció premios para los cirujanos que tuvieron éxito en su experiencia y castigos para aquellos que cometieron errores. Los castigos variaron: desde el simple pago de una multa - si un esclavo moría durante un experimento científico, el cirujano estaba obligado a darle al dueño del esclavo otro esclavo ‘igual’ - hasta la amputación de las manos del cirujano drásticamente para evitar nuevos errores” (Vieira & Saad, 1997, p. 7).

En este proceso ha habido personas que han decidido participar de forma voluntaria al ver su salud comprometida, ante el riesgo de fallecer se muestran más receptivos a probar tratamientos alternativos agotando todas las alternativas disponibles ya que sienten que no tienen nada que perder. Sin embargo, existen grupos que han sido sujetos de prueba en contra de su voluntad al encontrarse en una situación de vulnerabilidad, entendiendo este término como “personas o grupos cuya capacidad de autodeterminación se encuentra reducida” (Lema, Toledo, Carracedo & Rodríguez, 2013, p. 245), por ejemplo, esclavos, prisioneros, minorías étnicas, huérfanos, vagabundos, pobres.

No todas las afecciones resultaban desconocidas, el ser humano ha convivido con fenómenos similares a lo largo de toda su existencia y lo seguirá haciendo. En la antigüedad las formas de aliviar sus males eran producto de la experiencia, la cual se heredaba a través de la cultura, de manera que la siguiente generación estaba mejor preparada para enfrentar esos desafíos, sin embargo, estos también cambian poniendo a prueba el ingenio y la capacidad de adaptación del ser humano. Además del surgimiento de nuevas afecciones, Vieira & Saad (1997, p.7) señalan que “desde tiempos inmemoriales, se han probado nuevos tratamientos en pacientes que muestran síntomas inusuales o que no responden a los tratamientos convencionales”. Esto exige explorar todas las alternativas disponibles, ya sea a través del descubrimiento o invención de medicina, la que, ineludiblemente debe ser probada en personas para comprobar su efectividad.

Relaciones de cultura

Pese a ser un animal social, el ser humano se muestra como una especie de convivencia conflictiva, aquellos elementos biológicos o culturales que resulten extraños son percibidos como amenazas dentro de las sociedades, mostrándose desconfiados o agresivos con el elemento invasor. Las personas y animales velan por los intereses del grupo al que pertenecen y con quienes establecen vínculos identitarios y emocionales “(…) ningún animal social se mueve nunca por los intereses de toda la especie a la que pertenece” (Harari, 2016, p. 193). Por medio de la conformación de grupos el ser humano ha conseguido protección, apoyo, autorrealización personal e identidad, ya que cada persona ocupa diferentes roles dentro de la tribu. En este aspecto Max Weber nos dice que las características de un grupo étnico se corresponden con personas que, sin tener vínculos de parentesco, atesoran orígenes comunes, proporcionando un fundamento para la vida en comunidad (Burke, 2007).

“La asociación de los miembros de la sociedad perdura desde el nacimiento hasta la muerte, y el individuo adquiere las ideas y valores de su sociedad como una parte de su desarrollo general. El individuo y la sociedad los dan por sentados a tal extremo que ni el uno ni la otra se dan cuenta consciente de su existencia” (Linton, 1956, p.108).

Las costumbres se asimilan de tal manera que los individuos naturalizan fenómenos culturales asumiéndolos como inmutables y universales, esta situación nos hace confundir construcciones sociales con leyes naturales, por ejemplo, afirmar que una conducta es antinatural porque lo establece un libro sagrado. Desde una perspectiva biológica nada es antinatural, de ir contra la naturaleza no podría existir (Harari, 2016). El ser humano es capaz de desprenderse de normas culturales, lo que no puede es renunciar a sus instintos naturales; cuando se priva a un individuo de la alimentación, el descanso, la compañía o la sexualidad, se desarrollan trastornos físicos, mentales o emocionales, ya que estos impulsos no desaparecen, sino que emergen en forma de conductas anómalas perjudiciales para el sujeto o quienes le rodean.

Esta capacidad de heredar la experiencia social es lo que denominamos cultura, por medio de esta es posible traspasar conocimientos previos a la nueva generación, preparándola de antemano para toda clase de situaciones (Linton, 1956). Esta forma indirecta de aprendizaje ofrece un conocimiento en forma de producto, sin exponerse a las experiencias que condujeron a él, permite almacenar una mayor cantidad de información, pero sin el elemento emotivo o vivencial, el aprendizaje puede resultar tedioso al no ser significativo. Lo cierto es que aquellos conocimientos de los que nos apropiamos y a cuáles renunciamos definen quienes somos, ofreciendo un sentido de pertenencia. Ya que la capacidad de aprender tiene límites “cada miembro de la sociedad necesita adquirir tan solo la fracción del total de la cultura de que tiene menester para crearse una posición en la vida de la comunidad” (Linton, 1956, p. 96).

Debido a que los patrones culturales son mutables las organizaciones sociales buscan sobrevivir perpetuando el orden establecido y de esta manera mantener el statu quo. Tales temores están justificados, un orden natural es un orden estable. En este sentido como ejemplo, no existe ninguna probabilidad que la gravedad deje de funcionar, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden imaginado se halla siempre en peligro de desplomarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos.

