La ciudad nos habla
Resumen
Pese a los muchos aspectos que impactan a la moderna sociedad urbana y que tienden a desdibujarla, la ciudad no es indiferente a su desurbanización. Los asuntos de una violencia generada en el territorio urbano por décadas de desajustes sociales y económicos, de fronteras invisibles que instalan las desigualdades y consagran tanto trazados de espacios privados hiper cerrados como zonas empobrecidas de habitantes marginales, son evidencias de una ciudad que se vislumbra incapaz de integrar el bienestar y la novedad en el habitar humano.
Es esa "verdad" de inmovilismo aparente, sin embargo, el mejor fundamento de que la ciudad, angustiada, exánime, nos habla. Por cierto, resulta difícil entender el lenguaje de ese hablar citadino, de ese espacio urbano que al perder su identidad como centro de convivencia humana, parece perder también su capacidad de auto sustentación y resiliencia.
Y si somos incapaces de escuchar su casi imperceptible voz o, peor aún, que hemos olvidado, que no lo vemos o que no entendemos su lenguaje, difícilmente entonces podamos hacernos eco de su discurso. Muchos son los factores que contribuyen a la afonía de la ciudad, reforzados incluso cuando la ciudad no permite hacer y obstruye el uso y desarrollo de sus propias potencialidades y capacidades, como por ejemplo ocurre en los desarrollos inmobiliarios que integran una plaza de juegos para compensar los edificios altos y nadie los usa o en los habituales colapsos viales que detienen los bríos de modernos vehículos diseñados para las grandes velocidades o de las personas atrapadas por vallados periféricos de carreteras urbanas que las segregan del resto de la ciudad. Ahí, irrefutablemente, la ciudad habla, desesperada, por la negación de su esencia.
Por ello, un rescate milagroso viene a ser siempre buscar el sentido amplio de su reservorio conceptual clásico. Ese concepto, que permitía a los antiguos griegos ver la ciudad no únicamente como el centro político, económico, religioso o cultural sobre el cual desarrollar la vida urbana, sino que visionarla más como un ideal de vida integral y la forma más perfecta de sociedad civil y que, gracias a la ley, consagraba en forma armónica los intereses del individuo y la participación de los ciudadanos en la comunidad y en los asuntos públicos. Se definía, en esa cosmovisión, el sentido más amplio, comprensible y profundo de la dimensión urbana y sellaba para siempre a la ciudad como un elemento distintivo del hombre civilizado.
La ciudad adquiría allí su lenguaje y su voz se adhería al uso ordenado y humanamente habitable de su urbanidad. ¿Qué duda cabe, entonces, sobre la urgencia de rescatar esa concepción integral de esa Ciudad a escala humana?
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