“Con el fin de salvaguardar un orden imaginado es obligado realizar esfuerzos continuos y tenaces, algunos de los cuales derivan en violencia y coerción. Los ejércitos, las fuerzas policiales, los tribunales y las prisiones trabajan sin cesar, obligando a la gente a actuar de acuerdo con el orden imaginado” (Harari, 2016, p. 130).
“Una y otra vez, la gente ha creado orden en sus sociedades mediante la clasificación de la población en categorías imaginadas, como superiores, plebeyos y esclavos; blancos y negros; patricios y siervos; brahmanes y shudrás, o ricos y pobres. Todas estas categorías han regulado las relaciones entre millones de humanos al hacer que determinadas personas fueran superiores a otras desde los puntos de vista legal, político o social. Las jerarquías cumplen una importante función. Permiten que personas totalmente desconocidas sepan cómo tratarse mutuamente sin perder el tiempo y la energía necesaria para ser presentados personalmente” (Harari, 2016, p. 156).

Hasta el momento hemos visto cómo la cultura conecta a las personas, lo cierto es que también las separa. Harari (2016, p. 31) lo expone de la siguiente manera: “la tolerancia no es una marca de fábrica de los sapiens (…) pequeñas diferencias en el color de la piel, el dialecto o la religión han sido suficientes para animar a un grupo (…) a exterminar a otro grupo”. Señala además que “[el] Homo sapiens evolucionó para pensar que la gente se dividía entre nosotros y ellos. ‘Nosotros’ era el grupo situado en nuestro entorno inmediato (…) y ‘ellos’ eran todo los demás” (Harari, 2016, p. 193).

Fue la transición vertiginosa, desde la posición intermedia hasta la cima de la pirámide la que tuvo enormes repercusiones. A diferencia de otros animales en la cúspide, que evolucionaron gradualmente a lo largo de millones de años, la humanidad llegó a la cima de manera extraordinariamente rápida. Este proceso acelerado impidió que el ecosistema se adaptara adecuadamente y estableciera los frenos y equilibrios necesarios para limitar los daños causados por los seres humanos. En este sentido, los seres humanos no están adaptados completamente y su actuar como especie se asemeja a pequeños dictadores de una república bananera (Harari, 2016, p. 24).

Porque, a pesar de nuestras cualidades y tecnología, al existir el miedo frente a una amenaza (real o ficticia) las formas más habituales de responder son: paralizarse, huir, atacar; una respuesta hostil que según Cisneros (2001) se traduce en miedo a lo diferente, cuestión que explica los nacionalismos más fanáticos y a los partidarios a ultranza de la ‘identidad’ de la colectividad. Por esto los xenófobos siempre se apoyan en concepciones peligrosas acerca de la psicología de los pueblos o el destino de las naciones. Tanto la xenofobia como hija del racismo tienen como primera consecuencia la discriminación del otro y su segregación como un sujeto absolutamente diferente.

La cultura occidental hereda al resto del mundo sus cultos religiosos, idiomas, tradiciones, conocimientos, costumbres, vestuarios, así como sus ideologías, entre ellas, las teorías de superioridad racial blanca, Linton (1956) comenta que resulta algo curioso que los principales expositores de la teoría de la superioridad de las razas puras sean habitantes de Europa, “(…) una de las partes del mundo más intensamente hibridas” (p. 46). La discriminación hoy resulta inaceptable, sin embargo, dentro de sus contextos, las afirmaciones de los dominadores no se ponían en duda. Hay que evaluar que el pensamiento crítico, la libertad de expresión y la igualdad entre personas son garantías anteriores a la declaración de los Derechos Humanos y que por lo tanto no existían.

Finalmente, comentar que nuestra forma de comprender la sociedad se encuentra estructurada desde esta postura, lo que inconscientemente sesga nuestro criterio, el que debe ser revisado, ya que conduce a un determinismo, el cual se vuelve atractivo porque implica que nuestro mundo y nuestras creencias son un producto natural e inevitable de la historia. De ahí que se observe como natural e inevitable “(…) que vivamos en Estados-Nación, que organicemos nuestra economía según principios capitalistas, y que creamos fervientemente en los derechos humanos” (Harari, 2016, p. 267).

Cuando estudiamos la Segunda Guerra Mundial podemos apreciar esto con claridad, los gobiernos totalitarios son estigmatizados inmediatamente al ser la antítesis de las democracias liberales. En los libros de historia se tiende a demonizar al bando perdedor y sus líderes, lo que se refleja en el lenguaje y la forma de escritura. Este trabajo no pretende negar las acciones cometidas por las naciones del Eje, sin embargo, es necesario reconocer que en la guerra ambos bandos cometieron crímenes, la diferencia radica que el bando vencedor omite o justifica su accionar como algo inminente y necesario, mientras al perdedor se le adjudica la responsabilidad e intención de dañar.

Es durante la Segunda Guerra Mundial que la ambigüedad moral acompañada de ideas social-darwinistas, racistas, xenófobas propició un ambiente para probar técnicas más osadas en sujetos de prueba destinados a la muerte desde el momento de su captura. El análisis provisto considera la interpretación de los hechos, asumiendo que la demonización e irracionalidad de los nazis, tachados de hacerlo todo por maldad pura, forma parte de los prejuicios que entorpecen la interpretación y la crítica a los planteamientos hegemónicos, sin desconocer los campos de concentración, el asesinato, la esclavitud, la tortura y la experimentación con seres humanos considerados en ese tiempo como parias desechables, cuestión que genera intimidación y descrédito de las ideas eugenésicas y la eutanasia en la actualidad.

Referencias

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